Sois profesta

Sois profesta, me descubrió ella rotunda entre penumbras ante cámaras. Estaba desnuda, ofrecida templo de la tierra. Anunciaba el fin del mundo como entre llamas y arrepentimientos.  Deja la ofrenda. Es para atender a los menesterosos, ordenó mientras atinaba a contar las pecas de mi espalda, dijo porte. Estaba sentada ante montaña de libros y papeles viejos, caramelos. Soy sacra, dijo. Y se reía a carcajada suelta. Entre hipos aseguraba que era de otro tiempo, otro limo. Y yo la seguía por el vecindario, para calmarla en su camisa de fuerza. Los perros aullaban de tedio ante lo mismo. Luna a la mano. Guantes de box. Cerillos para el incendio de los libros. Oro, dijo, lo mío es honrar vida con oro. El sábado es la pelea, soltó de pronto, como para el despiste. Box solo a veces, le respondí, ufano. Sois profesta, repitió, queriendo decir algo así como poeta o profeta. Yo reía, lo mismo. Algarabía de la carne, aceite untuoso de los santos óleos. No muero aún, dijo, luego de las explosiones húmedas de galaxia como creciente y resplandeciente diosa. Tenía ella veinte estampas. Tiempo restante. Cuatro fotografías. Un óleo. Y muchas otras pequeñas cosas.  Plástico devenir en el paso del tiempo.

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