Roto mi corazón agricultor

Roto mi corazón agricultor
1. Quienes siembran maíz para el pozole, saben bien del sudor que cuesta el ciclo completo desde arar la tierra, hasta ver los granos de maíz para alimentar a todo un pueblo. Y no importarlo transgénico, porque si de algo habría que estar orgullosos es de la independencia alimentaria, y esto nos ha de alegrar cuando suceda. Venturoso el maíz para nuestros tacos, gorditas, salbutes, flautas, o simplemente salidas del comal acompañadas con sal o aguacate, frijoles o algo.
2. Ese es el sueño, que todas las familias en el campo tengan sus siembras diversas y animales de traspatio, para, cuando se les ofrezca o antoje, hacer uso de la prevalencia humana sobre las especies, y matar una gallina criolla, un pavo y en las fiestas especiales matar un cerdo y se comparta con los vecinos invitados -porque hay reciprocidad y ellos luego nos invitan- o vender el excedente en kilos que permitan con ese dinerito comprarse otras cosas necesarias.
3. Mi corazón es del campo, donde creo que radica lo mejor de las almas mexicanas. Y digo lo mejor, porque las personas de la ciudad tienen su origen en el campo sea de reciente migración, o de generaciones anteriores que migraron a la ciudad por otras necesidades, digo yo, sea de estudios, o de curiosidad para ver qué es lo que se siente, en la selva de pavimento, ganarse el pan de cada día, entre viajes de metro o autobuses y llegar a cubrir un horario de 7 a 3 de la tarde más en uso las dos o tres horas del viaje de casa al trabajo o en todo caso, mejor, a la universidad y ese es otro cantar, diría el músico.
4. Yo nací en ciudad, pero mis padres nacieron en el campo, y mis abuelos lo mismo. En la lotería del destino vengo de corazones nobles, buenas personas que no buscaban hacer daño a nadie. De su casa a su trabajo. De vez en cuando unas cervecitas en bodas, quince años o bautizos, con música ambiente de polkas, corridos y redovas. Y nada más. Así que el corazón agricultor lo heredé de ellos, y es un corazón que gusta del campo, de ese viento fresco que viaja y se columpia entre las ramas de los árboles y nos llega para darnos bendiciones de vida: aire fresco para los pulmones.
5. Hay un cuento del ruso legendario, Leon Tolstoi, que se llama: "Cuánta tierra necesita un hombre". Y es una lección sobre la avaricia. Pajom es el personaje. En el inicio no era propietario, sino trabajaba la tierra como mediero. Luego con sus ahorros compra un pequeño terreno. Lo trabaja bien y compra otro terreno más. Se entera que en otro pueblo venden la tierra barata, entonces vende lo propio y con ese dinero duplica las tierras. Y así. hasta que le cuentan de otro lugar donde venden la tierra muy barata. Tan barata que por una cantidad puede comprar la cantidad que logre rodear en un día. Entonces el día señalado sale muy temprano caminando rápido, para el mediodía ya ha avanzado mucho, mira una lagunita y arboleda alta y decide rodearla para que le quede dentro del terreno. Y sigue caminando.
6. Ya cuando decide regresar en el rodeo de tierra, ya el sol viene declinando, así que tiene que apurarse, camina más rápido, con la agitación correspondiente, ya cuando falta poco y el sol aún se mira en el poniente, corre para que le de tiempo de regresar al punto de partida "antes" de que el sol se oculte y así quede beneficiado con gran extensión de tierra por poca cantidad de dinero. Solo que a escasos metros de llegar le da un infarto y muere. Lo entierran. Solo dos metros necesitaba el hombre.
7. Mi padre tenía un lote de 200 metros. Allí levantó su casa -él decía su reino- y tenía sembrados algunos arbolitos, entre ellos un pino canadiense, que era su orgullo, y llenaba de poquitos de colores en navidad. Y plantas de ornato y de frutas: rosales, laurel, jazmín, guayaba, mora, plátano e higos. Tenía una alta bugambilia acomodada de tal manera que nos daba sombra y no nos escapábamos de vez en cuando, por descuido, de sus espinas. Tenía en el fondo un árbol de mezquite, que sigue estando. Cuando descubrí la canción "Mi árbol y yo", y la canto, es en ese añoso árbol que pienso. Y, cuando voy, canto la canción con o sin guitarra, junto a él. Este árbol da una vainita dulce, que fue nuestra algarabía en el barrio, cuando niños.
8. Pensando en el lote de mi padre y madre y su reino de plantas que en ese pequeño espacio tenían, soñé siempre tener un terreno más grande, no como en el cuento de Tolstoi, sino acaso unos 2 mil metros. Y finalmente logré ahorrar para comprar uno, al que acudo cada fin de semana y para llegar recorro un caminito al que tomo foto y subo a mi muro de internet. Tenía ya unos muy altos árboles de aguacate y mango. Además de guanábana, naranja agria y dulce, carambola y cuinicuil. Sembré árboles de plátano, que coseché varios racimos en cuatro años, solo que las vacas del vecino se cruzan y hacen estropicios, sin tener las bestias culpa. Total que acabaron con el platanar. La saliva del vacuno es tan ácida que donde come hojas, estas ya no salen.
9. En el campo se ven unos atardeceres y amaneceres de película. La luz del sol, con mezcla de rosas, amarillos y naranja, se recorta entre las copas de los árboles y las nubes, estas a veces aborregadas. Las noches son un verdadero espectáculo, donde, mirando a las estrellas, la conciencia nos habla de lo pequeño que somos, minúculos ante el universo. Allí la conciencia borra las penas y problemas ante la vastedad. Y allí las estrellas fugaces se burlan de nosotros al reiterarnos que los fugaces somos nosotros. En el día, el canto de los pájaros nos arrulla. En la noche se escucha el aullido de los lobos, el de los monos araña, el canto misterioso de las lechuzas y búhos. La vida total en su esplendor.
10. Cuento una anécdota. El año pasado coseché muchos mangos y aguacates. Ambas frutas de variedades distintas (no manila ni ataúlfo, en el caso del mango. Y no hass, en el caso del aguacate). Y los cosecho y los regalo de unos cinco en bolsita a los vecinos y amigos que viven cerca. Y una tarde tenía unas bolsitas en el auto y estaba platicando con una amiga a la que le iba a regalar. Pero antes estuvimos platicando de varios temas, entre ellos de corcholatas, ovnis, libros, guerras y la indiferencia de las personas ante la desigualdad, los asesinatos, feminicidios y desaparecidos, y cosas por el estilo.
11. Y el tema entró en lo de las frutas. Y me dijo que de mangos solo y únicamente comía del ataúlfo y manila y del aguacate solo hass. Y cuando nos despedimos, por pena ya no le entregué de regalo a lo que iba, que era regalarle de mis mangos y aguacates. "Ay, no, qué pena". Le había dado "espadazos" a mi pobre corazón de agricultor. O como se decía antes, cualquier parecido con la realidad no es coincidencia.

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