Limonada

 Casi nunca nos detenemos a pensar. Aún quienes escribimos. Recorremos las noticias del día. Y brincamos de un tema a otro. 4T, Trump, Covid, Messi, etcétera. Pero bueno, no todos recorren las noticas del día. Pero algo se busca en el dia para detener nuestro pensamiento. Escucho a la Morena de Oaxaca, Alejandra Robles. Bella cantante. Pero decía que casi no nos detenemos a pensar.

Uno de los planteamientos que he reiterado con el tema educativo es que las escuelas deben enseñar a pensar. Con todos los temas de las materias como pretexto, reflexionar, intercambiar ideas. Que hasta el alumno más callado vaya entrando en esa dinámica del desarrollo de la expresión. Y eso solo se logra mejor desde la perspectiva de enseñar a pensar.

Pensando en ello me tomé un café hace unas horas. Ahora es descafeinado por recomendaciones del médico. O una mezcla orgánica que venden, y que refiere su publicidad que no altera como la cafeína. Uy, así qué chiste. Pero soy disciplinado y hago caso al doctor.

Y hace pocos minutos tomé un vaso de limonada. Y observaba el recipiente y el líquido, mezcla de limón (una variante de limón mandarina que cosecho para casa), agua y azúcar. 

Y pienso (no ha de ser importante como tema, a lo mejor) en el limón, su paso de flor a fruto que crece, madura, en su corte, en el desarrollo de la planta. Había una planta de limón frondosa y productiva en el patio de atrás de la casa, que de una semana a otra amaneció seca, con sus frutos pendientes, los cuales corté, tratando de explicarme la razón de su muerte. Cuando la vi por primera vez, hace unos tres años, había crecido sin ton ni son, y tenía limones por todas partes. Hasta media cubeta de las de veinte litros le cortaba cada fin de semana. Y ella como si nada. Así que efectivamente dolió su muerte prematura. Puede ser que se haya sentido porque la podé sin decirle agua va. Le corté varias de sus ramas. Pero todo quedó así.

La limonada que tomo ahora está muy fresca, pues estuvo en jarra toda la tarde y noche de ayer. Y se siente grato, sobretodo el saber que es una bebida natural, refrescante, sabrosa y saludable. Mas valorada ahora con la Ley antichatarra.

Y cerca de ese árbol de limón mandarina que murió ya estaba creciendo otra. La vi desde los 30 o 40 centímetros. E iba creciendo saludable, fuerte, quizá por lo joven. La hierba le crecía en su alrededor, y cada semana se la quitaba, para mejor proveerle sus condiciones de desarrollo.

Y es ella, ahora grande, que cada semana me da una buena cantidad de limones mandarina. Es un tipo de injerto cuyo fruto de tamaño y color interior es como la mandarina, pero su cáscara verde y lo agrio de su jugo son exactamente un variante de lo agrio del limón. Madura su color es como la mandarina. De allí también su nombre. Originario de la India.

De ese jugo es mi limonada.

¿Y la azúcar? Es morena, sin alusiones. De la que se compra por kilo en el mercado o en las tiendas de la colonia. Sumamente dulce. Imagino el cañaveral de donde viene, su crecimiento, la zafra, el tizne en rostros, manos, ropa de los hombres, que queda luego de la quema, y su paso de la caña por los molinos, luego los envasados, para seguir en su ruta de carreteras, hasta llegar a las tiendas donde uno la adquiere.

El agua, ni se diga. De garrafón. La de la llave siempre viene no potable. A veces se agudiza la claridad y viene como chocolatosa. En el caso de mi colonia no sucede, porque tenemos pozo propio que es lo que nos abastece, extraída por bomba del manto acuífero, y subida a su tanque, un gran tanque olvidado en su mantenimiento, y que pintaron hace tres años,  de donde se distribuye por gravedad a todas las casas.

Yo les invito limonada. Un sabor mejor, porque es de limón mandarina.  Vengan a mi casa.

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