La muerte grata de Don Eugenio
Los eugenios
Cuando al abogado Don Eugenio lo visitó la muerte para llevarlo al reino de las sombras, estaba desnudo, como diosito lo trajo al mundo, y bien encajada su arma viril en Amelia, en un hotel ni tan tan, ni muy muy, pero que tenía service room, con comidas varias vinos suaves y gaseosas.
En el momento de la desgracia ella sintió la última embestida de su cuerpo como búfalo, lo dijo luego, “algo distinto, y era ya por inercia. No uno, sino dos los empujes cuando él ya estaba infartado. "Es bien distinto", afirmó. "Todas las anteriores embestidas van en un ritmo viviente, de va, viene, va, viene, y la mirada sostenida, o los ojos cerrados, y las manos en agarre, pero de pronto sus manos, que me tenían los cabellos jalados, se empezaron a aflojar, su mirada era ya como de muertito, pero el instinto del cuerpo lo hizo empujar dos veces más, pero ya sin vida. Y de pronto se soltó de lado.
Yo pensé que estaba jugando, y se lo dije, "no te hagas el muerto", pero no respondió porque en verdad ya estaba muerto". Y allí entendí cuando se dice que le cayó el muerto encima. Lo viví en carne propia.
Cuando se supo la noticia fue muy envidiado Eugenio por la forma como murió. La vida es bella, es cierto, pero también en algunas circunstancias la muerte es bella, entre sábanas tibias, cuerpo deseado, y que en plena lucha al fragor de la batalla a tres caídas con límite de tiempo. Y aunque me refiero a ese tiempo medido a escondidas en un hotel o motel, en este caso la parca puso el límite.
Luego de quitarse al muerto de encima Amalia se dijo "¿Dios mío, y ahora qué hago? ? Se puso a analizar la circunstancia de manera rápida. ¿Huir? ¿Pedirle al recepcionista que la deje ir? Todo era en esos instantes un torbellino en su mente. Sobretodo por el amor que le tenía, el gozo que se prodigaban, pero no quería verse envuelta en el escándalo y la primera plana de los periódicos locales: "Cayóle a Amalia el muerto”, o algo así en los titulares.
Lo primero es lo primero, se dijo. Y le habló a Eugenio, el hijo, y este a Eugenio, el otro hijo, y este a Eugenio, el otro hijo y este al otro Eugenio. No. No es error. Eugenio el muerto, tenía cuatro parejas de compromiso ya anterior. Las cuatro se conocían entre sí. Y él había logrado lo imposible: qué todos sus hijos con sus cuatro mujeres se conocieran, estimaban y convivieran en carnitas asadas algunos fines de semana. “La eugeniada”, le llamaban los vecinos a esas fiestas sabatinas, aderezadas con futbol o box en televisión previo pago por evento. A cada uno le puso su marca de fierro: el nombre de Eugenio con otra combinación. Así sus descendientes eran Eugenio Pedro, Eugenio Jorge, Eugenio Francisco y Eugenio Luis. Entre 17 y 19 años ellos.
Así que los cuatro jóvenes se reunieron ipso facto en una cafetería cerca del hotel donde estaba el pesar. Ya reunidos, platicaron y coincidieron qus sería un rudo golpe para sus madres, la de cada uno, que se enteraran que había fallecido en brazos de una mujer extraña para ellas, y el escándalo que se podía armar, de las cuatro contra la quinta. Cuando menos entre ellas cuatro y ellos cuatro quedaría el secreto, así consideraron, al coincidir que dirían que fue en la casa de uno de ellos, de la madre muda y sorda, que no diría nada aunque quisiera, porque lenguaje de señas ninguna de las otras sabían así que el secreto quedaría cerrado y sellado.
El escándalo ya de por sí, porque todos en el pueblo sabían del multifamiliar social poliamoroso que formaban todos ellos. Desfilaron los deudos y mirones por ver lo que ya se sabía, cuatro viudas y cuatro hijos del mismo hombre y con los mismos nombres, más los amigos de estos que no escapaban entre chanzas y risas de hacer comentarios de la vida del finado y la manera feliz como había muerto.
No les canso mucho con el cuento. Luego de las 24 horas de rigor, cuando el cuerpo en acto mortis empieza a difuminar olores propios de difuntos, se dio la orden de llevar el ataúd con el difunto a la capilla del cementerio. Allí estaban cerca de las sesenta personas que cabían dentro, más los otros que se quedan fuera para no incomodar a los cercanos, aparte del calor que hacía y la circunstancia de la descomposición de la carne, en su fugaz estancia en la tierra, como la de todos los mortales
El cura Heberto, que era una especie de Pito Pérez, además del mote de pito dulce que tenía, y gustaba de hacer bromas en público, para hacer reír a los presentes, aún en misas y actos serios, y que por demás sabía de lo prolífico que era el finado, lanzó la invitación de que levantara la mano la esposa para dar palabras especiales y confortarla en el dolor, cuando los que no sabían se sorprendieron al ver que se levantaron cuatro manos dentro de la capilla, y Amelia vio el detalla desde lejos sin levantar la mano, pero sabiendo que era la quinta a mucha honra. Y el cura, astuto, e igual de pispireto, como el difunto se imaginaba su propio sepelio. Entonces, pidió que levantaran la mano los hijos del finado, que por cierto era mi amigo del alma. Y fue entonces cuando casi se cae el techo de la capilla como un terremoto, aunque leve, tan que casi aseguran que el mismo muerto cambió de rictus como un milagro del amor perdido y ganado por la muerte, al ver casi cincuenta manos que se alzaron, para regocijo del señor cura. Loscuatro Eugenios reconocieron que era más grande la familia a como la habían contado. Ya para llevar el ataúd al hoyo donde los restos reposarán para siempre, sobraron manos. Mientras la tarde estaba ya por caer, el sol en el poneinte dijo adiós a todos los presentes. Aún retumbaban en los oídos de los presentes el crecemos y multiplicad, y podéis ir en paz que la misa ha terminado.
Comentarios
Publicar un comentario