Perdón, al fin adiós
A ti. Me perdones por el alarde y confianza del cabrito. Cabrón. Y esas puntas de espín que laceran. La palabra nunca fue por sí sola poesía. Mas lleva carga de lo que fuimos. El origen. Me he perdido en viajes a otras playas, cordilleras abruptas, selvas tupidas, blancos picos de mármol. Y a todo eso el olvido se me viene de pronto. Y el arrabal. La escoba. Las flores del pantano. La rosa en llamas. Y la mirada anida en el guiño. Betún de pastel y miel con pétalos de rosa. Perdón. Me he ido. Y el llanto a contracorriente. No tengo pretextos, mas sí textos. Y egoísta me habito a mí mismo. Mi mirada tiene radar de movimiento. Por ejemplo de las olas. Y los holas. Y perdonarte el hilo negro que no entra en el ojo de la aguja. El camello primero. Y esa mirada desde las alturas. Como obedeciendo a otro ritmo de la vida. Pasarela con collares cascabel. Aquí el paréntesis. Poner ese cascabel al gato. Y los sueños de volar en el cenit del pantano. Es verdad hay aves que no se manchan. Fue bella esa edad en la que el juego era la señal de identidad. La luna maravillosa alumbrando el despertar en el camino de terracería. Así que adiós. Me subo a otro tren. Que va por otros paisajes de la vida. Nos hemos soltado. Y eso es bueno. De sueños.
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