Mi escuela pública, y de todos

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Era mi primer día de clases y mi padre me llevaba de la mano. Yo tenía 6 años, me peinaban a lo Benito Juárez e iba bien bañado con mi uniforme blanco. Entre la escuela y la casa está la iglesia San Antonio de Padua. Al pasar por su frente, allí estaba mi tío Nacho, un hombre de barba, ferviente católico, que la hacía de apóstol en el Vía Crucis de Semana Santa. Mi padre le saludó orgulloso. "¿Para dónde vas, Juan?". Le preguntó el tío Nacho. Y mi padre: ""Voy a la primaria, es el primer día de clases de Toñito", le responde ufano. "Y para qué lo llevas, allí aprenden puras cosas del diablo", le recriminó el tío, analfabetas ambos, pero muy distintos en su visión.

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Podemos tener la crítica justa y necesaria sobre la escuela pública, pero sin duda es uno de los baluartes de nuestro país. Gracias a ella, la mayoría de mexicanos tuvimos acceso a los conocimientos formales, y gracias al programa nacional de los libros de texto gratuitos, tuvimos el acceso al libro, que de otra manera, para muchos nos hubiera sido materialmente imposible. Gracias a la escuela pública escribo y leo. Gracias a ella mi visión del universo se amplió, de mi barrio a las colonias aledañas y, en general a un país, y a un continente, así como al conjunto del planeta, y vagamente al sistema solar y más allá.

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Y mientras mi vuelo de visión andaba por Filosofía y letras, sobre lo que leo frecuentemente desde los 19 años, la parte económica limitada en exceso me llevó a una carrera corta, que fue la escuela Normal, que en ese tiempo (ya llovió) se estudiaba luego de la secundaria en cuatro años, y cuyo certificado amparaba la carrera de maestro de educación primaria y el bachillerato pedagógico, lo cual me permitió estudiar Ciencias de la Educación ya acá en Tabasco, donde me desempeñé en mi vida laboral. Todo ello, que no es mucho, gracias a la escuela pública, y a su rograma nacional de libros de texto gratuitos.

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Este programa de libros en gratuidad en mi época abarcaba solo los libros del nivel primaria. Los recuerdo muy bien, porque por las tardes, sin que fuera tarea, me daba gusto hojearlos. Todos ellos, aunque prefería el de las materias de Español, Historia y Geografía. Los poemas y cuentos en uno, la vida del hombre en comunidad y fundación de civilizaciones en otra, y países y capitales y orografía en otra. Era un deleite aprender de todo un poco, lo que en conjunto es lo que sabemos de la vida nuestra y lo que representamos no para, sino en la naturaleza.

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La escuela Pública es el conjunto de planteles de todos los niveles educativos a donde asisten las niñas y niños, jóvenes y adultos, para saber cada día un poquito más, y para pensar cada vez mejor. Y las actividades de aprendizaje las realizan con un conjunto de maestros y maestras, quienes se basan en un Plan nacional y programas que dicen y dictan lo que nuestra comunidad estudiantil debe saber, y lo que se debe enseñar, para la vida, se dice y reitera. Solo que los resultados no son los esperados ni por los padres, tampoco por los maestros, y la sociedad lo reciente en su conjunto de relaciones, tanto en lo social, como en lo productivo y administrativo. En el juego de las culpas es fácil siempre echarla a los demás. Y no. Siempre cada parte tendrá la parte de culpa que le corresponda.

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Me decía un amigo ingeniero, que tiene enlístados 74 factores que inciden en la educación. Y pueden ser más. Yo afirmo que la escuela pública va quedando como reducto del decoro y resistencia contra los embates de lo vacío y banal que influyen en el aprendizaje de nuestros niños y niñas; y los va llevando con un déficit de conocimiento hasta que llegan a la secundaria y les da por plagiar tareas y tesis. 

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Es cierto. La mayoría de niños que egresan de primaria no comprenden lo que leen y sus textos escritos adolecen de coherencia y lógica, ya no digamos del manejo de la ortografía. Y se les dificulta expresarse con acierto y efectividad de manera oral. Es cierto, en su mayoría también. Y esa es la exteriorización de su pensar. Y esas limitaciones le impiden comprender lo cada vez más complejo de los niveles. Y así van pasando de grado y nivel. Hay niños que llegan a secundaria sin saber leer y escribir. y casi todos leyendo, pero con muy poca o nula comprensión de lo que leen. Y así llegan la mayoría a preparatoria y la universidad. Solo que de nada sirve quejarnos. porque eso nos justifica como docentes en el no hacer. Es muy y común que el docente de universidad le echa la culpa al de preparatoria, este al de secundaria, y este al de primaria. Con los maestros y maestras de preescolar nadie se mete. Los maestro de primaria le echan la culpa a los papás. Y estos a los maestros.

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Recomponer la educación pública a lo quijotesco, no es fácil, pero sí y siempre mi reconocimiento a los maestros y demás trabajadores de la educación, sobretodo a esos a los que sus propios compañeros (los que hacen como que me pagan y yo hago como que trabajo) les tildan de tontos al trabajar con entusiasmo, si "ni te van a hacer un monumento", les restriegan entre burlas. La escuela pública me formó, como a la mayoría de mexicanos. Esa institución hay que defenderla. Y que no solo sea que funcione por el mandato del artículo 3ero constitucional,  como compromiso y obligación del Estado mexicano, sino como la mejor y única manera de salir como país del pozo de la mediocridad. ¿Cómo lograr que mejore nuestra escuela pública? Eso es lo que hay que reflexionar y debatir. Pero asimismo vincular la educación en general como responsabilidad de todos.

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Puedo con facilidad hacer una lista de las Amenazas y Debilidades de la escuela pública, así como de sus Oportunidades y Fortalezas. Pero lo importante es que lo haga cada colectivo escolar. ¿Cómo queremos que esté dicho plantel en un futuro próximo? ¿Cuál es la misión del colectivo? Para eso deben ser los Consejos Técnicos escolares. No solo para el.mar de quejas en la catarsis nacional. ¿Cómo empujar al elefante reumático, que simbólicamente es el sistema educativo nacional? Ese es el reto y su tamaño.

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Y ya pedir mucho (eso ya es avaricia, dicen los memes) es que lleguen a la Secretaría de Educación personas como aquellos visionarios José Vasconcelos, Jaime Torres Bodet, Agustín Yañez, Narciso Bassols y  Jesús Reyes Heroles, que soñaron con una educación que redimiera al humillado, y que desterrara fanatismos y dogmas. Y en su quehacer institucional implementaron rutas de mejora que dejaron huella imborrable en la educación pública. Y lograron realizar lo que emprendieron porque hablaban de tú a tú con el respectivo presidente, y este les hacía caso, los respetaba. Aunque quizá sea mucho pedir. Pero se vale soñar, tanto en el plantel para trabajar por una escuela mejor. Como a nivel nacional que lleguen titulares con solvencia y capacidad por sobre, muy por sobre, de la media. 

  


 




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