Óscar, El Feroz

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Generoso, sencillo, inteligente. Así es Óscar Eligio. Lo recuerdo como compañero de la Escuela Normal de Matamoros, como buen declamador, buen orador, buen debatiente, buen organizador y coordinador de reuniones, de cuando fuimos estudiantes. Con lógica e ideas. Centrado, de buen corazón e inquieto.

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Suena el teléfono. Es Rogelio Sepúlveda. Llamada extraña, porque nunca nos hemos llamado, ni visto desde que salimos en 1979. Aunque por la red social nos saludamos. Y le damos "like" a las fotos de carnitas que comúnmente subimos. Sé que vive en Dallas, Texas. Rogelio, Óscar Eligio, y muchos otros estudiamos en la escuela Normal de Matamoros. Iniciamos la charla, de rutina. Los saludos. De cómo estamos. Mas noto en su voz algo extraño.

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"Te hablo por lo siguiente: Óscar está enfermo y muy mal. Ya no recibe visitas. Para que estés enterado. Le estoy hablando solo a los amigos cercanos. Él no quiere que sepa nadie, y en todo caso no muchos". Me sorprendió el asunto. Y de Óscar Eligio, "El Feroz", "La pluma", menos. Siempre activo, siempre caminando, hablando, proponiendo. Si alguien tenía una fuerza vital, inteligencia, brillo en la mirada, garra en los movimientos, ese ha sido Óscar Eligio.

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Miro en el grupo de wats que se formó "Amigos de Óscar", que Martín ya está en el restaurant del hotel donde me hospedo. Termino de arreglarme y bajo. Rápido lo identifico, al fondo. Me acerco y lo saludo. Me siento frente a él. Bordeamos el tema motivo de nuestra llegada a Monterrey. Un poco plática de él, otro poco de mí. Estudiante brillante, profesor y abogado. Político conocido. Lo vi algo cansado. "Viajé desde ls 3 de la madrugada para estar temprano. Hace semanas se me quedó un auto descompuesto. Y quise aprovechar para llevarlo a un taller con una grúa. Si me duermo, disculpa. Voy a pedir un café", dijo atento. Lo pidió y yo una comida. Yo no había desayunado. Mas bien sí, pero no fue un desayuno normal, sino uno continental, gratis por el costo de la habitación: seis pedacitos pequeños de fruta, dos galletitas, un café. Nada. 

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"Se me hace raro lo que me dices, que Óscar está enfermo, y menos grave. Yo lo vi en mayo. Salimos a rolar. Luego cruzamos mensajes en la primera semana de junio", dice Martín. Revisa su celular y localiza el último mensaje del día 7 de junio. Reciente. Y "nada que dé a entender que esté enfermo", agrega. Yo le digo "ojalá que Rogelio haya exagerado". Luego llega Joel y Bogar. Por las medidas sanitarias no les permiten que se sienten con nosotros en la mesa de gabinete. Se sientan en otra aparte. Platicábamos de mesa mesa. Luego lega Ciro, a quien miro algo delgado. Se lo dice Martín. Lo toma de guasa: "Es la forma de decir que estoy jodido". Y reímos. Ya todos alrededor de los 60 años. Unos más, menos. 360 años en conjunto. Mucha experiencia.

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Rocío nos acomodó en la sala. Muebles sencillos de buen gusto. En una mesita un busto de indígena de unos 40 centímetros de alto. Una vara seca. Y un bush mediano. Unos libros y películas, Los coristas, alcanzo a identificar. Rocío es la esposa de Óscar. Rogelio hizo el enlace con ella. Él fue compañero de El Feroz tanto en la escuela Normal, como en la Facultad de Filosofía y Letras. Éramos ocho el grupo de visita. Cinco solo de la Normal, dos de F y L. y Rogelio, de ambas. Rogelio le había dicho a Rocío si entrábamos de uno en uno o dos en dos. "No, caben todos, y a Óscar le dará gusto verlos a todos juntos", dijo suave, pero firme.

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Veo  a la distancia a Óscar, muchacho como yo en esos años, jugar basquetbol. No era de la selección de la Normal. Pero cuando había torneo en la semana cultural de aniversario, formaba parte del equipo de su grupo. Tanto en basquetbol como en voli. Siempre entregado, con garra casi suicida para salvar balones. Un gesto de guerrero en cada búsqueda del balón.

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Veo a la distancia a Óscar. Nuestro líder. Lo veo en la Normal. Lo veo en su casa. Veo a su padre,Isaías. Veo a todos allí reunidos. Compartiendo el desayuno o la comida. Los veo pintando mantas. Discutiendo. Leyendo. En una parte de atrás un altero de revistas Proceso. Libros en estantes. Y algunos en un lugar o en otro. Música de Silvio, Serrat y Pablo Milanés 

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Nos acomodamos en la sala. Le dejamos el mueble individual para que él se sentara. Y esperamos. Apenas unos minutos, que pensamos que serían más. Rocío su esposa había dicho que subiría para ayudarlo a vestirse y darle un medicamento. Unos estábamos sentados. Otros parados. Yo estaba de espaldas al área por donde aparecería. Martín estaba al pie de la escalera. Cuando escuché un grito desgarrador aparejado al llanto. Yo me imaginaba que era por el dolor. Por el intenso dolor del orificio por donde se alimenta a través de sonda. No me atrevía a voltear. Pasados uno o dos minutos que se me hicieron eternos, volteé a ver la escena que presentía pero no me imaginaba. No de esa manera.

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Óscar estaba abrazado a martín, llorando por la emoción de encontrarse con compañeros de hacía más de cuarenta años que no veía, aunque con algunos dejó de verlos hacia poco tiempo, sobretodo con los que viven o visitan Monterrey muy seguido y estudiaron con él Filosofía y Letras. Tanto con Rogelio, que es también normalista como nosotros, como los demás amigos que hizo en la Normal.

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Uno a uno fue saludando, abrazado asimismo como el aferrarse al tiempo ido, y más qcon quienes había convivido de manera cercana en las aventuras normalistas y en las universitarias: manifestaciones, huelgas, asambleas, discusiones de temas, etcétera. Y eran dos o tres minutos abrazado con cada uno, a quienes les decía su nombre para luego recordar situaciones por las que vivieron 


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