Don Ernesto, el maestro del vagón
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"Vean siempre una promesa en todo; en este renacuajo yo veo la promesa de un tritón". "¿Qué es un tritón?", se preguntan los alumnos. Y lo buscaron en el diccionario. "(Mit) Cada una de las deidades marinas que se atribuía figuras de hombre desde la cabeza hacia la cintura, y de pez el resto." Estamos en una de las alegres y brillantes clases de la última escuela vagón, ya estacionado por diez años en Delicias. El maestro se llama Ernesto y tiene unos 40 años. Y es la novela de la escritora y activista humanitaria española Ángeles Doñate.
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Construye el maestro Ernesto con sus alumnos el concepto de visión de futuro. ¿Cómo queremos vernos dentro de unos diez o veinte años. Tan necesario ese concepto en la educación y entre más temprano sea, mejor. "Vean siempre una promesa en las cosas y en los seres vivos. Por ejemplo yo veo en Tuerto a un ingeniero constructor de trenes. Y en Valeria a una campesina adulta de buenos sentimientos y productora de alimentos." Estaban en una clase de experimentos. Les había pedido un ser vivo. Uno llevó una mariposa monarca. Otro una manzana. Ikel llevó un renacuajo. Le daba pena mostrarlo cuando le tocó su turno. Lo veía feo y simple, en comparación con la mariposa monarca. Es cuando les dice: "vean una promesa en todo. Yo veo un tritón". Terminan la clase y les pide que devuelvan los animalitos a su hábitat.
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Yo vi la película primero y luego leí la novela del mismo nombre "El último vagón". La leía de un solo tirón. Es apasionante y más para quienes nos dedicamos a la docencia, y quienes recuerdan un maestro como Don Ernesto en la novela y como Georgina en la película, que les haya dado brújula, que nos haya hecho comprender que la vida es bella y a tener esperanza de un futuro mejor. De eso trata la novela.
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Nos avasalla lo moderno. Hubo un tiempo del auge de los trenes con su sistema ferroviario que cubría en rutas toda la geografía nacional. En la expansión de rutas requerían tender nuevas vías o reparar otras. Para eso ocupaban un tren, en cuyos vagones habitaban los trabajadores con sus familias. Y el último vagón era la escuela tipo "Artículo123". Allí vivía y daba clases el maestro. Luego vino la expansión de carreteras y autopistas, y por tanto el declive del sistema ferroviario, por lo que ese tipo de escuelas-vagones quedaron fijos en alguna estación olvidada. Este es el tema de la novela. Ya van diez años de este hecho. Por eso el nombre de la novela. Solo que extiendo la interpretación, como si la educación pública fuera el último vagón en importancia de un gobierno y de la sociedad misma.
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Y es el último vagón escuela porque hay un plan neoliberal de cerrar ese tipo de escuelas que "sirvió" a la necesidad de una época "ya superada", y es un anacronismo mantenerla. Esta pretensión burocrática -del cierre de esas escuelas-vagón sucede treinta años después. Ese expediente es turnado al Inspector general en jefe, de nombre Hugo Valenzuela. Malhumorado recibe dicho expediente que sabe es para que lo analice y firme la orden de cierre de dicho plantel suigéneris. es el último de ese tipo. Y en el paquete de documentos encuentra una fotografía del grupo de treinta años atrás. Allí mira a Tuerto, a Valeria, a Chico a Ikal, a Quetzal el perro y a los otros.
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Dos tiempo corren en la novela. El de la tranquilidad de treinta años atrás. Y el de un presente los mismo treinta años después. Este con el viejo maestro Ernesto ya casi ciego (el tiempo hace su parte), desesperado porque está enterado que de las oficinas centrales de educación está la orden de cerrar su escuela, y que están esperando solamente que él se jubile, y tratarán de forzarlo a que se jubile para que se firme el cierre definitivo. Así se termina una época. Solo que Don Ernesto, el viejo maestro corazón de pan y mirada invicta, se resiste no a jubilarse, sino a permitir que esos niños queden a la deriva, sin posibilidad de asistir a una escuela porque no hay otra cerca, y tendrían que recorrer varios kilometros para estudiar. Esa es su pena. esa su preocupación. Su dolor.
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Entra humo en mis ojos en varios momentos de la novela (más que en la película). Una porque fue la educación fue mi ambiente laboral durante 40 años. Porque siempre la mirada de los niños y adolescentes dicen más que mil palabras. Entre el dolor y la alegría. Entre la esperanza y la desesperanza. La angustia por los alimentos diarios. Los que han desayunado y los que no. Los que viven paraíso en sus casas o infierno. Y siempre hay un maestro como Ernesto en la novela y como Georgina en la película, que cautiva con su sencillo encanto, y con su elocuente sonrisa. Son ellos, este tipo de docentes quienes logran sembrar la esperanza en sus alumnos.
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En la novela se confrontan dos visiones del mundo. Uno que considera al pasado como obsoleto, borrando los resquicios por donde la humanidad continúa en las nuevas generaciones, como transmisión de valores, leyendas, conocimiento antiguo, tradiciones, costumbres. Y la visión que contempla un fluir permanente del tiempo, con nuevos rostros, donde el humanismo permanece porque es la fuerza vital que se sostiene en buenos actos, en miradas limpias, en sonrisas naturales. Y estas dos visiones solo pueden ser comprendidas y valoradas por quienes se educaron para ser, para el ser, y no para la ganancia fácil y a cualquier costa, sobrevalorando el lucro y utilizando las trampas para ganar a toda costa.
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Y es precisamente la labor que hacen los maestros y maestras de las escuelas. Estas van quedando como lugares de resistencia, las mantenedoras del decoro y valores, a pesar de las dificultades que se presentan en todo tipo de órdenes, incluyendo la indiferencia hacia los otros, el valemadrismo de muchos, y el vacío como destino, y el laurel de la banalidad como trofeo máximo. Podéis desacreditar la escuela pública, a los maestros en general. pero sin duda alguna Ernesto en la novela y Georgina en la película, salva la imagen de los maestros. Y por supuesto, que no son solo ellos. Son miles y miles más. Estaremos siempre con ellos.
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Muy bella prosa de la escritora. He aquí un fragmento de la parte final: "...Nos juntamos por las tardes en su saloncito y comenzamos con los "y si..." Entonces son los sueños que merodean a mi alrededor. Y si hiciéramos esto, cuando pongamos en marcha aquello, construiremos, crearemos... meme levanto el lunes así, y me acuesto el domingo igual..." "...A veces la descubro mirándome cuando cree que no la veo y en sus ojos brilla ese destello de sorpresa de los que no dan crédito a su suerte. Y por tanto, que esperan que esta se les escape en cualquier momento. Lo noto: teme el momento en que volveré a coger un tren hacia un futuro que no le pertenece, que no nos pertenece, que me pertenece solo a mí. No hay prisa. Borraré ese destello. Estoy donde quiero estar. No hay otro futuro para mí que no sea el que marca su pelo negro cayendo por su espalda.
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Al final se cierra la pinza de la trama de la novela El último vagón. Se encuentran los dos tiempos en el presente, en el que hay la decisión de cerrar el último vagón-escuela. Aristóteles dijo que "la esperanza es el sueño del hombre despierto". Y el protagonista de la novela afirma conciliado su propio pasado con su presente: "Después de muchos años he vuelto a soñar despierto".
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