Tuerto, manco, cojo.

Y ahora cómo verte si me falta un ojo. Si la mirada se perdió en los azules del mar y cielo. Cómo acompañarte si ya no tengo un pie ni tampoco mis muletas. Si me canso rápido sostenido en un solo pie, el izquierdo. Como abrazarte bien si perdí mi brazo en la batalla de la espera, impaciencia por los caminos trillados. Yo no soy otro, a veces, si acaso, el yo que me inspira. Cómo escucharte si se el aire no transmite ruidos sordos, vocales sin comillas. Como saber de plano si el laberinto es la vida misma con sonrisas o sin ellas. Y ahora cómo construimos el castillo en el aire, o el castillo de arena, belleza formidable. La contienda de vida ha terminado. El último andén es un espejismo para simbolizar la muerte. Nada temo a la espada sobre mi cabeza. Es la imaginación negada. Es la carnada que funcionó precisa en la ruta hacia la caverna cuaternaria. Bisontes y búfalos resoplaron para quedar grabados rupestres en ese grito o gemido de la especie donde apenas resoplamos. Ahora tuerto, sin la planta de pie necesaria para el equilibrio. Y sordo a las explicaciones que se piensan, que se graban en archivos inaudibles. Y manco para los medios abrazos cuando nada te falta solo una verdadera sonrisa. Y no cosa, objeto, fuego utilizado y fingido. Brincos dieras.Ya ahora, cuando toda ha terminado, todo empieza también de nuevo. Canto ahora. Y la alegría no es obligación de nadie. Es ritual de paso para dorar la píldora de la existencia. Ahora el vacío, cuenca donde mi ojo izquierdo habitó por muchos años, requiere de una ruta hacia la dorada espiga. Temple y dicha. Y soy yo, el mismo. Aunque otro también soy, y me habito.

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