De regreso a la cueva

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Ayer sábado, al finalizar el taller literario, salí dos veces. Ya estaba oscuro. En la primera, avanzada media cuadra, sentí esa necesidad imprevista de tirar agua -orinita vengo, mi arbolito- y me regresé. No sabía que en la segunda me iba a encontrar con la muerte en forma de puñal en la mano de un hombre esquelético, de unos cuarenta años, y tuerto. "Hey tío, esto es un asalto. Deme los libros, cartera y el celular". Asustado , recriminándome "para qué me había regresado, si en la primera ya estaba por llegar a mi auto". El tipo se veía en sus cinco sentidos. Su voz metálica,  haciendo juego con el cuchillo. Y era el fin, creí, pensando como rayo en lo que me  falta por vivir, y lo peor, morir sin brillo, sin honor, acuchillado por un transeúnte, seguramente hambriento y sin celular. 

2

Le entregué lo exigido. Me los arrebató. Se nota que tenía experiencia. "Este teléfono es de Oxxo, y lo que mi hijo quiere es un aifon". Me lo regresó sin mostrar enojo. Sacó el único dólar qué había de mi cartera y las credenciales. Vio las de inapam y de maestro. "Así que es usted maestro; si yo aprendí a leer y escribir con uno de ustedes. Le regreso su cartera, tío". Lo hizo, con respeto. Y escudriñó los tres libros y leyó los títulos: Metamorfosis, Pedro Páramo... Sin lugar a dudas. "Me quedo con este último. Los otros dos ya los leí", dijo, mientras escondía entre sus ropas el arma blanca. Y se fue a paso veloz, entre la penumbra del parque Los pajaritos. Yo respiré aliviado. Vuelto a la vida.

3

Hablábamos de los principios de novela. Del primer párrafo. Ese que te pesca como pescado lector, el que te atrapa y quieres seguir leyendo. A manera de anzuelo y carnada. Repasamos unos cinco párrafos de inicio, el de Metamorfosis, el de Farenhait 454, Crónica de una muerte anunciada y el de Cien años de soledad. Reiterando que el lector tiene ventaja, lego de leer el primer párrafo puede seguir leyendo o dejarlo y no volver a él. Se dice que 19 de cada 20, lo dejan y solo uno lo siguen leyendo. Y todo es a causa del primer párrafo.

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Luego de un descanso de mes y medio, reanudamos el taller La Cueva de los Alebrijes, en Casa Alebrijes. Siempre atentos, Jaime y Delia. Este sábado asistieron Nancy, Hilario, el hermano de Luis Alonso, y dos jóvenes, quienes asistieron por primera vez. Como anillo al dedo nos cayó el cuento que presentó Nancy, porque los jóvenes recién llegados, pudieron ver la dinámica del taller, luego de la explicación que les hice. Uno de ellos asistió por sugerencia de nuestra amiga Reynalda Cliff, poeta. El cuento presentado es breve, de una cuartilla, con asunto fantástico. A veces, entre el autor y el lector, por poseer la literatura una variedad de significados, hay diversas interpretaciones. Lo mismo sucede con este cuento, que siendo una la linea argumentativa en su creación, otras son las interpretaciones. Algún ajuste a veces es necesario de acuerdo a las sugerencias de los tallistas, y esto queda a la decisión de la autora. Pero de que el dinosaurio estaba, sí que estaba. Todos lo vimos desde los distintos puntos de vista.

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Uno de los jóvenes traía en su portafolio varios cuadernos donde se encuentran sus textos manuscritos. Y si hay que traer varias copias para su reflexión y análisis, entonces sería pesado, así lo dio a entender. Se le aclaró que puede traer tres hojas, como muestra de su trabajo. En ellas han de aparecer tanto los mismos aciertos de todo lo demás, como los probables errores de redacción. Y al comentar que es narrativa lo que escribe, nos pusimos a platicar sobre los distintos tipos de narradores, así como le sugerí buscar algún archivo que compendia varios inicios de novelas importantes, incluyendo los que ya comenté anteriormente.

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Asimismo platicamos que el taller es un espacio de confluencia a donde asisten personas interesadas en escribir y leer, en ese orden, pero que tienen valor para hacer público lo que escriben y tienen la entereza para escuchar comentarios sobre su trabajo. Por lo cual se recomienda que los comentarios sean sinceros, pero prudentes. Comentarios que ayudan, no que destruyen, que motivan, no que desalientan. Y cada quien al practicar este tipo de lenguaje en los comentarios, va ejercitando el lenguaje solidario, de camaradas.

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"Me interesa la literatura y la filosofía", adelantó el otro chico. Le urge aprender para escribir un texto de urgencia y nos dijo emotivo. Correcto. Y cabe aquí una aclaración no pedida, pero pertinente. Los que asisten a los talleres literarios no todos precisamente van a ser escritores. Pero lo que sí es que les ayuda a organizar mejor su pensamiento y van a encontrar muchas maneras, sobretodo con belleza y lógica, de exteriorizarlo. En todo caso mejorarán su forma de escribir (también de expresarse de manera verbal), lo cual les ayudará en sus trabajos, en escribirle carta a la novia, carta de reclamo o agradecimiento al gobierno. Y al ir desarrollando un lenguaje más claro y preciso, comprenderán mejor la circunstancia que les ha tocado vivir (me he puesto serio al escribir esta parte). He dicho.

8

Imaginemos. La fantasía y la ciencia ficción son campo de la literatura (Kafka, Julio Verne). Imaginemos. Se cambian los hechos mediante textos apócrifos (Karel Kapek). Imaginemos. Se recrean hechos históricos (Fernando Del Paso, Jorge Ibargüengoitia). Imaginemos. Se filosofa a través de los personajes que piensan (Milan Kundera, Diderot). Imaginemos y denunciemos (Solyenitzin, José Revueltas). Etcétera. La literatura por escribir es un campo fértil donde lo ya dicho deja abierto asimismo el campo del decir. 

9

Es grato volver al taller. Encontrarse de nuevo con amigos y amigas, jóvenes y no, quienes disfrutan la creación literaria, tanto en lo que leen (porque hay que leer) como la emoción de que de nuestro pensamiento y mano aparece un texto. Y diría Monterroso que habría que intentar dejar de escribir para ver qué pasa, y si no pasa nada, pues ya está resuelto. Y si hay inquietud y ansiedad por escribir, pues a seguir escribiendo, y si lo hacemos cada vez mejor, pues ya es ganancia y satisfacción. 

10

Pero volvamos al párrafo inicial de este texto. Es verdad que en la segunda ocasión de mi salida de Casa Alebrijes, al doblar  la esquina para enfilar al Parque de los Pajaritos, hacia donde estaba mi auto, me crucé con un tipo tal como lo describo. Me saludó con un "hola tío, buenas tardes". Punto uno: no era mi sobrino. Punto dos. Le dije "hola, buenas tardes". Y punto tres: cada quien siguió su camino, en estos destinos individuales que se van cumpliendo en concatenación de hechos que parecen fortuitos, pero que son consecuencias de causas de otras causas. En este caso, leer, escribir, llegar los sábados de 4 a 6 en Casa Alebrijes, estimar a Jaime y a Delia, etcétera.


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