Dulce

Allá en mi infancia, ya lejana, los dulces de camote y calabaza eran mis preferidos. Por la casa pasaba un vendedor de dulces de camote. Y a veces mi mamá en su pobreza hacía un esfuerzo y compraba. Era en almíbar. Y nos compartía un pedazo chico a cada quien. Me parecíamos chico de lo que era. Y mi madre quizá por preferencia. No lo creo. Quizá porque veía mi cara de hambre. Me daba otra pequeña ración. Lo mismo con el dulce de calabaza. Por eso ya un poco más grande hacía mi esfuerzo con el dinero que me daban para comprar u pedazo y por cierto a nadie compartía. Cuando estaba en la Normal y pasaba por Cristóbal para irnos juntos a la escuela, a veces su mami Doña Petra  me invitaba una empanada de calabaza. Y luego quizá miraba en el rostro mi hambre que me preguntaba que si quería Otra. Y yo le decía que no, por pena. Y ella como si escuchara que sí ponía junto al atole co café con leche otra. Yo me saboreaba. Eran los momentos más lindos de mi vida. Dulce. Siempre dulce. Ahora. En esta edad. Aún con mi temor a la diabetes, enfermedad del averno, procuro comer mi dulce de camote o calabaza. Y otra historia del dulce tiene que ver con el postre llamado capirotada. Que unto con las tortas de camarón hacía mi madre en Semana Santa.

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