Palabra de mujer

 

1.- Decía yo hace días sobre el pensar, que es práctica cotidiana como ejercicio del pensamiento mediante participaciones, opiniones, lluvia de ideas, preguntas, exposiciones, debates, etc. Y que cada tema de las materias es propicio para dichas prácticas. 

Claro, los maestros dirán, si eso lo hacemos siempre. Y es cierto. No se puede explicar el trabajo docente (digamos antes de la pandemia) sin todas esas actividades. Lo cierto es que se obtienen mejores resultados cuando el docente esta muy consciente que son prácticas del pensamiento, y que lo que se está logrando es el “enseñar a pensar”, y no con el tradicional y reducido -aunque no por eso menos importante- concepto de enseñanza aprendizaje. 

Pero bueno no escribo con esa intención de darles lecciones a los maestros. La gran mayoría están mucho mejor preparados que yo. Y más los activos. De lo que se trata más bien es que yo voy redactando, como una práctica más del pensamiento. Y cuando hoy en la tarde me reúna dentro de la nueva normalidad con algunos amigos, la charla, el escuchar con atención, son prácticas del pensar también. Especifico y reitero, son cuatro ejercicios de pensamiento: leer, redactar, escuchar y hablar en grupo o en público. No que sepamos qué significan cada uno de ellos. Sino que los practiquemos constantemente.

Lo mismo es una práctica del pensamiento -obvio- cuando pensamos, pero esa es una tarea muy personal, de la cual nadie, gracias a Dios, puede saber si estamos pensando o no, cómo lo hacemos y cuáles son los temas, los asuntos o las personas en quienes pensamos. Por eso refiero solo a las cuatro anteriores.

Lo cierto es que redactar no es fácil, pero tampoco difícil, como dicen los cubanos. Se trata de agarrarse de una palabra o idea de inicio. Y a partir de allí dejar fluir el pensamiento y dejar constancia por escrito. Son muy conocidos los inicios siguientes: “En un lugar de La mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”… O “La tarde que lo iban a fusilar, Aureliano Buendía recordó el día en que su papá lo llevó a conocer el hielo…”. 

Claro, estos son inicios muy famosos. Y además ejemplos muy pretenciosos. Pero lo cierto es que todo inicio tiene tema, idea, que empieza por una palabra que conforma un enunciado. Los nuestros, por supuesto, son mucho y de lejos, muy modestos y nada pretenciosos. 

Yo también me quedo petrificado al inicio, no sé de qué y cómo escribir. 

 

2.- Hace tiempo yo coordinaba un taller literario, al que llegaban entre cuatro y siete muchachos y muchachas entusiastas y valiosos. La cita era a las 5 pm en la galería El Jaguar Despertado, de Villahermosa. Lo coordiné por muchos años. Y cierto es que entre un grupo de talleristas que salía y la conformación de otro, me la pasaba solo, leyendo. O platicando con trabajadoras de allí.

Y sucedió que una vez estaba en solitario, ensimismado, cuando llegaron tres señoras de unos 40 años y reguntaron por el taller de “lectura”. Les aclaré que el taller era de literatura, es decir de personas que “escriben”. Y decepcionadas se estaban dando la media vuelta, cabizbajas, cuando las llamé e invité a que se sentaran y platicar. 

Les dije de entrada “pero ustedes pueden leer y escribir”. “Pero de qué”, fue su respuesta entre curiosa y vacilante. 

Entonces yo aproveché, ellas sentadas, para decirles que podían escribir de lo que quisieran: de un sueño, carta a una tía o maestro, a una amiga, al primer novio, recuerdos de infancia o adolescencia, anécdotas, etcétera. Yo les puse ejemplos de memoria, les platiqué de un sueño, les comenté de una maestra que cambió mi vida, de mi primera novia.  Y lo hice de tal manera como si fueran ya breves textos escritos. Imagínense que los están leyendo, les dije.

Vi cómo les cambiaba el rostro, como si ellas estuvieran buscando en su memoria algunas vivencias para escribir. 

Al fin se levantan, no sin antes hacer la promesa de regresar con un texto al sábado siguiente. “Palabra de mujer”, les deslicé para picarles el orgullo. “¿Y por qué palabra de mujer?”, preguntaron sorprendidas con mi expresión, como que sentían que me refería a que no iban a cumplir. “Al contrario, las mujeres son más cumplidoras”, les dije. 

Y sí, al sábado siguiente regresaron con textos de principiantes avanzadas de tres cuartillas cada una (medida de escritor, una cuartilla es una hoja tamaño carta con 28 o 29 renglones escritos con 68 golpes incluyendo los espacios).

Hasta aquí, lector, llego. Anímate a escribir. No es fácil, pero tampoco difícil.

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