Álvaro, poeta con alas o velamen para el viaje literario

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Ayer llegó de visita al taller literario Álvaro Solís Castillo, poeta tabasqueño. Siendo verdadera estrella de la literatura mexicana, con múltiples premios, libros y reconocimientos en su alforja de vida, ganados a pulso, con dedicación y entrega, llegó como si fuera uno más, con la sencillez y humildad de los verdaderos artistas y maestros. 


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Estábamos metidos en la lectura en silencio de un texto de narrativa que llevó Johan Barrera, y de reojo vi llegar a alguien con mochila al hombro, y cubrebocas por los tiempos del covid; por su perfil y estatura me pareció que era Mitchell, tallerista beat de Huimanguillo. Pero rápido me di cuenta que era la visita esperada. Jaime Ruiz Ortiz  y Delia Cantoral López , los anfitriones, ya nos habían anticipado: " es muy probable que llegue el poeta Álvaro Solís Castillo", "me mandó un mensaje preguntándome si había sesión de taller hoy, y le contesté que sí". "¿Es casi seguro?", pregunté dubitativo. La respuesta de Jaime fue: sí. 


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El taller literario  es ante todo, un ambiente. Se presentan textos propios,  con el fin de  hacer sugerencias de corrección, se platica sobre diversos temas, relacionados con la misma actividad de escribir, se motiva, se anima a seguir en esa ruta de crecimiento, el conjunto de todo ello hace posible el sentirse en el lugar correcto para los fines de mejorar como escritor. Y por supuesto que hay un plus cuando se tiene la oportunidad de platicar con un escritor que ha recorrido un buen trecho y que ha logrado hacerse de un nombre en la selva bella, mágica y prodigiosa  de la literatura. Y ayer nos visitó Álvaro Solís Castillo, como les iba diciendo.


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Su educación básica y bachillerato los estudió en Villahermosa y Jalpa de Méndez. Tres años y medio estudió arquitectura en la Universidad Juárez  (UJAT) pero no era lo de él. Así que se salió y buscó la carrera de filosofía en Tabasco, pero... la dejó porque no era lo que esperaba, eran tres alumnos solamente, profesores curas, etc. Y se fue al centro del país a estudiar dicha anhelada carrera de reflexión existencial sobre el qué de la materia y la vida, el cómo y el para qué, etc. 


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Como pocos estudiantes con visión, hizo un año sabático entre el bachillerato. Le dijo a su mamá. Ella lo apoyó  con la  condición de que elaborara y le presentara un Plan de lectura. Y así procedió y, aprobado este,  cumplió su sueño: leer como casi única actividad en lo cotidiano. No le pregunté sobre qué contenía dicho Plan de lecturas, pero me lo tengo qué imaginar, tanto de narrativa, pero principalmente poesía en sus orígenes con clásicos, del medievo, contemporáneos, modernos, lo que tendría que dar un panorama general del universo específico de la literatura como parte de las artes.


Asistió a varios talleres literarios en Tabasco. Uno de ellos con Teodosio García Ruiz, ya fallecido, con el que fue compañero de Jaime Ruiz y Daniel Peralta; y otro con Maximino García Jácome. Cuenta de la honestidad de Max, quien en algún momento les dijo que se buscarán a otro guía porque ya habían avanzado y él hasta allí llegaba. Y cuenta también de la convivencia con Teo, ya ciego, quien en una ocasión mandó comprar pizza, solo que los que estaban con él le avanzaron con todos los triángulos. Y Teo, al buscar uno tanteando con la mano, se dio cuenta que ya no había. "Ay, hijueputas, ya sé la acabaron", dijo con sorna. Y así como lo dijo riendo, mandó a comprar otra.


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Álvaro Solís  destaca la importancia de dedicarle tiempo a la literatura, de leer mucho y de dominar la forma en las distintas maneras de poetizar, para que las ideas  se concreten mejor en el poema: debe estar a la par forma y fondo. Solo así. Porque hay poetas famosos que dominan la técnica, escriben bien, pero no hay sustancia poética, y lo contrario, quienes tienen el talento y se pierden en el camino, por no conocer la manera y forma de escribir mejor.


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El hablar del poeta que nos visita tiene la virtud de lo didáctico. Es claro y directo. No está su charla afectada por lo académico. Expone sus ideas de manera sencilla, percibiendo la necesidad de los talleristas, la sed de aprender. Y receptivo a las preguntas: ¿a qué horas escribe?, ¿cuál es su rutina?, lo que significa el rimar, y otras parecidas. "De cuatro a seis y media de la mañana", dijo sobre el tiempo en el que escribe. "Ya hace más de sesenta años que se dejé a un lado la rima". Explicó sobre endecasílabos y alejandrinos, versos con medida de once y catorce sílabas. Pero sobretodo resaltó sobre la monotonía cuando van las acentuaciones en la misma sílaba, y la riqueza cuando el poeta va cambiando a las tónicas en sílabas diferentes, he allí la diferencia, y lo importante de conocer la técnica.  


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De manera natural, como mostrando el camino de lo posible cuando se le dedica tiempo suficiente a la literatura, comentó sobre sus libros y sobre las becas, destacando la beca de la fundación de las Letras mexicanas. Por ella tuvo que radicar en la Ciudad de México, sin preocuparse por los gastos de manutención, freno para muchos por tener que dedicar gran parte del tiempo en otros empleos ajenos a la amada y amante literatura. Comentó de los maestros que tuvo allí, de la biblioteca disponible, del cubículo asignado, en fin de la maravilla de poder dedicarle el día a día a actividades relacionadas con leer, escribir, escuchar conferencias, charlas. Entre sus maestros: Verónica Volkov, nieta de Trostky, Mario Bojórquez, entre otros.


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¿Identificaste algún maestro lector en la primaria o secundaria, Álvaro? Ninguno, su respuesta tajante. En la preparatoria sí, y era maestro de inglés. En mi casa había libros, mi hermano mayor, mis padres, compraban. Teníamos una modesta biblioteca. Demian, de Herman Hesse, fue de mis primeras lecturas. Y nos comenta satisfecho que dos de sus poemas están publicados en el libro de segundo grado lecturas de los libros de texto gratuitos. "Y gracias a lo que me pagaron, me casé", dice sonriente.


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Estábamos acotados de tiempo (aún buscando más) por la siguiente actividad programada de cuentacuentos, en Casa Alebrijes, a las siete, de tal manera que nos acomodamos en otro espacio, mientras preparaban  el escenario. Escuchamos allí sobre el nombre de su homónimo Álvaro Solís, maleante director del penal San Lucas, de la Isla de los hombre solos, de fincas henequeneras en Yucatán, de una esclava vendida y revendida y sus tragedias, de los cronistas de "Indias", de un conquistador negro liberto, a manera de viaje por los tiempos, a manera de muestra de que no le está vetado ningún tema al escribir poesía, y hay que hacer proyectos, sembrar con esfuerzo para cosechar los dulces frutos de los buenos y logrados poemas, que solos vendrán los premios y las publicaciones y los viajes, claro. Parte de sus proyectos "limpiar mi nombre", en referencia literaria al homónimo director de aquel penal famoso de Costa Rica.


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De plática sencilla, palabras como alas o velamen, su nombre Álvaro Solís Castillo, de oficio poeta, y profesor de literatura en la Benemérita Universidad de Puebla, precisamente de los ángeles.

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