3a parte de mi inicio como profesor

En anteriores entregas comenté del día en que llegué a Jalpa de Méndez en mi inicio laboral como docente y cuando llegué a la escuela primaria de Benito Juárez 2ª. Y que encargué una soda, a como le llamamos en la frontera al refresco, y me trajeron galletas Soda, por ser la marca conocida en referencia a soda.

 

Eran mis primeros aprendizajes de mi cambio radical de espacio geográfico en la vida. Del semidesierto de  la frontera noreste al trópico caluroso, muy verde y lluvioso de Tabasco. 

Ese primer día de clases y en los siguientes poco a poco fui conociendo a mis compañeros de trabajo. Pero el primer día, el director de la escuela me preguntó si viajaría de diario a la ciudad, o si me quedaría en la comunidad. La escuela no tenía Casa del maestro, pero ya estaba acordado que la Sociedad de Padres se encargaba de pagar casa y alimento a los maestros que se quedaban. Con ese motivo mandó llamar al  maestro Guadalupe Vázquez, originario de Monterrey, y que ya tenía algunas semanas de haber iniciado labores. Sobretodo porque él se quedaba en la comunidad. “Aquí llegó un paisano suyo, Maestro Lupe; para que a la salida lo lleve con usted, porque se va a quedar en la comunidad los días laborables”. Yo pensé “y los fines de semana también”, porque no tenía ni dónde ir, y tampoco dinero para desplazarme a la cabecera municipal o a Villahermosa, la capital.

Vi de lejos a los otros maestros y maestras. En el recreo un saludo breve. Y a la salida seguí al maestro Guadalupe Vázquez Morín a una casa como a 250 metros de la escuela, cuya propietaria era Doña Carmela Suárez, una señora morena, de voz fuerte, sencilla y sonriente. Se hizo la presentación de rigor. Ella rió y dijo sonriente: “bienvenido, maestro; ay, si son bien jóvenes los nuevos maestros, pueg”. 

 
Grande, antigua y sencilla, era la casa pintada de  blanco y celeste  de Doña Carmela. Al frente una pequeña plancha de concreto, que le llaman secadero, a donde ponen a secar al sol el grano de cacao o la carne del coco. La casa era de paredes gruesas, puertas rústicas de madera, que tiene su cerradura normal, y que la aseguran con una tranca atravesada. La cocina tradicional tabasqueña en el medio rural es casi al aire libre, con un techo, comúnmente de palma, sostenida por una estructura de vigas y cintas de troncos de árbol de tinto, tiene un fogón donde se prepara la comida a la leña. Y por lo regular hay un racimo de plátano macho colgado en una de las esquinas. También se ve una jícara. Y se siente el olor característico de estos lugares. Y atrás de la casa un área de siembra con altas palmeras de coco y, en el caso de la Señora Suárez, un conjunto de árboles de cacao, al que llaman “el madreado”. Poco sol pasa de las hojas de las plantas de cacao al suelo, que tienen su árbol "madre", más grande y que le proporciona sombra al cacao. El suelo es una hojarasca café tupida, que bien sirve de tierra nutriente para las plantas de jardín.

Jalpa de Méndez es uno de los 17 municipios que tiene Tabasco. Y conforma una región que le llaman La Chontalpa. Las otras regiones son Centro, Ríos y Sierra. Ya dije que Jalpa se encuentra a 30 kilómetros de Villahermosa. Y que sus municipios colindantes son Nacajuca, Cunduacán y Comalcalco. El primero de los tres está a 25 Kilómetros de Villahermosa, y es un municipio con una población mayoritariamente indígena. El segundo es el llamado La Atenas del Sureste, por su gran actividad cultural, y el tercero es también tercero en la entidad por su actividad económica, luego de Villahermosa y Cárdenas; además que Comalcalco es conocido a nivel nacional por sus ruinas arqueológicas.

Terrible es olvidar un nombre. Pero a reserva de que me suceda, en la escuela trabajaba Gilda María Mena Criollo, de Yucatán; Margarita, de Oaxaca; Mateo Hernández, Jorge Castillo Hernández y Carmita León Damián, de Tabasco, y Guadalupe Vázquez Morín, de Monterrey, y un servidor, de Matamoros, Tamaulipas, como maestros jóvenes, recién estrenados. Y con algo de antigüedad, la maestra Margarita, de la misma comunidad, Domingo Magaña y Juan Domínguez, director, tabasqueños.

Cuando venía el tiempo de lluvia, y era difícil la salida por los caminos de mucho lodo, que impedía entrara el camión Caballo blanco, los jóvenes maestros tabasqueños también se quedaban en la comunidad con nosotros o cuando había junta de padres o kermess en las tardes. Por las tardes y noches hacíamos nuestro ruido con guitarra y voces, teniendo de testigos a los mosquitos, las ranas y los grillos. Jorge Castillo cantaba canciones de Los Bárbaros. "Enamorado perdido yo vivo de ti con la esperanza de que me des un poco de amory me devuelvas tu confianza...". 
Testigo también la noche estrellada y la luna. No he visto jamás noches estrelladas que esas. Belleza.
Las maestras también tenían otra casa donde quedarse, pagada por la Sociedad de padres.

Los jóvenes teníamos en promedio 20 años. Que dice la canción es nada.

Era octubre de 1979, y era nuestro primer año de una carrera corta, que se hizo larga en el camino, contando hasta la fecha. 

Y por supuesto, viene el fin de semana y los siguientes. Por las tardes visitábamos algunas casas de alumnos. Y nos quedábamos a platicar. Nos invitaban pozol (bebida de cacao y maíz) o café y le acompañaban con totoposte, plátano frito, o pan dulce. A ellos les llamaba la atención nuestra forma de hablar. Y a nosotros las de ellos. Cuando yo respondía “de Matamoros”, a la pregunta que yo de dónde era, ellos invariablemente me respondían: ah, ¿de la tierra de Rigo Tovar? O con la afirmación equivalente:” De la tierra de Rigo Tovar. Y la charla era larga, de regocijo, porque ellos se sentían muy bien que los fueran a visitar “Los maestros”, nos invitaban a ayudarles en el corte de cacao.

Así que otras tardes nos metíamos a “los madreados” de cacao, y nos sentábamos a partir cacao. Solo que nos decían que lo probáramos. Y es tan agradable el sabor de la baba de los  granos del cacao que tiene en su interior, que mientras ellos partían 500 mazorcas de cacao, nosotros apenas 5, porque nos pasábamos buen tiempo probando el cacao. 
La Cooperativa se los compraba seco o en baba. Y cada año les entregaba el remanente, dinero que cada productor alcanzaba cuando el cacao alcanzaba mejor precio en los mercados internacionales. Esos días eran de enorme alegría para los cacaoteros. Recibían un dinero que les permitía comprar lo que necesitaran, entre ropa, zapatos, muebles, etc.

Al respecto de la baba del cacao dice un blog en internet: “Al probar la “baba del cacao”, es decir el mucílago recién sacado de su mazorca, la boca sabe que prueba la tierra, las flores y los árboles de la región. De golpe, las hierbas y esa sensación fresca pero con consistencia como la de la guanábana son el inicio de lo que después será un chocolate. (Continuará)
FOTOS tomadas de internet, en una se ve el cacao en secadero y en otra una mazorca de cacao partido.

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