Erratas infaltables

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Las erratas forman parte de la historia de los textos. Siempre hay alguna o algunas que se cuelan, como si hubiera un duende cuya misión es protegerlas y cuidarlas. Por más que pase la mirada del corrector, estas pasan inadvertidas. Y al autor ni se diga. A este por decenas. Aunque para eso está el corrector o correctora.
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Recuerdo cuando en 1989 o 1999 salió publicado el libro "Retratística de muertos", del escritor tabasqueño Efraín Gutiérrez, y venía con doce erratas, y algunas palabras comidas y otras cambiadas. "¿Y cuándo sale tu libro?", le preguntaba yo para constatar si en realidad era bueno o no para la literatura. Y su respuesta ufana  era: "venía con erratas, Calvillo. Y eso no lo puedo permitir. Lo van a volver a hacer". Era así. Y como a los tres meses después salió a la luz ya sin errores.  Las cajas con los libros fallidos los abandonó en el terreno de un doctor amigo allá por los rumbos de Carrizal.
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Hay errores ortográficos y sintácticos. Generalmente es el mismo escritor el del dominio de esos menesteres. Lo ideal es que el libro salga sin errores, lo cual es bastante difícil, por no decir imposible. Y aunque el autor lo revisa de pe a pa, uno o unos resisten y permanecen, para coraje justificado del autor. A veces por que las expresiones salen de su pensamiento con hiperbatones. O en lugar de escribir "no era apto", dice no era "acto". Y hay qué corregirle los errores.
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Otro caso en las erratas es cuando el corrector "corrije" lo que ya estaba bien. Sucede en los diarios, como el caso conocido del ex primer ministro de Israel, de nombre Shimon Peres, que el acucioso y esmerado trabajador cuyo oficio es dejar sin erratas el texto cambió el original Peres por el "correcto" -según él- Pérez. O en el Ingenioso caballero Don Quijote de La Mancha, donde dice "peores cosas veredes, Sancho", corrigió a "peores cosas verdes, Sancho". Y así por el estilo.
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Yo me pongo pomada curándome en salud. Estos textos de las mañanas, los subo tan pronto les pongo punto final, como si tuviera prisa. Tan así que aparecen con ocho o diez erratas. Y luego conforme pasan los minutos o reciben un ocasional "Me gusta", los vuelvo a leer y les corrijo dos o tres erratas. Y al paso de las horas los vuelvo a leer, y cada vez le corrijo algo. Algunos amigos y conocidos las ven y no dicen nada, aparte, generosos, les dan el "Me gusta"; alguno hasta sin leerlo, con la confianza de que va de regular a bueno. Pero hay otro y otra que para eso lo leen, no para saber del tema escrito, sino para corregir y exponerlo en los comentarios, no en inbox, lo cual creo que debiera ser.
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Y sobre las erratas hay historias muy distintas. En las que el corrector se fue a echar la vuelta. Y dejó al ayudante. Y este no tan ducho en la materia,  dejó ir dos o tres gazapos. A veces no sucede nada, tan insignificantes son, tan escondidos quedan. Pero cuentan que una vez, en las páginas de sociales, de un diario local, de cuyo nombre no me acuerdo, se hablaba de una boda y ¡zaz!, sucedió: "la novia cagaba un lindo vestido de satín blanco..." . En lugar de "cargaba", y entonces se armó el San Quintín (pleito, reclamo). Y no hubo más que pedir disculpas, regresar el pago, y al día siguiente ya sacar la nota corregida, con correcto "cargaba". Y gratis.
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Y en pocas ocasiones, pero significativas aparecía en el libro la famosa  "Fé de erratas". Era una hojita que sacaban con la edición y la metían en sus páginas para dar cuenta con dato de página y renglón de los errores cometidos. Solo que, aunque usted no lo crea, la misma hoja de fé de erratas venía con una o dos. Y de allí decíamos que debía venir otra hoja de fé de erratas de la fé de erratas. Y a reír.

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Y hemos de dejar constancia de las erratas en la nomenclatura de calles. En mi colonia,  cuyas calles fueron nombradas como homenaje a escritores tabasqueños, donde incluyeron a Alicia Del Aval, José Tiquet, Ramón Galguera Noverola, y los infaltables Pellicer, Gorostiza y Becerra, asimismo están los nombres de mi amigo poeta Ciprían Cabrera Jasso, solo que se equivocaron y lo nombraron Cipriano, y es lo oficial. Asimismo a Dionicio Morales lo nombraron Dionisio.
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Ya no digamos las erratas verbales cundo estamos platicando con alguien muy cercano y, al nombrarlos, lo o la llamamos con otro nombre. Y a veces es tan grave que nos genera desavenencias por largo tiempo. Por lo cual se sugiere o recomienda estar más atentos. Lo otro es la errata del olvido, cuando nos encontramos en una calle o plaza comercial y alguien nos saluda con efusividad y evidente aprecio, y tratamos de hacer un esfuerzo por recordar no solo el nombre, sino quién es dicha persona. Y al notar nuestra estupefacción, nos pregunta: "¿a poco no te acuerdas de mí?". Y uno tiene dos opciones, decir que sí, aunque no, o decir la verdad: "no, realmente no me acuerdo, de tantos alumnos y alumnas que atendí en mi vida laboral".
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Se habla de algunas erratas muy conocidas en los medios e históricas. Una de ellas, en un diario de Brasil se escribió en referencia a un candidato, "se entretiene en Toy Story", haciendo alusión a las caricaturas animadas, debiendo decir en "se entretiene en Leon Tolstoi", el clásico ruso. Y otra de la que se habló mucho y se sigue hablando, cuando la elección de Karol Wojtila, se escribió que era  "el primer Papa católico", debiendo decir "el primer Papa no italiano".  Y por supuesto que en la edición del día siguiente aparecía publicada la corrección correspondiente de la errata, con la disculpa correspondiente.
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Y volviendo a nuestro amigo y poeta Ciprián Cabrera Jasso (qepd). Era común verlo autografiar uno de sus libros, y como ya tenía bien ubicadas las cuatro o cinco erratas, las buscaba, las corregía a mano, sonriendo, y entregaba el libro ya corregido.


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