Yo me enamoré en una biblioteca
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Yo me enamoré en una biblioteca. Pocos detalles doy, porque no fue una sola vez, sino varias. Algunas veces fueron amores platónicos. Y en otras amores eróticos estrujantes. A veces de brujas. Muchas veces de princesas solas que habitaban castillos desolados. Alguna que otra cenicienta. Ninguna Caperucita, aclaro.
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Poco visitadas son las bibliotecas hoy en día. Van quedando cada vez más como lugares antiguos, solitarios, abandonados, de leyenda. Asimismo de culto. Son como entelequias de un pasado de gloria, donde el saber y la adquisición de conocimiento eran distintivos de desarrollo humano. Fueron, son y siguen siendo lugares donde pensamientos notables y antiguos están dispuestos a dialogar con pensamientos del presente. Esto teniendo como soporte intermediario a los libros.
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No creo que regrese su esplendor, de cuando eran centros de reunión, de gran aprecio social en general. De cuando las personas sentían deleite por hojear un libro, hasta olerlo, y disfrutar esa charla con los sabios de la antigüedad o de tiempos recientes. La lectura como modo de recrearse y agenciarse más imágenes sobre la vida pasada, real o imaginaria, y emocionarse e impactarse con tragedias griegas o romanas, y más acá, inglesas.
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Son lugares donde hay máquinas del tiempo que te hacen ir al pasado o al futuro, y regresar con otras visiones que te permitían entender mejor tu circunstancia de modo, tiempo y lugar. Que te hacían reír o llorar. Que te hacían sobretodo pensar que otros mundos mejores son posibles. Pero la estrategia es no pensar, que las personas no piensen, mendigan y agradezcan un pan. No se requiere que piensen, solo que consuman, que compren cada vez más.
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Las bibliotecas allí están, en el mismo lugar de siempre y con las mismas "gentes". Cada vez con menos visitantes. Y no se puede obligar a nadie a ir allí. Como a nadie se le puede obligar a ser mejor ni feliz. Pero sería bueno hacer una visita guiada. Y sumergirse en esos lugares, como al mar del conocimiento. El libro no ha muerto. Nunca lo demos por muerto. Quien así lo considere está clamando inconscientemente por la barbarie, por la vuelta a la cueva.
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Me tocó ver en esos años de mi trabajo docente que en muchas escuelas tenían libros, pero los tenían bajo llave por temor a que se perdieran. Y así permanecían hasta que llegaban las termitas o la inundación y había que tirarlos. Había ocasiones en que llegaban nuevos paquetes de libros y como ya no cabían en los pequeños estantes que tenía la escuela, entonces tiraban los más viejos.
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Me tocó ver en esos años de mi labor docente que la promoción a la lectura libre eran hechos aislados, esporádicos y en desorden. Solo por cumplir indicaciones por oficio de burócratas de oficina. Entonces se hacían competencias de rapidez de lectura, para tomar foto y mandar evidencias. Y de allí hasta la siguiente indicación por oficio.
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En contraparte me ha tocado ver a lo ancho y largo de este estado a quijotescos promotores de lectura, que como sembradores de semilla leen apasionados para niños, jóvenes y viejos, con la seguridad de estar promoviendo el crecimiento de lo humano. Lo hacen en algunas escuelas, a través de salas de lectura oficiales y no oficiales. Y realizan esas actividades con mucho amor.
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Cada vez que veo a un niño leyendo se reaviva en mi, se alimenta en mi la esperanza de que no todo está perdido. De que la utopía sigue siendo perseguible.
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Estaba yo sentado con un grupo de amigos en la biblioteca de la Normal. Andábamos en la flor de la edad. Quizá los 17-18 años. Estaba Raúl Paredes, Caro Cisneros, Lucio Almazán, Ubaldo Bogar, Joel Castillo, Oscar Eligio, Rogelio Sepúlveda, otros cuyo nombre no recuerdo, y yo. Discutíamos sobre la próxima edición de nuestro periódico, El Opositor. Seleccionábamos material o sacábamos cuenta de las ventas. Cuando una amiga, como hada madrina, me tocó el hombro. Me levanté porque sin palabras me hizo entender que quería mostrarme algo. Y sí, era el poema 20 de Pablo Neruda, del libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Y empecé a leer y sentí como si una corriente de alto voltaje recorría mi cuerpo:
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PUEDO escribir los versos más tristes esta noche./ Escribir, por ejemplo: " La noche está estrellada,/ y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche./ Yo la quise, y a veces ella también me quiso./ En las noches como ésta la tuve entre mis brazos./ La besé tantas veces bajo el cielo infinito./ Ella me quiso, a veces yo también la quería./Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche./Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. /Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. / Y el verso cae al alma como pasto el rocío.
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