Nostalgia en carne viva
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Aunque parezca exagerado, quienes vivimos de niño en otro pueblo o ciudad lejana, y por diversas circunstancias radicamos en otro lugar, las más de las veces distantes, quisiéramos trasladar gran parte de ese lugar hacia donde estamos. Quizá por eso nos da en visitar una o dos veces por año esos lugares, recorremos sus barrios. Y no es solo nostalgia, que eso puede explicar en la generalidad lo que sentimos. Es algo más. Mucho más. Heme aquí escudriñando y buscando explicaciones. Bien dice el poeta que a donde vamos llevamos siempre nuestra casa infantil, y lo representa con un ladrillo o madero viejo de esa casa.
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Lo anterior porque mi hermana mayor en este último viaje me regaló una plantita conocida como corona de Cristo. Con todo y maceta. "A ver si no tienes problemas en la revisión de aduana ". Ella vive en Harlingen, Texas. A una hora de la frontera. "Por la tierra", agregó. Y también me dio otra plantita con dos flores bellas anaranjadas. "Esta se llama verdolaga de flor", me dijo. Otra hermana, que vive en Brownsville, ciudad pegada al río Bravo, como Gaviotas y Villahermosa, me regaló un esqueje pequeño también de corona de Cristo. Un hermano me regaló un lirio que da flor blanca con rayas bermejas.
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Así que en la imposibilidad de traer cosas, objetos o plantas más grandes, me traje esas cuatro plantitas. Con temor, claro, de que no me las dejaran pasar, por eso de las plagas, que causan daño a la flora y fauna de otro lugar. En el momento del cruce me sinceré con el agente de la Guardia nacional. "No se preocupe, lo entiendo", me dijo. Y agregó nostálgico, con los ojos llorosos: "yo también estoy fuera de mi casa y extraño la tierra donde nací y crecí". Por poco nos ponemos a llorar los dos. "Gracias, oficial. ¡Que viva la Guardia Nacional", exclamé agradecido.
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Sí, el mismo guardia que me hizo un interrogatorio exhaustivo, como si yo tuviera cara de terorrista o sospechara que llevara armas para guerrilla o bomba para dinamitar puentes estratégicos. Aquí reproduzco el interrogatorio: ¿A dónde va? A Tabasco. ¿De donde viene? De Brownsville. ¿Cuantos días duró acá? 10 días. ¿Trae identificación.? Si. ¿Me la muestra? Si. (Saco mi INE y se la paso) ¿A qué se dedica? Maestro jubilado. De qué nivel. De primaria. ¿A qué se dedica ahora? Escribo. ¿Qué escribe? Relatos. ¿Gana dinero con eso? Ganó en salud. ¿Hizo compras en Estados Unidos? Sí. ¿Qué compró? Dos pantalones y ropa interior. ¿Trae los tickets? No. ¿Por qué no? No creí necesario. ¿Sabe lo que es la franquicia? Sí. ¿Qué es? Y así por unos diez minutos. "Pase, pues". "Gracias". Por cierto, no revisó maletas. Y fue cuando me sinceré: "Llevo cuatro plantitas, oficial" "Ah, eso es grave", soltó. Luego las vio y sonrió. Fue cuando le brillaron los ojos, como queriendo llorar.
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"Pase, pase", me apresuró, pasándose la mano por los ojos, restregándose, como evitando una lágrima, o que se le viera llorar. Son muchachos jóvenes. Quizá recién casados, que dejaron a la esposa lejos, a la madre enferma, a los hijos que empiezan a caminar, o hablar, en la sierra de Guerrero o Oaxaca. "Yo también soy de fuera y extraño mi tierra, maestro", dijo al ver las plantas en macetas y con tierra. "Gracias, oficial", me subí al auto, y arranqué lo más rápido, antes de que se le pasara la nostalgia en carne viva. Por el retrovisor vi que se pasaba la mano de nuevo por los ojos. Y empezaba a revisar otro auto.
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Si se pudieran traer cosas del lugar donde uno nació y creció al lugar donde radicamos, me traería el árbol viejo de mesquite, en el que pienso cuando canto "Mi árbol y yo", de Alberto Cortez. Cada vez que ando por allá lo miro, me acerco y lo abrazo. Y miro unas ramas gruesas cortadas, por presiones de los vecinos. Me traería la cerca viva de muicle, planta medicinal, buena para la depresión y la ansiedad. Además que desde tiempos prehispánicos se usaba para curar disenteria, sarna, fiebre y sangrado uterino (Hernández, 1790). Estaba, cuando niños, de cerca frontal en la casa. Continúa viva, solo que ahora en una esquina del patio. Atrae colibríes por sus florecitas anaranjadas con miel. Y personas enfermas pasaban a pedir de sus ramitas. "¿Cuánto es?", "Nada", respondía mamá, aún con su pobreza y necesidad.
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A veces en la casa vieja reviso un veliz con fotos antiguas y las capturo digital, y las guardo. Miro tazas de barro de hace muchos años y me traigo alguna. Hay un molcajete y un metate viejos como Matusalén, cuidados celosamente por mi hermano. Está siempre muy pendiente para que no lo tomemos y menos sin su consentimiento. No lo usa. Ni yo los usaría, solo que la nostalgia sería menos si los tuviera en mi casa. Mi mamá sí lo usaba para moler maíz y café. Recuerdo cuando niño verla moler. Mientras hacía ese trabajo, acuclillada, o más bien hincada, cantaba una canción de Los Churumbeles de España, Lisboa antigua o la Leyenda del beso.
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Cuatro años después de que murió mi padre, estando yo de visita en casa de una hermana menor, que radica en Brownsville, y estando precisamente en un convivio con carnitas asadas, entró a la casa, y a los cinco minutossalió con un reloj en la mano y me lo entregó. "Era el de papá, el que traía en el momento de su muerte. Quédate con él". Así me dijo. Yo tomé el reloj, aún con sangre seca de esos trágicos momentos. Y vi que estaba funcionando. Le pregunté si le había cambiado la pila. "No, es la misma. No ha dejado de funcionar", me dijo. Tomé el reloj y me lo puse. Y lo tengo guardado como una reliquia. Cada vez que voy a un evento donde voy a hablar en público, me lo pongo. Siento como si fuera Don Juan el que estuviera hablando.
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Si te gusta ir al mar y sumergirte y nadar, caminar en la playa, es por nostalgia. Recordemos que la vida empezó en el mar, unicelular y luego pluricelular, y en el viaje de millones de años, salió a tierra, para adaptarse a las nuevas condiciones. Así que regresamos por nostalgia, necesidad del alma. "Todo tiene memoria", me dice Jaime, un amigo escritor. Y agrega: no es que si rellenas el agua inunde porque busca sus lugares ancestrales de asiento, sino que reconoce el agua que somos en un 75 por ciento. Así cuando entramos al mar sentimos como si nos acariciara, como se acaricia al hijo pródigo que luego de años de haberse ido a la aventura de la vida, vuelve, y el abrazo es de entrega total: sentimiento, nostalgia, cariño. Así el agua del amr nos abraza.
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De traer conmigo algo más a donde vivo, para acariciar a la nostalgia, me traería el pino grande canadiense del patio de la casa, me traería la casa, la playa Bagdad, el río Bravo, los puentes internacionales, sobretodo el llamado nuevo y el viejo, cuando había solamente dos. Me traería el Auditorio Matamoros, donde veía entrar a nuestro campeón de box Rogelio Lara. Me traería mi barrio completo, con sus callejones, la escuela primaria Cuauhtémoc, la secundaria 2, la iglesia San Antonio, las tiendas antiguas que ya no existen, el estadio municipal donde corrí en mi adolescencia, el laguito con sus bancas y lanchas, por donde me besaba con mi novia de los 18 años. Ah, y me traería la copa receptora de agua, donde está el mural de Rigo Tovar. Me traería dos o tres estaciones de radio donde tocaban pura música norteña y tropical. Y sin faltar me traería los abrazos de mamá y papá. Solamente eso, no quiero más.
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En efecto, como podrán adivinar: todo eso y mas traigo dentro de mí. Y todo ello es lo que define quien soy.
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