No solo de poesía vive el hombre


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No solo de poesía, también de pan vive el hombre
Tanta lluvia anoche, con viento huracanado. Ya con aviso, por supuesto, de Protección civil, y destacado asimismo en los pronósticos del tiempo. Rayos y truenos. Parecía que caerían peces y pejelagartos. Estuve atento, pero nada. Por cierto salí entre la lluvia a revisar unos libros que dejo afuera, envueltos en plástico, como carnada para ladrones de patios, y estaban intactos, protegidos. Lo que sí es que me di una buena mojada que me tiene con un poco de resfriado. Pero muy leve. Nada de qué preocuparme.
Como sabía del pronóstico de esta abundante y bendita lluvia, me preparé con unas piezas de pan dulce, para saborearlas sopeadas en café con leche, mientras escucho melodías de Debussy, Eugenia León y Rigo Tovar. Así como lo leen. No me justifico, pero Debussy me trae recuerdos junto con ejercicios de yoga, Eugenia León, siempre con su versatilidad, interpretación y fuerte voz aterciopelada. Y Rigo, pues simplemente es mi paisano, y me lanza al pasado de mi niñez y juventud en mi Matamoros querido.
El pan ha sido uno de mis gustos, arraigado desde mi no sé si tierna infancia. Aún recuerdo cuando mi padre en sus viajes que hacía a pueblitos de Guanajuato, me llevaba de la mano y entre caseríos de adobe se detenía en una panadería, compraba su bolsa de pan, y fuera de la panadería y con leche fría lo comíamos, como el más sabroso manjar. Pero era al lado de mi padre. Y platicándome él historias de su pasado familiar.
Ya a los cinco años, tengo el recuerdo nítido como si hubiera sido antier, que donde me acostaba, mi padre ya había colgado una bolsa de pan con dos piezas, para que cuando sintiera el olor, aún dormido, en la madrugada, estirara mi mano, sacara una bolsa, y como ratoncito, estuviera comiendo pan.
Ya de allí iba a quedar como deseo ferviente de comer pan a cualquier hora del día y con el menor pretexto.
Cuando estaba en la Normal, sobretodo en tiempos de frío de 5 grados centígrados, a veces mucho menos, caminábamos desde la escuela nuestras casas, en grupo como de cinco a siente amigos del rumbo, e invariablemente nos deteníamos en la calle Solernau, entre calle uno y dos, a comprar pan. Pero siendo precisos en lo que cuento, unos a comprar, y otros a esconderse humanamente por el hambre, una o dos piezas en el interior de sus gruesos abrigos. La señora expendedora nos conocía bien, y seguró nos pilló varias veces, pero nunca nos dijo nada, al contrario, en ocasiones nos regalaba. Le dábamos quizá un sentimiento entre ternura y lástima. Pero nos veía jóvenes, vestidos de estudiantes, con nuestra mochila, y nos decía: “agarre cada quien una pieza o dos más; son de pilón”. Lo decía como una tía nuestra. Ya no digamos como nuestra madre.
Cada pueblo tiene sus panaderías de buen pan. Y es cierto, cada día la panadería va siendo más sofisticada. Pero no dejo de pensar en las panaderías de los pueblos, que preparan el pan como hace cien años y más, cocidos en directo en los hornos de ladrillo y barro. Algunos de azúcar, otros neutros y otros de sal. Ahora imaginémonos ese pan recién salido del horno.
Se cuenta de la panadería de la esquina, que por el lado de una calle tenía el anuncio: Panadería de Pán. Y al dar la vuelta en la otra calle se completaba el anuncio: filo Reyes.
Entonces les decía que ayer llovía y llovía. En Tabasco no es novedad. Ha cambiado la frecuencia, la duración y la intensidad. Quizá se deba al cambio climático. Antes, como les decía, llovía hasta un mes seguido, día y noche sin tregua ni descanso. Por eso los tabasqueños que andan fuera de su estado, cuando regresan no dicen “voy a mi tierra, sino dicen: voy a mi agua”.
Yo cuando voy a mi ciudad, a mi barrio, que es mi Matamoros querido, digo, vengo del agua, voy al desierto.
Por cierto, como dicen que el nivel educativo de todo pueblo se mide por sus bibliotecas y lo limpio de sus calles, en el caso del pan, se puede decir, que todo pueblo que se respete tiene una panadería donde se hace el mejor pan del mundo. ¿En tu ciudad o pueblo, qué panadería es?
Por cierto, cuando nos tomemos un café, no les sorprenda que pida unas dos o tres piezas de pan. Salgo barato, en lugar de la comida. Pero mil disculpas si van en bolsas con etiquetado negro que en el caso del pan diría: "Exceso de sabor de pueblo". O “No solo de poesía vive el hombre”
Fotos tomadas de internet

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