Nadie

Nadie en la mina. Ni en el campo. Solo cuerpos, solo manos y una credencial de identificación, a veces. Y en el burdel solo mujeres gráciles con propuestas del hastío, su trabajo de amor de noche a cambio de monedas. Y mujeres gráciles también pasan bocadillos de marca en los aviones. En la iglesia como fantasmas pasan la canasta para el óbolo. En los baños públicos en silencio y la mirada baja te ofrecen el papel. Y en los autohoteles, sigilosos, preventivos, el preservativo. Limpian acuciosos e irreverentes tus vidrios en el crucero. Y das dos centavos. O uno. A nadie. En la fábrica, en las celdas, en los pasillos de palacio, nadie. Y en las guerras los nadie aportan la sangre y los huesos. En las noticias nadie con cicatrices y encadenada por años. Terremoto con saldo de seis mil nadie. En las camas de hospitales, nadie. En los soñadores y esperanzados votantes nadie ante las urnas. En las cocinas nadie. Desenredando los hilos. Destapando los drenajes. Nadie. Cuarenta mil nadie desaparecidos en un año. Y sin esos nadie las olas del mar no hacen marea y la lluvia no sería lluvia. Todos los nadie los domingos tocan tamboras y guitarras. Y asan carne. Hasta caer despiertos con los sueños cruzados de la existencia. Un buen día llegan al cementerio donde quedan los Don nadie en el laboratorio del tiempo.

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