Resistir e insistir

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Yo no he leído el Quijote de la Mancha, novela emblemática de la literatura en español. La he iniciado como en unas cinco ocasiones, eso sí con el afán de sacarme esa espina, y cuando mucho he llegado a la página 80. Ahora estos días la he reiniciado de nuevo. Y espero en ventura terminarla allí por el verano de este año. No me corre prisa. Sé que trata, sí, de las aventuras de un viejo -como yo comprenderé- que harto y enloquecido por la rutina, se pone a leer libros, en este caso de caballería, y encuentra la cordura, que a todos parece locura.

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Pero es claro que no pasa nada si no la termino de leer. Quiero decir que no la leo por hacer currículum lector, sino para divertirme, porque cada capítulo es una anécdota de lo que le pasa a él en su afán utópico de componer el mundo, que no es otra tarea más inútil, aunque necesaria para darle sentido a la vida a como la conocemos. La misma figura de él, flaco, cansado, ojeroso, montado sobre un caballo en huesos (Rocinante), y Sancho Panza, un hombre regordete a su lado como escudero fiel, este sobre un asno, es un símbolo de lucha inútil, sin frutos. Representa a quien en todas las generaciones emprende la tarea de luchar porque un día la justicia, la igualdad y la fraternidad. 

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Cuando termine de leer El Quijote no he de escribir sobre de él, ni sobre el libro ni sobre el autor. Leeré más sobre él, los bellos y tantos ensayos que se han escrito casi al infinito. A mí me quedará solo la satisfacción (si es que persisto en mi afán) de haberla terminado. Son más de mil hojas, y con un lenguaje no poco común. Por cierto me entero que el escritor Javier Marías hizo una adaptación muy parecida, para el público de secundaria y preparatoria, dice la Real Academia, actualizando algunas palabras al español de hoy, y quitando algunos divagaciones, que sí las tiene, pero que son igual bellas, para que su lectura sea fluida. Tengo ese libro. Pero yo reempecé a leer la versión que publicó la Real Academia en su 400 aniversario, bella edición con pastas gruesas y ensayos preliminares postliminares, aclamadores, y que valoran en justa dimensión la novela en la literatura mundial.

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Afanes quijotescos, sí, hay tantos. Promover la lectura con mínimo de apoyos o sin ellos, es uno de ellos. Acabaron la corrupción, es otro. Perseverar en la lucha por la igualdad y justicia es otro. La promoción del arte en general, es otro. Pero todo ello es tan necesario para seguir caminando erguidos. ¿si no cómo? Pero no vayamos tan lejos: la educación es asimismo una actividad quijotesca, ante todos los embates de la publicidad, la proliferación de lo vacuo, con sus canciones de diez palabras, e ininteligibles al ser cantadas y dos notas. Quijotesco el periodismo de hechos y sucesos, y no de aplausos y nadando en la corriente del agua y en lo corriente de halagos fáciles.

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Yo encontré al Quijote nombrado en un poema del singular escritor español Leon Felipe, allá por mi mocedad de los 17 años. Decía algo así: Por la manchega llanura/ se vuelve a ver la figura/ de Don Quijote pasar./ Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura,/ y va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar,/ va cargado de amargura,/ que allá encontró sepultura/ su amoroso batallar./ Va cargado de amargura,/ que allá «quedó su ventura»/en la playa de Barcino, frente al mar... Va cargado de amargura, va, vencido, el caballero de retorno a su lugar./ ¡Cuántas veces, Don Quijote, por esta misma llanura, en horas de desaliento, así te miro pasar! ¡Y cuántas veces te grito: hazme un sitio en tu montura y llévame a tu lugar.../

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Afanes quijotescos, la lucha contra la contaminación, contra la deforestación, salvar los cuerpos de agua, luchar contra los rellenos de vasos reguladores, contra el burocratismo, contra el lucro, el odio, la envidia, la guerra, a favor de la paz y la belleza, contra las injusticias, la perversidad, contra el patriarcado, contra la mentira, y así cada quien puede agregarle las luchas posibles, necesarias, y con poco avance. Pudieran parecer inútiles, sin recompensa, pero tan necesarias.

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Hubo un año en que como Día del maestro se repartió de regalo a todos los docentes El Quijote de la Mancha en una bella edición. A mí me la donaron varios maestros. "Porque no la voy a leer, Toño", así me dijeron. Y me encontré otros ejemplares en la calle, huérfanos y abandonados. Y había muchos ejemplares en los botes de basura, me comentó un amigo que trabaja en el Servicio de limpia municipal.  No importa el mecanismo en que se haya dado esa orden, si fue negocio la compra de millones de ejemplares, no el interés por la promoción a la lectura, que nunca así se logra, que a la fuerza ni los zapatos entran.

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Tan importante es la novela que el personaje desplazó a Cervantes, su autor. Tan poderosa es la palabra, que le dio vida a ese cincuentón que soñó con cambiar el mundo, vuelto loco por la lectura. 

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Quijotesco es resistir, y quijotesco es insistir. Resistir contra lo gris, contra lo banal, contra el vacío que casi se impone. Resistir es quitarle la máscara a la mentira que se disfraza de verdad, y que anda por todas partes como si nada. Resistir es creer en el amor y en la amistad, a pesar de todo y a pesar de nada. Resistir es descubrir la traición y dejarla pasar como que no nos damos cuenta, como el Judas cuando abraza a Jesús, que lo pudo evitar, pero era necesario Judas para que se cumpliera el destino del hombre. E insistir es avocarse a continuar en lo que se cree, como el viejo leñador, del poema de Blanco Belmont, que sembraba arbolitos cuyo fruto se daría en años de cuando él ya no estuviera, y ese era su loco afán, sembrar para otros, para las nuevas generaciones. 

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Pero yo solamente comento que volví a iniciar la lectura de El Quijote de La Mancha, de su autor, el manco de Lepanto, Miguel de Cervantes y Saavedra. De quien bien se dice: "no te preocupes por leer al Quijote, si Cervantes no lo leyó". No lo leyó, pero bien que lo escribió. Pero volviendo a León Felipe y su Quijote: "...Y cuántas veces te grito: Hazme un sitio en tu montura/ y llévame a tu lugar;/ hazme un sitio en tu montura,/ caballero derrotado, hazme un sitio en tu montura/ que yo también voy cargado/ de amargura/ y no puedo batallar!/ Ponme a la grupa contigo, caballero del honor,/ ponme a la grupa contigo,/ y llévame a ser contigo/ pastor./ Por la manchega llanura/ se vuelve a ver la figura/ de Don Quijote pasar..."












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