Luciérnagas lectoras

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Cuando más estoy entretenido en pensamientos oscuros, esos que atraen desesperanza y meten malas vibraciones, me entero de personas que se reúnen a leer, por gusto. No es casualidad. Es un llamamiento cósmico materializado en atracción que logra reunir a dichos participantes en buscar y esparcir luz. Sí, como luciérnagas. De seguro en sus reuniones hay muchas risas, mucho sentimiento de pertenencia, por una parte al grupo, y por otra, a la raza humana. Y este es uno de los logros más importantes.

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Todo grupo de aficionados a la lectura libre que se reúnan periódicamente, están haciendo -callados-  por la humanidad, mucho más que otros.  Mi reconocimiento, siempre. Porque no es fácil ni difícil. Pero se quitan de sus habituales encargos. Se desplazan de sus casas al lugar de reunión, lo cual genera gasto y utilización de tiempo. Este, que bien pueden dedicar a actividades más redituables, más rentables, por decirlo así. O simplemente descansar. Pero no. Ellos, ellas, insisten en reunirse. Y cada vez que escuchan la obra leída, crecen, en lo interno. Y en conjunto crece la humanidad.

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No es exagerada la expresión que dice: "cuando un hombre muere, muere una parte de la humanidad, porque con esa persona se va una parte de historia, de imágenes, de recuerdos". Por eso lo contrario: cuando una persona ríe y aprende, es la humanidad que crece un poco más, cada vez un poco más.

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A veces cree uno que son pocos y no, son muchos, en muchas partes. Solo que al no saberlo, nos quedamos con la idea equivocada que son pocos y demasiado pocos. Se reúnen en el llano, en la loma, en el bosque, en la explanada, en la falda de montaña, en las grandes y medianas ciudades, en el poblado, el ejido, la periferia, centro, en el margen. A veces con comodidad de casa y amplios jardines. A veces en bibliotecas grandes o pequeñas. Bajo un árbol. Y a veces en un centro cultural o cafetería sin o con wifi. No importa el lugar, sino hacerlo. Y no con presión. Sino con la seguridad que se está logrando un sueño que comprende paz, amistad, amor, solidaridad y el afán de ser mejores, no personas mejores que otras, porque no es competencia, sino mejores en sí mismos.

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Yo lo viví en mi adolescencia. Cuando a los 16-17 años nos reuníamos Cuco, Caro, Joel, Bogar, Rivas, Eligio, Rogelio y otros tres o cuatro más, y bajo un árbol frondoso de jardín amplio, nos pasábamos dos o tres horas escuchando con atención la lectura en voz alta de alguno de nosotros, para luego exponer breve sobre lo que habíamos aprendido en el capítulo leído. Era generalmente los sábados por la tarde, hiciera frío o calor. El anfitrión sacaba una jarra de agua simple, y cuando estábamos de fiesta era agua limonada. Y muy de vez en cuando café con pan. Dos libros leídos recuerdo bien:  el "Principios elementales de Filosofía", de George Politzer y "La madre", de Máximo Gorki.

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¿Que no volverán esos años? En uno no. Andamos en otros años. Pero somos consecuencia de esos púberes lectores. Y en estos tiempos sigue habiendo grupos de muchachos y adultos lectores. Y no solamente en esta actividad, sino también en otro tipo de talleres o clubes, sea literarios, de pintura, fotografía, cineclub, etc. Y hay grupos que practican algún deporte. Y asimismo hay clubs de charla y escucha, que se reúnen en cafés, tallereando los arreglos del mundo. Los he visto, afables, amables, lunáticos y propositivos. Ayer mismo me senté en mesa vecina de un grupo de tres que hablaban sobre el peso mexicano fuerte y lo que significa, la inflación galopante y las razones y sinrazones de la pobreza extrema.

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Toc, toc. "¿Es aquí el club de lectura?", preguntaba una señora elegante al frente de tres más igual. Yo estaba solitario, como en pocas veces en el taller literario. Leía para ocupar mi tiempo laboral. "No, no es de lectura", les respondí sonriente, y las invité a sentarse mientras ellas amagaban ya con irse, decepcionadas que no fuera taller de lectura. Luego supe que se llamaba Juanita la más aventada para preguntar y hablar. Quizá lea este texto. "Pero pueden ustedes escribir", les propuse, como anzuelo para ver si se quedaban. Yo necesitaba más tallistas, los otros no habían llegado esa ocasión, quizá se habían desviado al Submarino amarillo, restaurant bar. "Pero ¿de qué vamos a escribir?". "Uy, de tantas cosas. Y aproveché para exponerles lo que siempre digo como loro cuando alguien me hace esa pregunta.

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Los clubes de lectura son aún más eficaces en el crecimiento personal. Y hay menos ego. Eso creo yo. Porque al terminar no se llevan algo tangible: se llevan -solo y nada más- imágenes de lo leído en la mente, mas el bienestar interior que provoca la sonrisa, el ver reír, y el platicar. A diferencia del taller de escritura o literario, que te llevas las hojas con sugerencias de corrección, y en el taller de pintura o fotografía, llevas una obra que otros pueden ver. En la lectura sin que se dé cuenta el lector en ciernes o avezado, se va viendo diferente, más seguro, más alegre, más consciente de lo que sucede en su alrededor, más tolerante y comprensivo.

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Eso es lo ideal: la proliferación de grupos de lectores por todas partes. Y no solo de lectores, por supuesto, sino de cualquier actividad que a las personas les haga crecer en lo físico y mental. No puedo dejar de escribir la muy trillada frase griega de "cuerpo sano en mente sana". Y escribirla intercambiando los sustantivos: "mente sana en cuerpo sano". Es decir ver los campos deportivos bien cuidados, con el mantenimiento requerido y lleno de niños, jóvenes y adultos caminando, corriendo, encestando, todos los días de semana, y sin alcohol en los partidos, que desgraciadamente me dicen que abunda en algunos lugares. Y las bibliotecas y escuelas en actividades de lectura libre. Es un sueño que no debe quedarse solamente en ese nivel de utopía. 

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Diario Presente de Tabasco acaba de cumplir 64 años de que está haciendo historia periodística. Y en esta nueva etapa, con Víctor Sámano, está promoviendo la lectura libre, con diversas actividades relacionadas con el tema. Y sé de la lectura que Letty Chavarría promueve en Río Bravo, Tamaulipas. Y Pedro Luis Hernandez con su club de lectura de la diversidad textual; asimismo el taller de lectura y literario de la librería de la UJAT, con Lorenzo Morales; y Delia Cantoral y Jaime Ruiz en Casa Alebrijes con el club de lectura Teodosio García y Lectoras bordadoras. Y Wilber Albert en la sala de su casa. El maestro Didier, la maestra Laura Virginia, en las escuelas donde trabajan. Andrés Bolaños y Samuel garcía en Veracruz. Y tantos maestros más (aunque no tantos como debiera ser). Y los clubes de lectura del FCE y los de Conaculta. Y cómo olvidar la inmensa labor de Porfirio Diaz Pérez (QEPD). Y sin duda, el grupo de  "Luciérnagas Lectoras", quienes generosamente me han invitado a dar una charla próximamente.





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