Reyes

Esos días de preparativos, cuando escribías cartas que iban a un buzón muy escondido en la casa. Que solo tú y los Reyes magos sabían del lugar exacto. Porque estaban los amigos que querían lo mismo y buscarían en su caso sacar tu carta para que no la encontraran y tuvieran más oportunidades para sus regalos preferidos. Así decían. Y eran cartas bien escritas, con letra redondita, explicando a detalle el buen comportamiento personal durante el año. Y precisabas el o los juguetes de tu preferencia. A la mañana siguiente aparecía bajo tu almohada la bolsa de dulces caramelo y colaciones con una mandarina. Y un juguete. Un esperado juguete que alegraría las tardes de tus días. Solo tú, los Reyes y tu padre sabían del lugar donde estaba el buzón para dejar las cartas. Luego de la consabida alegría salías a compartir tus juguetes con los de tus vecinos y amigos. Y los veías con baleros, pelotas, bicicletas, rompecabezas o patines. Y precisamente en el patio de tu casa y por la calle encontrabas las huellas de camello, caballo y elefante, como prueba fehaciente que había conspiración para que todo fuera como en los sueños e imaginación de la infancia.

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