Teodosio, el poeta que veía

  

Teodosio García Ruiz: El poeta de la luz y la sombra

 

Antonio Solís Calvillo

Teodosio García Ruiz miraba desde niño con el alma. Los ojos nunca le pusieron límites y, años después, la ceguera tampoco. Murió joven, creativo, a los 48 años. Su muerte fue causada por una diabetes que lo cabalgó pero que también él se dejó cabalgar como un juego recíproco, valiente en la vida. Al fin poeta. 

Teo murió en 2012. Y la muerte, para complacerlo, escogió el 12 de noviembre, Día del libro en México, siendo los libros precisamente su motor de vida. Pero no es sorpresa -o no tanta- su fecha de muerte, porque asimismo importante es la de su nacimiento: el 5 de mayo; por lo demás gloriosa para la historia de México.

Yo lo conocí cuando él ya era poeta. Estaban por publicarle su primer libro "Sin lugar a dudas" en 1985, y a partir de allí siguieron otros libros (alrededor de veinte), entre ellos “Yo soy el cantante”, “Una canción para Leonardo Fabio”, y muchos otros. Lo conocí cuando se reintegró a sus estudios universitarios en Ciencias de la Educación (UJAT) luego de estar fuera un año. Franco y platicador, siempre con opinión sobre los temas, alegre y fiestero, escuchaba y aconsejaba, sugería y proponía. Alentaba, empujaba para hacer. Y es precisamente mi agradecimiento perenne a él.

Me place siempre comentar que, siendo ambos compañeros de grupo, coincidimos en fiesta de estudiantes como vecinos de silla. Y entre una y otra cerveza, música de fondo, platicábamos de varios temas. Por esos días yo leía a “La broma” y “La insoportable levedad del ser”, de Milan Kundera, y de seguro eso lo notó él, lector acucioso que era, y ya escritor. De pronto me suelta: “¿Tú esribes?”. Y mi respuesta a bote pronto fue que no, porque efectivamente yo no escribía. Quizá un poquito sí, quizá un recado o cartas a novia o amigas de la Normal.  Sí recuerdo que en 1982 mandé unos poemitas al concurso de la feria Tabasco, como mandarlos al aire o al mar en botella, y mi nombre apareció como mención. Es decir, sí, pero no. Y el Teo: "creí que escribías por los temas que platicas", me encajó, como lanza literaria de Longinos, en las costillas, esa especie como de reto. Y en otro momento: "¿heladera o refrigerador? Cuál crees que sea mejor en un poema que estoy escribiendo?", me consultó como para hacer plática.

Era viernes. El sábado amanecí cansado y con la tarea de limpiar la casa, porque la fiesta fue en (Allende y Peredo) el departamento que yo ocupaba recién casado. Pero el domingo, engallado con la motivación del gran Teo ante su pregunta de que si yo escribía, tomé mi azul máquina Olivetti Lettera 32, y le puse hoja blanca, y escribí lo que luego fue mi libro "Las malas compañías", editado en proyecto editorial de Óscar Magaña, como presidente de alumnos, y Teo como asesor cultural. Esa ocasión primera, de que yo intencionalmente me sentara ante la máquina con pose de escritor (hay que creérsela) salieron de mi ronca memoria diez cuartillas , anécdotario de cuando la adolescencia.  Una semana después le hice correcciones y se las llevé a Teo. Las leyó frente a mí en silencio y se iba riendo, pícaro, con la satisfacción al haber encontrado un cómplice. "¡Están bien , coño! Te las voy a publicar en “Clarín” (periódico del gran periodista tabasqueño Guillermo Hübner).

En esos tiempos de juventud de los 20-21 años el Teo era robusto, pero no se le notaba mucho porque tenía una estatura arriba de 1. 70 m.  A veces su camisa amenazaba con soltar un botón y él se reía, y regodeaba al decir que era la buena vida de los tacos de cochinita pibil y el chicharrón. Inteligente y perspicaz, sabiendo quién era, ya el poeta joven más brillante de su generación, llegaba a las clases con el cuaderno Scribe doblado o la carpeta en la bolsa trasera del pantalón, saludaba a todos al llegar, y lo sacaba para luego ocupar su pupitre. 

Lo conocí con vista de ojo alegre (ni modo que triste), y fui testigo de su pérdida, de poco en poco, de la vista a causa de la diabetes infantil que le atacó traicionera. Pero el destino es el destino, y no se detuvo a escuchar las recomendaciones de los médicos. Eso sí cumplía con las inyecciones para suministrarse insulina, pero no siguió dieta estricta para sobrellevar la enfermedad. Ya no coincidí con él en sus últimos años de vida debido a los trabajos distantes geográficamente que teníamos. Me dicen que se deprimió mucho cuando la ceguera fue total. Y no quería aprender Braille, hasta que un amigo le habló fuerte: "cabrón, si tu vida es la escritura, si tu ser y esencia es escribir, coño, si ya no puedes ver,  escribirás con el método Braille, porque no hay de otra". Y aunque sí había de otra con las aplicaciones de la computadora que te permite dictarle y ella lo escribe, el Teo afortunadamente aprendió a escribir en Braille.

Teodosio nació en Cunduacán, Tabasco, en 1964. Y vivió en La Venta, Huimanguillo y en Atasta, a la que nombró Atasta City. Viajó a otros estados y estuvo en España, creo que en 1995, en un Encuentro de escritores jóvenes. Fue maestro de telesecundaria; trabajó para la Conalmex-Unesco. Y desde niño escribía versos que llamaban la atención a familiares y amigos. Y no dejó de escribir. Solo que necesitaba el toque mágico del asesor profesional y este lo recibió del poeta ecuatoriano Fernando Nieto Cadena, quien llegó un día a Villahermosa, para coordinar un taller literario. Y Teo, el poeta incipiente, versificador, empezó a convertirse en poeta deveras, y precisamente en esa edad de la juventud primera, fue llamado el “Enfant terrible” de la poesía tabasqueña. Con Fernando Nieto conoció o reafirmó su conocimiento de la música rítmica y cachonda de la salsa con Roberto Torres y Héctor Lavoe, además de la música guajira con el cubano trío Matamoros. Y esa influencia es notoria en sus poemas.

Teo siguió viendo cuando, ya estando ciego,  su mente acudía a ese caudal de imágenes que ya había registrado y las relacionaba ahora con olores, sabores y ruidos. Actualmente el premio de poesía del municipio de Centro lleva su nombre.

Puede ser, lector, te haya tocado alguna vez que estabas en el cine, en esos viejos cines de antes de Cinépolis, y Teo entró y entre la oscuridad escuchaste la festiva voz sonora de él con su grito característico juvenil de llegada: "Ya llegué, ¡zorraaaa!"

 

 

 

 

 

A Miss Carrington 2

 

Sin paso/pie/zapato en el llanto sin medida/

sin amor/corazón/pedazo de carne entusiasmada

sin gabriela/dama/ingenuidad andando en terciopelo

sin estela/mujer/descomprensión latente de mis sentidos

voy a escribir un poema

y adormecer estas nubes de la angustia y el fin

 

A Miss Carrington 3

 

 

 

Como una tierna dama que no nos mira*

 

Como una tierna dama que no nos mira

que no sabe del beso a medianoche sin despintarse

así puede andar una muchacha en esas calles

qsí puede andar una muchacha con fusil y todo

con la rabia del descanso y la esperanza apuntando lejos

pensando en los tíos y en los padres y esto sin moralismo

en los hermanos y en los cuates

como una tierna mujer que nada sabe de nosotros

una muchacha nicaragüense hace guardia bajo la luna

bajo los densos sollozos de nubes entusiastas que esconden satelites usa army

y que la miran

sin rimel ni pintura en la mirada

con ciertos poemas de algún cuate que pinta en las paredes no pasarán

y que por fortuna no amanece muerto al día siguiente

una tierna mujer es la esperanza

una palabra un poema una cierta nostalgia de comienzos

un entusiasmo y un beso dado a media calle

un pedazo de bistec y frijoles refritos puede ser alguna vez la esperanza

yo pienso en esa tierra camarada y me entusiasmo y me duelo y comienzo

así puede andar una muchacha en esas calles

así puede andar una muchacha con fusil y todo

una muchacha nicaragüense que hace guardia bajo la luna

y yo la pienso 


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