La pluma

1

Era una tarde de otoño. Era un auditorio.  Y era el final de una presentación de mi libro. Tenía una pluma que utilicé para autografiar algunos ejemplares. Una sencilla aunque vistosa, de color rojo. Excelente instrumento de escritura. Una muchacha de alrededor de quince años miraba el deslizarse de la pluma suave por el papel. No se fijaba en lo que yo escribía, una fórmula general de mensaje al lector y mi agradecimiento por tenerlo en sus manos. Algo así.

2

Destaco que el libro de poemas en prosa me lo habían publicado cinco años atrás. Y no había intentado publicar otro, ni entregándole a concurso de publicaciones del gobierno,  ni de ninguna otra manera. Un proyecto para este año sí, pero nada en concreto. 

3

Entonces autografié el último, y ella, con vestido rojo, cabello largo, negro azulado, cerca de mí seguía mirando y admirando mi pluma. La miraba de reojo. Y al fin terminé y levanté la mirada. Ella dijo "linda su pluma", y yo ni tardo ni perezoso se la regalé como si trajera cincuenta en el bolsillo para regalar. Ella tomó la pluma y se fue, sonriente y agradecida. Ni nos saludamos. Ni se despidió. Ni supe su nombre. Era una niña.

4

No me justifico que a causa de la ausencia de la pluma yo escriba poco. Además yo mis textos los escribo en computadora o teléfono. Así que la pluma fue un incidente. 

5

Unos diez años después recibí por correo electrónico un ofrecimiento de publicar un libro, cinco mil ejemplares y además me pagarían por adelantado. Yo no me lo creía. Y pregunté el costo, las condiciones. El compromiso que adquiría con la editorial Athenea. Y la respuesta fue simple: hace diez años usted pagó por adelantado con una pluma que está editorial guarda con mucho cariño.

6

Yo me pellizqué para constatar que era realidad. Y sí, me dolió el brazo. Era realidad, la del sueño. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

lecturas 20. Poemas de Carlos Pellicer Cámara

De cartas

¿Por qué así, señor periodista?