Apuntes 1 y 2

 He contado que el 8 de octubre de 1979 a las 12:00 hs llegué a la supervisión escolar en Jalpa de Méndez, Tabasco. A 30 kilómetros de Villahermosa, capital. Yo aún no cumplía los veinte años. La oficina estaba en el mismo palacio municipal. Y a unos metros estaban las sórdidas celdas de la cárcel. Una espera normal para la firma. Y a las 2 pm ya tenía mi oficio de adscripción a la ranchería Benito Juárez 2a. Sección. Pero no tenía dinero para hospedarme en Jalpa e irme al día siguiente. Mientras pensaba qué hacer, me senté en el parque frente a esta iglesia. Luego se me ocurrió buscar al sacerdote de allí. Y me dijeron que fuera al curato, donde vive él. Estaba como a dos cuadras. Fui y pregunté. Me dijeron que andaba en comunidades, pero que regresaba como a las 7. Eran las 4. Volví al parque. Me.compré una nieve. El crepúsculo llegó con nubes rojas, amarillas y naranja, como de incendio. Y bandadas de pájaros negros llegaban con ruido a los árboles. Era maravilloso el espectáculo. Como que estuviera dentro de una película. A las 7 ya estaba de nuevo en el curato. Me hicieron pasar y alos pocos minutos llegó el cura. Luego supe que se llamaba José, el padre Chepe, le decían. Le gustaba el fútbol. Me presenté. Le dije de mi situación. Me invitó a cenar. Muy preparado en la charla. Luego dio la orden que me dieran una habitación, que me despertaran a las 5, y me dió 50 pesos para mi pasaje en los famosos camiones de la ruta Caballo Blanco. 

Así fue. Me despertó Doña Carmen en punto de las 5 de la mañana. A diferencia de otros lugares, es una hora agradable en la temperatura. Me metí al baño. Y a las 5:30 estaba ya de salida. Me despedí de Doña Carmen, y le dije de mi agradecimiento al padre José. Y salí del curato rumbo a la parada de combis y autobuses para abordar el que me dijeron con todo y señas: celeste con blanco. Hice mi ejercicio de imaginar quiénes podían ser maestros, por su forma de vestir y los portafolios o bolsas. Y subí. Siempre me gusta sentarme  en la ventanilla para ir viendo.

Jalpa de Méndez, nombrada así en el “de” por el héroe tabasqueño Coronel Gregorio Méndez Magaña, tenía entonces aproximadamente 5 mil habitantes. Tenía un cine y un banco Banamex. Sus casas en su gran mayoría de una sola planta. En su parque estaban frondosas plantas de ficus, esas plantas que rompen banquetas, y que a las 6 de la tarde se llenaban de zanates, pájaros negros, que hacen un ruido ensordecedor, y que dejan en su bajo un conjunto de excremento blanco, que a algunos fastidi, y que a la mirada de un muchacho de casi veinte años, le parecía extraordinario. Y era como si fuera un pueblo de película (como la gran mayoría de pueblos latinoamericanos), con su iglesia, un parque, personas caminando, calles viejas, monumentos, mercado, etcétera.

Yo iba en el camión Caballo blanco que iba a trote medio y mi mirada se dividía entre ver por la ventanilla el exuberante paisaje de todos los tonos de verde, que apenas conocía, y mirar a los tabasqueños que subían, su piel morena, los bultos que cargaban y el tono de su voz tropical, y que hablan muy rápido que parecía que era un español distinto al que yo conocía y estaba acostumbrdo a escuchar y hablar.  

Le pregunté a una maestra. Porque lo era. Son inconfundibles. Que donde quedaba la parada para Benito Juárez. Le dije rápido que yo era maestro nuevo. Y me explicó paciente y con gusto, que ella me avisaría. Y que de allí tomaría otro camión parecido, de la misma empresa. Y a los diez minutos me avisó. Y bajé. El camión donde yo iba tenía ruta Jalpa- Comalcalco. Es una entrada don de me bajé para esperar el transborde que era ruta Comalcalco- Benito Juárez 2ª. Que era mi lugar de adscripción. En pocos minutos apareció. Y subí, igual, sentándome en ventanilla. Pasamos varias comunidades, entre ellas Iquinoapa (que tiene su anécdota “Aquí no apá; allá, pa, en referencia al poblado siguiente Ayapa). Luego Huapacal, 1ª de Benito Juárez y la 2ª. Donde bajé. El olor en ese tiempo de los camiones era muy peculiar. Porque la mayoría de los campesinos transporta entre otras cosas sacos de cacao seco o en baba, de copra seca (la carne del coco), de pimienta negra; entre otras cosas. Así iba conociendo también el lugar lejano de mi casa por donde andaba.

Mi edad 19 años y 11 meses de edad. Lo platiqué con mi hija cuando llegó a la edad de veinte años. “Asuuu, ¿tan chico llegaste a Tabasco y saliste de tu casa? Pobre de mi abuelita Leonor”; dice ella. 

En mi salida de Matamoros me ayudó para la compra del boleto Doña Hortencia Lozano. Y me mandaría una mensualidad económica prestada la Señora Rosalinda Jiménez.  Personas a quienes agradezco mucho. Y tuve la oportunidad de decírselo en vida.

Don Juan no me quiso apoyar con el boleto. Una porque me lo dijo: en las vacaciones no me ayudaste a trabajar. Pero ahora lo reflexiono que pudo haber sido por miedo de que me fuera tan lejos de ellos.

En mi subida al camión estaba la familia de Juanhy Kunhagel. El papá de ella me regaló un billete. Y mi ex novia fue a despedirme. Me regaló una manzana roja. Y un chocolatito Kiss. El viaje hasta villahermosa era de 24 horas casi exactas. Pasábamos en tres chalanes para cruzar a Veracruz, otro intermedio  y luego el último para cruzar a Tabasco. Nos bajábamos del camión. Eran chalanes grandes donde cabían decenas de autos, trailers y varios camiones. En 1979 fue el hundimiento de uno por Ciudad del Carmen, Campeche, donde murieron casi 200 personas y otras desaparecidas.

El viaje de 24 horas no se hizo largo en virtud de que viajábamos muchos compañeros y compañeras de la Normal Mainero.

Decíe, en fin, que llegué a la escuela primaria Benito Juárez, de la ranchería del mismo nombre. Como era octubre y el ciclo había iniciado el 2 de septiembre, solo faltaba un maestro. Era escuela grande de doce grupos, director efectivo, el estimado maestro Juan Domínguez. Y a escepción de dos maestros más, el maestro Domingo y la maestra Margarita, los demás éramos maestros recién salidos de nuestra Normal, cada uno de distinto estado. Y nos integramos   a los tabasqueños Mateo Hernández, Jorge Castillo y Carmita León Damián. 

Entré a la escuela, ya tenía horas de haber inciado la jornada. Me presenté con el director, un hombre moreno de mediana edad. Y me asignó el grupo que esperaba ya a su maestro. Me presentó, era un 3er grado. El salón era uno de esos salones antiguos, de paredes altas, de techos de asbesto en dos aguas. Con ventanas pequeñas. Pero lo sentía fresco, quizá por lluvias anteriores. Quizá por la emoción de ser mi primer día dentro de un grupo, como trabajador de educación de la república mexicana.

Niños morenos, algunos descalzos, otros con huaraches de poco costo. Muy pocos con zapatos de plástico, y alguno o dos con zapatos de piel. Inició así mi primer día.  Conando de quien era. Del Norte. De un lugar llamado Matamoros. Y ellos a la expectativa de escuchar otro tono de voz que no reconocía como el de ellos. 

Cuando sonó el timbre yo estaba fatigado de tanto hablar, con mucha sed. Así que paré a un niño de mi grupo, que andaba correteando. Y le pedí de favor que me fuera a traer una soda. Y volvió raudo, por querer seguirjugando, y me trajo un paquete de galletas de la marca Soda. Me rasqué la cabeza. No había pedido galletas. Y me trajo soda que le pedí, pero eran galletas por la marca.

Lo hice volver por un refresco. Así le conocen aquí. (continuará) 

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