No vuelve el tiempo

No vuelve el tiempo. No. Volverán las becquerianas golondrinas. Ni el ave Fénix. Volverá la moda del pelo azul y rojo. Y los pantalones campana. Todo es posible que vuelva. Pero el tiempo, no. 

Recuerdas entonces el despilfarro de entusiasmo. Y la confianza en la llegada del amor. Los tropiezos. El silencio irrespirable. Los juegos que no supimos jugar. No. El tiempo no vuelve.

Íbamos por la calle sudorosos o con frío. Bolsas del pantalón vacíos. Nada de monedas para un cine u hotel. Hubo, sí, rápidos, besos, a veces, en parques y esquinas oscuras y solitarias. Y un No fue escudo y pasaporte al futuro.

El tiempo no vuelve. No hay mucho tiempo disponible. No vuelve porque no vino, no va. Por tanto no vuelve. Somos nosotros los que no tomamos el autobús. Los que gastamos el boleto sin usarlo. Los que llegamos a mitad de la función. Los que tuvimos miedo. Los que traíamos sobre nuestros hombros lastre de generaciones.

El tiempo está donde estamos. Con sonrisa y experiencia. Damos bienvenidas. Y también nos vamos despidiendo desde que nacimos. Desde la lectura de poemas. O desde el momento de preguntarnos el cómo, el cuándo y el por qué. No importa la edad. Es nuestra conciencia de vida, del tiempo, del polvo y la nada. 

Y hemos de volver viento, flor, pasto, estrella fugaz, nube, agua o desierto.

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