Para Natalie Wood


Natalie. Estrella de verdad fulgurante. Sabías de ritos que nunca terminan. El oráculo te arrastró indubitable. “Su hija será famosa. Pero cuidado con las aguas turbias”. Dijo la gitana en esa avenida, río de prisas, cuando la tarde se escapaba. Y cabizbaja tu madre marcó como meta tu fama y salvarte a toda costa de ese designio. Luego fueron años de boomerang. En donde siempre pusiste tu mejor empeño. Memoria y dicción perfecta. Y una sonrisa particular como dato de identificación. La niña prodigio que a los tres años sube a las piernas del director de cine en una calle de suburbio en pleno rodaje. Canta lindo la niña. Madre. Firme aquí. Y allí estaba sembrada la ambición de madre. Como toda madre que mira en su hija el futuro que siempre soñó para sí misma.

“No me esperes”, me dijiste en sueños. Estabas en la ruta señalada por el destino. Natalie bella. Olor de madera. Poética en tu canto. Esplendente y fulgurante. Permitidme esta retórica corta sobre tu belleza. Rebelde con causa del amor. Dijiste, “mi corazón es dable por cierto”. Y echaste el clavado a ese mar de máscaras duales. Las luces estaban sintetizadas en tu mente. Lograbas artificial tus sueños. Y al bajar sabías de la nueva sed de todo.

Natalie. Donde estés. Te esperaré cuando te vayas. Y sabré de tus razones para las nubes. De vuelo en vuelo. Mariposa atrapada en red de la araña. Y sí, al final era lo que esperabas. Belleza esplendente.

Ángel elevado al agua por el polvo.  Gioconda de los ángeles, aquí estamos ahora. En el sueño de la vida misma como sueño. Otro sueño. Natalie.

Permite que hable Wordsworth: “Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello, que me deslumbraba. Aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor en la hierba de la gloria en las flores, no hay que afligirse, porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo".
 




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