Dios no es sordo
1
Escuché al principio la voz de mi madre con sus cantos de cuna. Y allí me di cuenta del amor. En las circunstancias que fueran. El canto de mi madre era simple, como la vida misma. Era hermoso como la vida misma. Era la comunión en la trascendencia de la carne.
2
Escuchar es el don de percibir las vibraciones. Y en ellas van todos los significados. Más allá de lo que dicen las palabras. Si el ser aprende a vibrar y escuchar las vibraciones entonces podrá transitar como pez en agua, como mosca en pastel, como rana en charco. Vibrar es la señal de la vida. Aquí, allá, en todas partes. A eso se refiere la expresión de buena o mala vibra.
3
Escuché el agua del río caudaloso. Escuché el murmullo del mar. El sonido que sale de la concavidad del caracol como eco del mar. Escuché el piar de las aves cachorras. Y el canto de las mismas ya en otra edad. Escuché el cascabel de la serpiente. Escuché el canto de las sirenas y me tiré a las aguas para construir el futuro del amor fantástico. Y al colibré al viento. Al hacinamiento. A los ayes del infierno. A la oración entre dientes en los templos.
4
Escuché la voz de mis maestros, en distinto tono, algunos con el timbre acompañado por sonrisas, quienes dibujaban y pintaban con palabras imágenes de otros y los actuales tiempos, donde comprendía que tenía un espacio provisional en el traficar del mundo. Y que había un tiempo para todo, y que cada uno tiene sus propios afanes. Todos y cada uno de ellos, los maestros, con corazón dulce.
5
Escuché la voz de la amistad que me contaban y les contaba sobre nuestros sueños y anhelos, sobre amores malogrados, sobre la esperanza de transitar otros senderos. Y en esas voces comprendí que uno para todos y todos para uno en ese acompañamiento de solitarios que trascienden cuando vislumbran que el futuro no es la panacea y solo el presente continuo es la realidad, casa de la existencia, circunstancia específica para nuestros pasos.
6
Escuché la voz del amor, vibración sublime, que me mostró como Virgilio, doloroso y sublime, el infierno del paraíso, transmutado en momentos de gozo y de nostalgia, con rostros específicos, y almas que abrazaban aún en el recuerdo. Aquí te espero café biunívoco, estás y no estás, eres y no eres, agua que se escapa entre los dedos, añoranza por lo que fue, es, será.
7
Escuché cuando me nombraron y estaba, y cuando me nombraron y ya no pude decir presente, cuando me nombraron y ya no pude dar un paso al frente. Yo quería hablar, quería gritar, mas nada de voz salía de mi garganta. Fue entonces que me di cuenta que estaba soñando, y que era la vida misma en su dimensión exacta para comprenderla, pero al momento de llegar a esta punto, ya se había terminado el juego del vivir.
8
Escuchamos para responder. No pensamos sobre lo que la otra persona está diciendo. Solo escuchamos para buscar los argumentos que nos permite ganar la discusión, dar a entender que sabemos más, que podemos más. Yo también ya fui a ese lugar. Yo tengo uno más grande. Yo ya pasé por allí. Yo ya tuve uno como ese. Y así transitamos.
9
Yo he escuchado el batir de alas de los pájaros. El murmullo de las hojas movidas frenéticamente o suave por el viento. La caída del agua de la cascada. La caída de un tronco de árbol cortado por el hacha del leñador. Desde dentro de la cueva escuché el estruendo del temblar de la tierra. El horrísono del trueno que sigue al rayo en su trayecto. Escuché discursos y cuentos para dormir. Escuché diálogos de salón. Ruido humano en el cabaret cobijado por las luces de neón. Escuché el poema, muy cerca de mi oído, que es como escuchar a Dios.
10
Si sabes escuchar el silencio, si sabes escuchar tu corazón, es que Dios no es sordo.
Comentarios
Publicar un comentario