Solo que te quites, para que me dé el sol

En este mes de diciembre hay fiestas por doquier. Y se toman a las posadas, la Navidad y el inicio del año nuevo -al que le faltan pocos días por llegar- para reflexionar sobre el presente, pasado y futuro, y se elaboran listas de buenos propósitos, como bajar de peso, cuidar mejor la salud, no tropezar con la misma piedra, etcétera.
Este mes es propicio para regalar un buen libro, pero además de eso, leer un buen libro. Sea que nos lo regalen, lo compremos, o visitemos la biblioteca. Lo mismo digo de los buenos discos, esos que nos alegran el corazón. La música nos transporta a otra geografía en la imaginación.
Yo acudo a veces a las lecturas sobre el nacimiento de Jesús, en la biblia. Pero trato también de asomarme a otras lecturas, estas, a veces anecdóticas, sobre personajes de leyenda, como los filósofos griegos.
Por ejemplo Sócrates (Atenas, 470-399 a. C.),[ se reunía con jóvenes, y reflexionaban sobre distintos temas. Su método era preguntar, para que cada joven, con sus respuestas, fuera construyendo el conocimiento en sí mismo. A este método de preguntar se le conoce en pedagogía como método socrático o griego. También mayéutica. Por sus actividades, fue acusado de seducir a la juventud hacia otras creencias contrarias a sus dioses. Fue detenido y condenado a muerte. Encerrado en las frías mazmorras de Atenas, seguía recibiendo visitas de sus alumnos. Uno de ellos le dijo: “Maestro, lo que más coraje me da, es que muera usted siendo inocente”. Hábil en sus respuestas, Sócrates le respondió: “¿Acaso preferirías que muriera siendo culpable?”
A punto de morir recordó una deuda:
—Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides.
—Así se hará, dijo Critón. ¿Quieres algo más?
Y ya no respondió, luego de haber bebido el veneno conocido como cicuta, que se les aplicaba a los condenados a muerte.
Por otro lado, de anécdotas muy conocidas, es Diógenes, (Sínope, 412 a. C.- Corinto323 a. C), el famoso de la lámpara. Se dice que andaba de día por las calles de Atenas, alumbrándose con una lámpara. “Loco y chiflado es lo que está”, decían quienes lo miraban. Y así le decían: loco. También su apodo era “Perro”.
Y le preguntan por qué alumbraba si era de día. Su respuesta los dejaban perplejos: “es que ando buscando personas honradas”.
En una fiesta a donde fue invitado, le empezaron a arrojar huesos, en alusión a su apodo de El Perro. Aburrido y cansado, se levantó y orinó a quienes le habían lanzado huesos, como si fuera un canino.
Alejandro Magno, el gran rey de Macedonia, lo buscó cuando vivía en la ciudad de Corinto. Estaba tomando el sol junto al mercado. “Yo soy Alejandro, El Magno”, le dijo. “Y yo, Diógenes El Perro”, le respondió Diógenes. “Puedo darte lo que me pidas”, le ofreció El Magno. “Que te quites para que me siga dando el sol”, le respondió el cínico.
Para sorpresa de los que escucharon este diálogo, que consideraban irrespetuosas las respuestas de Diógenes, dicen que Alejandro El Magno, dijo: ”Si no fuera yo Alejandro El Magno, me hubiera gustado ser Diógenes, El Cínico”.
De los griegos se puede afirmar mucho. Principalmente que es una de las cunas de la civilización occidental. Y que la filosofía tuvo su origen y desarrollo en la antigua Grecia.
Precisamente en nuestra educación se hace necesario que volvamos la mirada a los orígenes de métodos pedagógicos que son necesarios para el mejor trabajo dentro del aula. Insistir en los valores de la vida sencilla, como lo enseña la vida de Diógenes. No nos es necesario lo superfluo. Agregando a tal efecto: cuentan que Diógenes se paraba frente a cualquier mercado ateniense donde había tanta mercancía y él se reía. Le preguntaban la razón. Y su respuesta era invariable: “es que tantas cosas hay en ese mercado y nada de eso necesito para mi felicidad”.
Y en lo que se refiere a Sócrates, la importancia del conocimiento en la acción, en el diálogo permanente. Y como método de enseñanza, el preguntar para provocar reflexiones de los alumnos y construir un pensamiento más ágil, más coherente, más lógico. ¿Para qué sirve todo ello? Ni más ni menos que para tomar las mejores decisiones en nuestra vida.

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