Mi padre

Me padre me enseñó un día la melancolía y la nostalgia. Que parecen sinónimo. El quedarse absorto por la tierra de atrás, en ruta a la tierra donde vamos. Y miraba el infinito. Su caminar fue siempre seguro hacia el lugar de la tranquilidad. Quiso volver a donde iba a diario. La mirada serena y tierna a causa del  saber que atrás de la cortina no hay más. No hay más que el vacío para encontrar después la misma inquietud de buscar: las calles de su ciudad que bien le saben su andar. Precisa la calle, el rumbo, la ruta. Un bajío tigrado. Unos ojos jade suave. "Qué ojos, Don Juan", le escuché decir a mujeres, yo niño, cuando me llevaba a caminar. Grande que es, le vi achicarse en una esquina cuando el funeral de mamá. Una sola vez le vi el enojo. Guardó silencio por días, cuando al regresar de su trabajo miró el árbol caído del centro del solar. Un pino mayúsculo y floral, en el suelo, y le vi llorar. Fue su orgullo. Pero hubo necesidad de quitarlo para levantar la nueva casa. Una semana salía y regresaba sin hablar. Hasta que poco a poco le pasó, sobre todo al ver excavaciones y cemento más varillas de los cimientos. Cuando nos vemos me abraza, como viejos amigos, como viejos hermanos. Qué bueno que viniste. Aquí estoy, con el mismo mirar de Juan. Digo lo mismo en este instante. El que escribe es Juan.

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