Feminicidio, la muerte de Valentina

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El gringo John Nelson Poulos, al parecer, asesinó a Valentina Trespalacios. Es la inferencia razonable legal, hasta ahora. Esto pasó en Bogotá, apenas en días pasados.  El caso es que ella ya está muerta y es feminicidio: matarla por ser mujer. No hay dudas. Se miraban tan bien en fotos, como pareja, y alguno que otro video. Pero no todo lo que brilla es oro. Y caras vemos, asesinos no sabemos, dice la voz popular. Y más él, conocido practicante cristiano en su entidad natal, Wisconsin, Estados Unidos. Y escribo que "al parecer" él fue, porque todo lo parece indicar. Solo que aún no está juzgado, pero sí detenido, aunque quiso escapar, y casi lo logra. Ya andaba por Panamá.

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Un carro se estacionó, ante un contenedor. De allí baja un hombre alto y abre la cajuela. Saca una maleta azul, aunque con algo de esfuerzo. La tira allí y se aleja. Luego un pepenador, rebusca algo y se emociona al mirar la maleta. Y luego se espanta, al ver que es una mujer, ya muerta y da aviso a las autoridades. La foto publicada coincide con Valentina, DJ conocida, muchacha joven y alegre. Y viene la conmoción. 

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John, calculador y frío,  contactó con Valentina, su fin era divertirse. Joven y guapa mujer, se ganaba bien la vida, en ambientar los bailongos, con música electrónica y bien seleccionada. Y en eso le iba muy bien. Tenía su grupo de amigos, como todos los tenemos. Se divertía normal, como cualquiera de nosotros. Y en mala hora conoció a John, muchachón de unos cuarenta. Él ya tenía su familia,  pero se estaba separando. Como suele suceder, en lo moderno es común. 

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Es de creerse en el destino, o aunque no se quiera creer. Todo se va cumpliendo fiel, como en estar bien planeado. Dos tiempos muy diferentes, y geografía tan dispersa, de Wisconsin a Bogotá, una distancia abultada. Y poco a poco los hilos, que aparecen separados,  se van uniendo sin más. Y se dan las circunstancias, utilizando las redes. Un saludo y otro más, e intercambio de palabras. Hasta quedar de mirarse, para al fin conocerse. Ella alegre y de buen carácter, guapa y joven por demás. Él, apuesto, de tranquila mirada (caras vemos). Y empiezan con sus piropos, para atraerse aún más, cada uno con su estilo.  Hasta que él viaja a Bogotá. Esto el año pasado, y al fin se logran conocer.

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Se sabe lo que se dice. En un año él viajo a Bogotá, al parecer solo tres veces. Ambos fueron a México. Él mostraba solvencia. Y eso es muy tentador: hoteles de primera, donde todo está pagado. Vuelos en avión. Y ella es joven, si ya eran pareja, bien podían divertirse, dentro de las posibilidades. Solo que hay sombras del mal, que oscurecen lo que es luz. Ella tenía pretendientes, como es tan natural. Y un novio anterior, al que no quería dejar. Nadie la juzgue por eso. Son decisiones a tomar. 

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El machismo es la sierpre, que promueve todo mal. Él quería aislarla a ella, de su ambiente del trabajar. Donde tenía amigos y amigas, como todo buen mortal. Mas John en su celotipia, empezó a pensar en matar, porque creía que ella, tarde o temprano la iba a engañar, o la engañaba ya. No todas sueñan con gringos, o con rubios extranjeros. pero si el caso se da, por qué no se ha de aprovechar. Solo que los presagios avisan, y se deben escuchar.

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"Yo ya me quiero casar", dijo Jhon en buen inglés. Y ella en buen espanglish comprendió. Y quedaron de juntarse ya. Para eso ella no sabía, porque él no se lo dijo, que rentó solo por tres días un departamento en Capadocia, nombre del conjunto habitacional, en el norte de Bogotá. ¿Y por qué solo tres días?. Lo mismo el auto de Rent a car. Tres días justos tan solo, quizá porque él tenía plan. Y es que se dice, sepa usted si es verdad, que a un detective contrató, para saber de Valentina más, si andaba en otros pasos, de los que él no supiera ya.

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Fueron juntos por sus cosas, hasta eso no era mucho: ropa normal y del trabajo, y enseres de belleza. Y él llevaba su maleta azul, aunque con poca ropa casual. Llegaron al piso 8, donde estaba el departamento, de los que por Airnb se ofertan. Las cámaras de seguridad muestran lo que va pasando. Entran ellos dos. Y al paso de las horas, solamente él sale, de manera más que sospechosa. Para terminar de sacar las cosas, queda solo la maleta azul, a la que falta una rueda. Se le mira sacarla extrañamente cobijada, con una protuberancia como cabeza tapada, montada en un carrito, de los de supermercado.

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Se mira claro en el video, cuando al estacionamiento baja. Y en la cajuela del auto, logra meter la maleta, con su carga del delito. Y en otras cámaras, puestas en la ciudad, se le mira cuando llega hasta el contenedor de basura, y tira raudo la maleta. Y de allí se va al aeropuerto, con destino a Panamá, y con boleto comprado ya para Estambul en Turquía, y de allí a Montenegro, país sin convenio con Colombia, para extraditar delincuentes. Y todo fue tan rápido: abordó el avión con rumbo a Panamá. Y respiró aliviado, creyendo que del hecho delictuoso, ya al fin había escapado. Pero al pasar por revisión ya en el aeropueto de la Ciudad de Panamá, los agentes lo apresaron. "¿Mister Jhon Nelson Poulos?", le preguntaron, y él se quedó sorprendido y callado. Los agentes ya tenían su pasaporte y cara referenciados.

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Trasladado a Bogotá, el juicio está por empezar. Apenas que es él, pareja de Valentina, quien quería escapar. Y por haber pruebas fehacientes, cinta de video sobretodo, un profundo aruñón en la cara, cinta negra en su poder, de la misma con que selló la maleta, es que el juez, en el debido proceso, ha determinando que sea celda de cárcel, desde donde proceda el juicio, y no prisión domiciliaria por motivos racionales que se ajustan a lo que marca la Ley: no tiene domicilio en Colombia, es un peligro para las demás mujeres y tiene tendencia a huir, como quedó demostrado. Lo que sigue en sus tiempos determinados es el juicio verdadero,, en el que se aportan las pruebas. 

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Aunque es evidente su culpa, la Ley marca los tiempos. El delito es agravado. Y la condena prevista en casos de este tipo, es de entre cincuenta y sesenta años. De ser culpable, como parece serlo, según los indicios recabados, que pague caro el delito cometido, en agravio de esa muchacha, cuya vida le ha segado. Que bien puede ser hija, amiga o hermana nuestra. Nadie tiene derecho de quitarle la vida a otra, y no hay razones que a la Ley valgan. Y hay tanta violencia de género allí como en cualquier parte. No nos acostumbremos. Nunca se mire normal. Y no seamos indiferentes. Más grave que la pandemia es el delito de odio. Y contra la mujer está más que agravado.

 




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