Los destinos tienen una sola ruta

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A veces pienso sobre qué hubiera sido de mí, si solo hubiera estudiado la primaria o la secundaria. Hablo de mí porque es de quien más conozco, como es de suponerse. Y lo reflexiono porque me acuerdo bien cuando salí de primaria. Recuerdo vagamente sobre la invitación de mi maestro de sexto, Nacho Aguilar, para que siguiéramos estudiando, y más que estaba bien cerca la secundaria federal 2. Al grupo de hombres lo atendía el maestro Nacho, al de mujeres, la maestra Laurentina. Si no hubiera sido maestro, quizá fuera fakir, carpintero, músico a mesero en un casino.

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La escuela primaria Cuauthémoc tenía dos turnos. La mayoría éramos hijos de obreros, jornaleros, campesinos, sirvientas, meretrices y pequeños comerciantes. No os espantéis porque escribí meretrices, ni es por tratar de llamar la atención del lector. Solo que en la misma colonia, a pocas cuadras de la escuela,  estaba la zona de tolerancia, lugar cuyo algarabía empezaba a la 8 de la noche y terminaba a las 4 de la madrugada, según me dicen. Y aunque no se comentaba, sabíamos que algunos de los compañeros vivían en esa zona.

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La primaria y la secundaria estaban y siguen estando muy cerca. En mi trajinar por las tardes y fines de semana de un lado a otro, sea por mandados, por diversión o lo que fuera, pasaba frente al imponente edificio de tres plantas de la secundaria. Y miraba a los que asistían con su uniforme color caqui a los hombres, con corbata y gorra, y a las mujeres con su uniforme rosa, azul o guinda, de acuerdo al grado. Y nunca pregunté ni me pregunté si yo iría o no. Solo que de manera natural, ya egresado de la primaria, al pasar por la secundaria, un día de principios de agosto miré en un pizarrón escrito algo así como una lista con los requisitos para ingresar a primer grado. 

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Pienso en cómo va cumpliéndose un destino, y qué hubiera sucedido si se toma otra ruta, por ejemplo allí, si no entro a la secundaria. ¿Ya me gustaba leer o no? ¿Ya tenía curiosidad por seguir aprendiendo o no? No recuerdo bien. Pero de vez en cuando en mi pensamiento sigo otra ruta, creo que no como la de mis hermanos mayores. Es muy probable que me hubiera cruzado legal el río Bravo, y con una de mis hermanas que ya vivían en Brownsville, Texas, poco a poco me hubiera ido quedando allá, al principio ayudando en la jardinería, hasta que en algún momento casarme con una muchacha mexicana nacida o arreglada de papeles de aquel lado. O con una rubia platino natural. Recuerdo que en una visita de fin de semana que le hice a mi hermana mayor, un día la acompañé a la iglesia del lugar. Y al salir, una muchacha rubia, de la misma edad que yo, 15 años, cuando mucho, me dio un papelito con su nombre, número de teléfono y con una invitación en tres palabras para hacer el amor. Estaba en inglés. Yo no sabía lo que decía. Se lo mostré a mi hermana y soltó la carcajada. No me dijo. Y luego yo busqué la traducción. 

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Es muy común que muchas personas tejanas, familias enteras, sobretodo las pobres y muy pobres, viajen a los estados del norte en verano para la cosecha de rábanos, papa, manzana, naranja y cualquier otra legumbre o fruta. Reúnen lo más que pueden, y al final de la cosecha se regresan a la frontera par continuar con parte de su vida. Y esto lo realizan cada año. Si son ahorrativos van comprando algún solar, levantan o arreglan su casa, y entre todo esto, surgen enamoramiento, nuevos matrimonios y nacimientos. Y allí yo, siguiendo esa ruta seguida por muchos.

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Me imagino en mis 25 años, obrero en Texas, casado, con cinco o seis hijos e hijas, con una "troca" viejona, sábados de tarde carne asada, música de acordeón y bajo sexto,  y cheves. Y saliendo a comer los domingos a un parque a la orilla de un lago o río,  o yendo a pescar en la playa de Puerto Isabel, o a lo mejor me hubiera quedado a vivir en el estado de Michigan, donde viven sobrinas y sobrinos, ya con sus familias radicadas allí. Y por allá anduviera, comprando algún libro para leer por las tardes y pensando qué hubiera sucedido si hubiera estudiado la secundaria y luego la Normal. ¿En qué estado de la república estuviera ejerciendo de maestro de escuela rural? Y yo mismo me respondiera que en un estado del sur de México, quizá en Tabasco, comiendo eso que llaman pejelagarto, o en Chiapas, conociendo al Sub Marcos y a Don Samuel Ruiz.

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Y claro que hay mucha diferencia -y es lo que quiero recalcar- lo que hubiera sucedido si solo estudio la primaria o llego hasta la secundaria. Los primeros supuestos ya están por allí esbosados. Pero si hubiera estudiado hasta la secundaria, una de dos, o me quedo en Matamoros o igualmente me cruzo a vivir a Brownsville, Texas. Solo que la secundaria me dejó una visión algo más amplia que solo la primaria. En la secundaria adquirí el gusto por la lectura, por la poesía, por la música, por la carpintería (en ese taller estuve), y me hubiera acomodado en actividades relacionadas con eso que ya iba como parte de mí. Músico de cumbia en El Valle de Texas. O algo más allá, guitarrista de un grupo de blues en un viejo y húmedo restaurant deNew Orleans. Y carpintero en mis ratos libres. Y soñando con ser escritor de poemas y canciones. Solo soñándolo.

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Otras vidas vivimos en la imaginación, contentos y en paz en la ruta que seguimos, sin duda. Pero este ejercicio imaginativo, me hizo recordar al velador analfabeta de un prostíbulo, Don Antonio, a quien una nueva administración le ordenó en su puesto la actividad de llevar un libro de registro de incidentes a la entrada y salida de dicho lugar. Y este, consternado le confesó al nuevo administrador que no sabía leer ni escribir. Lo indemnizaron y corrieron. El hombre, muy triste y llorando, se regresó a su poblado, muy lejano de la civilización. Pero antes compró unas herramientas par trabajar la carpintería. A los pocos días un vecino le pidió prestado un martillo, le respondió que "no", porque lo ocupaba, y probó "pero si quiere se lo vendo". Al precio le sumó parte del viaje. Y lo vendió. Y a los pocos días volvió a la ciudad y compró más herramientas, ya con la chispa encendida de vender. Y al poco tiempo se corrió la noticia de que Don Antonio vendía herramientas. Y así puso un changarrito, luego una ferretería pequeña. Luego la agrandó. Y ya no iba a comprar herramienta, sino que los distribuidores se la llevaban. Y con el paso de los años tenía tres o cuatro sucursales.

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Pero no había estudiado. Un buen día pensó: "tanto dinero no me sirve si no ayudo". Y se ofreció a construir los salones nuevos de la escuelita de ese pueblo. A los tres meses ya estaban construidos. A la inauguración llegó el presidente municipal. Al final del evento le pusieron al presidente municipal el libro de visitas para que dejara un mensaje. Al terminar volteó a ver a Don Antonio para que asimismo procediera a dejar un mensaje por escrito. Este le dijo que no podía porque no sabía leer ni escribir. 

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"¿Pero cómo? Se me hace increíble. Si todo el emporio ferretero que usted tiene lo logró sin saber leer y escribir. Ahora imagine lo que usted fuera y hubiera logrado si hubiera estudiado?" "No, presidente. Si yo hubiera sabido leer y escribir, seguiría siendo velador de un prostíbulo".


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