"Ya lo leí el fin de semana", dijo Fidencio

 Lo leí el fin de semana, dijo Fidencio

 

1.- La secundaria donde estudié (ya llovió), la federal 2 de Matamoros, Tamaulipas, lleva el nombre de Don Adolfo López Mateos, y bien recuerdo que en cada aniversario de la escuela llegaba o bien la viuda o la hija de dicho presidente mexicano. Y se hacían actividades culturales. En 1973 o 1974, si la memoria no me falla, llegó a presidir la ceremonia de aniversario, una de ellas, hija o esposa, Doña Esperancita o doña Avecita, acompañada de Doña Hortencia Bussi, esposa de Salvador Allende. Y también recuerdo que cuando el golpe de Estado en Chile, sobretodo por la muerte de Salvador Allende, el presidente Luis Echeverría Álvarez decretó en todos 3 días de luto nacional.

 

Estoy escribiendo de memoria, así que un dato erróneo habrá que achacármelo a mí, a causa del alemán Alzheimer que me persigue por la edad.

Decía ayer que escribo como si estuviera platicando en la sala de mi casa donde de manera fraterna se intercambia el papel de emisor-receptor de manera continua. A veces hasta con arrebato amistoso de la palabra, sobretodo por la emoción o la nostalgia. Así que si gustan un cafecito, té o limonada, con mucho gusto. Yo, limonada.

 

Hoy recordamos, aparte de lo de las Torres gemelas, golpe al orgullo norteamericano, la efeméride del golpe de estado en Chile en 1973, perpetrado por Augusto Pinochet contra Salvador Allende, quien había sido electo por voto popular, siendo el primer político declarado marxista, quien triunfaba en un proceso electoral.

Aclaro que el tema mío por estos días es promover la lectura y la redacción de textos. Lo anterior dentro de un concepto nada original al que llamo la enseñanza del pensar, como tarea fundamental en las escuelas de educación básica. Y que esto que escribo es mi práctica diaria de escribir.

Me impuse no hablar sobre política. Y lo debo de cumplir, aunque me pican los dedos, sí. Pero me autocensuro. Espinoso el tema. 

Es cierto que lo del golpe de estado contra Salvador Allende en Chile es tema que tiene que ver con la política, pero dentro del plano de la historia. 

Sobre dicho golpe de Estado no entro en controversia con nadie. Los chilenos han de tener la mejor opinión, y dicha opinión de unos y otros ha de estar sustentado por la historia personal de clase social, o como bien decimos en México: cada quien habla de la feria a como le fue en ella. Punto sobre los temas. 

Ah, pero confieso que he vivido con la admiración por Salvador Allende, Pablo Neruda, poeta, y Víctor Jara, cantautor; todos ellos chilenos. Este último fue asesinado por los golpistas. Se dice que le cortaron los dedos como símbolo del triunfo de la barbarie contra el arte. Y allanaron la casa de Neruda, bestialmente tirando los libros de una de sus bellas bibliotecas. Triunfo efímero también de la barbarie. 

2.- Cambiando diametralmente de tema. He comentado mucho sobre la importancia de la lectura en el desarrollo del pensamiento. Y que debe de promoverse el desarrollo del hábito desde la casa o desde la escuela. Si los padres no son lectores, entonces la escuela debe de procurar subsanar ese déficit. 

Hay muchos esfuerzos al respecto. Tanto en la mayoría de escuelas, como en las instituciones que tienen esa responsabilidad, como son SEP y Cultura. Desde que tengo uso de razón las escuelas siempre han tenido un conjunto de libros para que los maestros y los alumnos trabajen con ellos. La promoción a la lectura libre tiene sus propias características. Una de ellas es que no es obligatoria. La otra es que de preferencia no se ofrezcan recompensas por leer. Y que cada libro sea adecuado a la edad de los niños. Es monstruoso cuando se les piden leer obras clásicas a los muchachos de secundaria o preparatoria. Porque se consigue todo lo contrario: que odien la lectura, y por ende la escuela y a sus maestros de español. Deben ser, repito, libros acorde no solo a su edad, sino también a sus intereses en temas.

Hago un paréntesis. En Tabasco se utiliza mucho la naranja agria. Desde que llegué en 1979 me di cuenta de ello. Se utiliza en hacer agua fresca y para sazonar la carne, principalmente. Son sabores que aprendí en este exuberante estado. Tanto el agua de naranja dulce o agria, como agua de cacao y de carambola. Son bebidas distintas, y sobretodo muy saludables.

Así que hoy tocó en casa agua de naranja agria, a la que se le pone algo de azúcar, para endulzar lo agrio, y sabe riquísima.

Volviendo al tema de la lectura. Hoy cumple un año de muerto Porfirio Díaz Pérez, un tabasqueño sencillo, austero y prudente, que le dedicó toda su vida a la promoción de la lectura libre. Tuve la oportunidad de conocerlo, de tratarlo, de recibir sus consejos, de compartir mesas de lectura. Incansable, como un quijote tropical, recorría los municipios del estado en una camioneta vieja del Instituto de Cultura en su función de director de la biblioteca central José María Pino Suárez, o como director general de bibliotecas pública. Para él era lo mismo, no importaba el cargo.

Yo formé parte de los grupos de maestros capacitados en promoción de lectura. Me siento orgulloso de ello. Porfirio Díaz amaba los libros como pocos. Estuvo enfermo hace años. Grave. Y logró recuperarse. Y todavía dio brega por muchos años más. Se le recuerda con afecto, con cariño, con reconocimiento, a su incansable labor.

Cuando yo trabajaba en la telesecundaria de Unión y Libertad, Macuspana, Tabasco, año de 1993 y 1994 me comisionaron a rescatar unas cajas de libros que no habían llegado a la escuela, me interesaba porque eran principalmente de literatura enviadas por el entonces CONACULTA. Acudí una mañanita a la biblioteca Pino Suárez donde sabía que estaba Porfirio Díaz. Y con una gran paciencia me escuchó, me explicó por dónde andaban esas cajas, se habían desviado por error hacia otro municipio, y no las querían regresar. Pero que le diera una semana para recuperarlas. A la semana volví y ya me las tenía listas.

Con ellas llegué al día siguiente a mi escuela, con mi cargamento muy contento, a disfrutar el abrir las cajas junto con los alumnos e ir viendo cada uno de sus títulos.

Un año antes de este hecho había llegado yo a esa escuela telesecundaria. Me tocó una palapa con piso de tierra a donde entraban las gallinas de tarde. Era quizá jueves. Al día siguiente llegué con 25 libros míos de literatura, entre cuentos, poemas y novelas. Al final de la clase los invité a que los llevaran a su casa. Y que el lunes los regresaran si no los querían seguir leyendo, si no les había gustado, para que se llevaran otros.

Así fue. El lunes, en el pase de lista iba preguntando sobre cada libro. Unos los regresaban, otros decían que lo tenían en su casa porque les había gustado y lo iban a seguir leyendo. Entre los que lo regresaron estaba Fidencio Ramos Díaz. Había llevado El Perfume, de Patrick Suskind. “¿No te gusto?”, le dije. “Al contrario”, me respondió. “Me gustó tanto que lo terminé de leer entre el viernes en la tarde y ayer domingo”, dijo alegre y ufano.

Confieso que no le creí. No conocía a los alumnos. Y le pedí que me contara un poco sobre el libro. Y empezó a contarme. “Ya”, le dije, apenado por haber desconfiado de él. Y de entre los libros que iban regresando llevó otros.

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