Mi nave me transporta hacia una geografía inédita

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Una de mis hijas tenía 5 añitos, cuando llegó acalorada de su preescolar a la casa. Yo estaba en la sala, leyendo, quizá, o jugando el al gato como si fuera el destino. Fue entonces que mi hija me empezó contar que ese día la maestra les había explicado sobre el primer hombre en la tierra que se llamaba "Adán" (eso les aseguró su maestra), y de allí, les dijo que la primer mujer se llamó "Eva". "Y yo me puse a pensar, si ellos eran los primeros, ¿quién les daba su biberón?". Así una niña de 5 años.

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¿Qué somos? Conviene preguntarse de vez en cuando. Y recapitular sobre nuestra existencia en el vasto universo. Preguntarnos, para darle sentido a la vida, si es que lo tiene. Preguntarnos, para reorientarnos, si andamos perdiendo jodidamente el tiempo. Cierto, es un asunto de la filosofía. Aunque más que eso es simplemente pensar. Que ya es bastante. Aunque nunca sea suficiente. Me refiero al pensar.

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Sabemos que vamos hacia la muerte. Eso lo aprendí desde segundo año de primaria. Me daba clases la maestra Antonia. Y allí nos dijeron de las características de los seres vivos: nacer, crecer, reproducirse y morir. Así es el ciclo inmutable de vida. Por eso se metaforiza que es como un viaje, y que somos como viajeros del tiempo. Venimos de... lo que sería nuestro origen; vamos hacia... lo que sería nuestro destino. Y ese es la muerte, la desaparición física. Todo ello, aparte de lo que digan las distintas religiones.

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Debería haber la materia Filosofía para niños. De hecho ellos reflexionan muy bien en esa edad. Y quizá me atreva a decirlo, más y mejor que los adultos. Porque como van descubriendo el ambiente que les rodea, pasan por algunos años de preguntas y preguntas, sobretodo entre los 4 y 7 años. Y luego dejan de hacerlo cuando miran a los adultos que no preguntan, que ya lo dan todo por hecho y los niños empiezan a callar. A callar, y eso va encapsulando su pensamiento. Y este es el peligro.

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Yo escuchaba a los 17 años a algunas personas que decían que leer era perjudicial para la salud mental (este es un gran tema). Y que entre más se lea, la persona se va volviendo enferma de la mente. En eso pensó Cornelio Reyna, de seguro, al escribir "los dos estamos idos de la mente, pero qué nos importa, si nos queremos mucho". Lo que sí, leer es precisamente porque sabemos de nuestra existencia y nos queremos mucho.

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Antier murió Ricardo Rocha, periodista y Dora María, La Chaparrita de oro, cantante tabasqueña. Y ayer falleció Mi amiga Martha Crocker, poeta radicada en Cárdenas Tabasco, originaria de Chiapas. Aquí uno de sus poemas: "Creo en la certeza del sueño/ Mi nave es un sauce llorón/ Que me transporta hacia una geografía inédita/ Afino mis sentidos/ Dejo que me seduzca el ruido del mar/ Mi barca se deja llevar/ por la caricia del viento/ que le da sentido/ No quiero llegar a ningún destino/ Y mucho menos/ atracar en los barrotes de la cama /Donde agonizo."

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Los niños siempre piensan. Siempre preguntan. Y mal hacemos en no hacerles caso. O sentirnos fastidiados. y solarles eso de "¡ya deja de estar de preguntón!". Porque entonces les hemos cortado las alas. Y luego nos quejamos en la casa de que no nos platican de sus cosas, en la confianza de que los escuchan. Y en la escuela ya no quieren participar en clase, porque tienen años escuchando que guarde silencio, que se calle, que molesta, que nos ponen a buscarles y darles respuestas. Y entonces ellos cambian. No notamos sus cambios. Y lo que les va pasando se lo guardan.

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Pensar. Pero todos piensan, me dicen. Como decir: Todos pensamos. Sí, es cierto, es la capacidad que tenemos.solo que pensamos en lo cotidiano, en las prisas, en el trabajo, en cómo hacerle para la sobrevivencia, para ganar un poco más, en lo caro que está la vida. No pensamos en asuntos de relevancia como esas preguntas de la filosofía: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Cómo se originó la materia?, y otras relacionadas con lo mismo. Y para no pensar, entonces nos llenamos de dos o tres certezas y con esas navegamos en la vida procelosa, hasta que nos llega la muerte.

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Tenemos un cuerpo. Y tenemos recuerdos. Muchos recuerdos alojados en la memoria. De la niñez, la escuela, el primer beso, la primer novia platónica, la primera con quien nos besamos enamorados, la primera decepción amorosa, la segunda y tercera, nuestro matrimonio, los hijos que iban brotando de las relaciones de pareja, etc. Todo ello alojado en nuestra memoria, recuerdos que de vez en cuando los traemos al presente. Traerlos al presente es como un ejercicio de recordar, de volver a vivir en la distancia las mismas sensaciones. De la ve que hicimos el amor por primera vez enamorados, y vibramos, claro que sí.

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Y más recuerdos: el primer libro que leímos. El que regalamos en un cumpleaños. O el que nos regalaron y guardamos con aprecio mil. La vez que nos publicaron por primera vez. La ocasión en que tratamos de fumar el primer cigarro y por poco nos ahogamos, para burla de los compañeros. La vez que llevamos serenata. Y las inevitables muertes que se iban presentando. Primero la de padres de amigos o abuelos. Luego ya las más cercanas: la de madre, padre, hermano y amigo o amiga cercana.

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A veces es la muerte física. Sea por la razón y circunstancia que sea: por edad, accidente, asalto, atropellamiento, incendio, en un hotel donde nos hospedamos, en el bar que frecuentamos, en la plaza central, en un viaje alrededor del mundo. sea la circunstancia que sea, se acaba el viaje, como si llegáramos a la última estación y apareciera la palabra Fin en nuestra película de vida, donde fuimos protagonista principal, sin saberlo, sin entenderlo, sin comprenderlo. Era la vida misma que se iban cada fotógrafa, en cada instante.

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Solo que hay otra muerte asimismo, y con vida de nuestro cuerpo físico: es cuando perdemos la memoria, y nos extraviamos en un laberinto. Cuando ya no reconocemos a nuestros amigos, a nuestros hijos, a la pareja, no sabemos quiénes somos, dónde vivimos, o creemos que nuestro hogar es la casa de la infancia. Y entonces nos fuimos antes de que coincidiera la partida con el cuerpo, como dice Martha Crocker en su poema (ayer murió ella): "Mi nave es un sauce llorón/ Que me transporta hacia una geografía inédita..."

 




 

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