Orígenes y aborígenes

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¿De dónde eres?, me preguntaban al saber que yo era profe joven, tendría 19 años de edad por cumplir 20. Y yo respondía que de Matamoros, entonces el interlocutor inmediatamente completaba: " la tierra de Rigo Tovar". Y pues sí, la tierra de Rigo Tovar, que en esos años hacía furor en los bailes populares masivos y las presentaciones en televisión. A contrapartida, el ídolo local, con un estilo diferente, pero arraigado en la música popular, principalmente cumbias y baladas para bailar pegadizos, era Chico Ché, a quien lo vi en dos bailes populares, con su vestimenta característica, de su overol (over all) y lentes, además con su pelo largo y un cigarrillo casi siempre a la mano.

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Todo esto de mis inicios viene a mi mente, porque antier leí el reportaje deportivo sobre un club de futbol tradicional, "Aborígenes", de Jalpa de Méndez, escrito por Christian Antonio Cerino, maestro universitario y periodista, y que seguramente para muchos habitantes de ese municipio y sus familias, ese reportaje, que representa toda una época, hace viajar en el tiempo de los recuerdos. Era 1979 cuando llegué y tuve la oportunidad de estar en ese campo habilitado para el futbol, propiedad de los Castillo Hernandez, con quienes, Jorge y Manolo, integrantes de eses gran familia,  tuve una gran amistad, de hermanos, y que ya no están con nosotros. Pero siempre los recordamos con mucho cariño.

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Yo era de los que llegaba algunas tardes al "Mangal", a verlos jugar. Yo en la Normal practiqué el atletismo, entonces yo lo que hacía era darle vueltas al campo, mientras ellos jugaban. Y solo ocasionalmente, cuando les faltaban jugadores, entraba al campo a hacer como que corría tras la pelota, que cuando la alcanzaba, no intentaba hacer alguna jugada, sino como papa caliente pasarla a uno de mi equipo, al más cercano. Parte importante e esos partido siempre fue el maestro originario de Monterrey, Guadalupe Vázquez Morían, a quien decíamos Lupillo, ese sí que jugaba y jugó siempre, desde antes de llegar a Tabasco, de muchacho a los 20 años ya como maestro de escuela en Benito Juárez 2a, hasta el día de su muerte, siempre brillando en el campo.

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Y siempre andaba por allí en el campo de juego el sacerdote José Narvaéz. Me gustaba verlo por la imagen que uno tiene de los sacerdotes, con su indumentaria dentro de la iglesia, y su indumentaria muy diferente en el campo de juego. El da los pasos lentos propios dentro De la Iglesia, y verlo correr tras el balón o en su búsqueda, o verlo buscar el gol de cabeza ante los tiros al centro, y meter gol ocasionalmente; el verlo dar la ostia a los de la fila, y verlo recibir o propinar ocasionalmente un golpe a los tobillos en la búsqueda deportiva del balón.

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Era José Chepe Narváez el párroco que oficiaba las misas en la iglesia central, y daba servicio en las comunidades cercanas. Les cuento que el día que llegué por primera vez a Jalpa, fui a la Supervisión, que estaba en una oficina pequeña del palacio municipal, y salí de allí ya con mi oficio de comisión para trabajar en la Escuela Primaria Benito Juárez, de la ranchería del mismo nombre. Sin tener a dónde ir, sin conocer a nadie, sin dinero o bien recuerdo que con unos dos pesos para comprar una nieve de limón (con una mano adelante y otra atrás, como metafóricamente dicen los mezquinos locales), me senté en una banca del parque central, y a pensar en la inmortalidad del cangrejo. Tenía pocas horas para resolver dónde quedarme para al día siguiente presentarme en la escuela primaria en mención.

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Yo sentía (mi imaginación me ayuda de siempre) que estaba dentro de una película mexicana; admiraba la plaza, sus árboles de ficus al que llegaban en el crepúsculo anaranjado y rojo miles de zanates, y dejaban su huella blanco y gris que todos miraban hastiados al día siguiente. Luego de terminar mi nieve de limón fui a la iglesia a preguntar por el sacerdote, para quizá dormir en una banca De la Iglesia. Me dijeron que debía estar en el curato, tres cuadras "para allá", me señalaron. Y fui a tocar la puerta donde me dijeron, luego de preguntar. El cura andaba en las comunidades, y regresa hasta las 7"., fue la respuesta.

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Así que me regresé al parque central. Y vi lo que decía antes: un horizonte crepuscular entre rojos, naranjas y rosas, parecía incendio, como lo escribí meses después, y fui testigo, como en película, de la llegada de miles de aves negras que luego me dijeron que se llamaban zanates, no sonatas. Y avisaban con su garganta su algarabía en la llegada. No traía cámara, sino merecían unas cuantas fotos, que seguramente se me hubieran quedado en algún lugar, o deshechas en una inundación.  Y como a las siete regresé. Me pasaron a una salita comedor de espera. A los cinco minutos llegó el sacerdote. La persona que me recibió le dijo de mi razón para esperarlo: "es un maestro, que no tiene donde quedarse, y mañana debe presentarse en Benito Juárez". Luego supe su nombre: José Narváez, el padre Chepe. Él me preguntó que si ya había cenado. A mi respuesta de "no",  pidió que nos sirvieran cena. Una hora de charla, de donde vienes, de Matamoros, ¿la tierra de Rigo? Sí, la tierra de Rigo. Hablamos de filosofía, letras y política (ja ja, yo venía con filo o eso creía) y él sonreía como un padre prudente ante un hijo imprudente, pero ávido.   

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Me asignaron una habitación con la indicación que me despertaran a las cinco de la mañana. Y así fue. Me bañé con agua fresca, a como estaba. Y antes de salir, la señora que me recibió me dio un billete (quizá de cincuenta pesos equivalente hoy) y con la indicación clara y precisa de tomar un "Caballo blanco", camión azul que me llevaría a mi destino. Bueno, había que transbordar en la entrada de Iquinoapa, carretera Jalpa Comalcalco. Una maestra guapa me dijo dónde bajarme. Y así lo hice. Luego esperar otro camión que venía de Comalcalco, a eso de las 8: 30 y de allí iniciar mi carrera laboral que lo fue por cuarenta años.

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Iba yo pegado en la ventanilla mirando el paisaje que sería mi destino. Al llegar, el director Juan Dominguez me asignó el grupo, me dio indicaciones dónde iba a vivir y comer, que fue en la casa de Doña Carmela Suárez, como a 200 metros de la escuela. Y en esa escuela fue donde conocí a Guadalupe Vázque Morín, a Gilda Mena Criollo, a Carmita León Damián, Margarita, Martha, Mateo Hernández De la O (apellido que se me hizo muy raro al escucharlo por primera vez), Domingo Magaña y a Jorge Hernández Castillo, quien junto a su hermano Manolo, los dueños del mángalos, fueron parte importante en esa historia de futbol de los Aborígenes. 

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Los fines de semana Jorge Castillo nos invitaba a quedarnos en su casa. Allí conocí a su noble y bella familia. "Usted es muy buena gente y nos trata muy bien sin conocernos", le dije una vez a doña Carmita madre de Jorge y Manolo. "Porque mis hijos asimismo han andado y andarán fuera, y me gustaría que así los trataran", respondió con calma y sonrisa de beatitud. Así que las tardes del sábado nos íbamos al "Mangal", donde ellos jugaban futbol, llegaba el padre Chepe, y yo daba vueltas al campo.. Todo eso recordé cuando iba leyendo la bella y documentadacrónica reportaje de Cristian Antonio Cerino sobre ese equipo de mucha tradición, Aborígenes, con muchos nombres de varias generaciones y con algunas fotos ilustrativas, donde reconozco a Lupillo con su melena abundante o corta. Lupillo descansa en paz.

   

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