Vitrales

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 ¿Será muy difícil que todos los niños y niñas tengan la oportunidad de estudiar música? Esto me preguntaba ayer. Digo, hay dinero para romper una calle o parque y volverla hacer y a los dos o tres años volverla a romper y rehacerla. Lo hemos visto. Y hemos visto asimismo cómo los niños del centro y de la periferia andan sin rumbo ni brújula, luego son adolescentes que asimismo no saben qué rumbo darle a la vida. Y digo música, como podría ser alguna otra disciplina artística.  Esto lo reflexionaba ayer al asistir al concierto Vitrales, de piano, que estuvo a cargo de Edgar Julián Sánchez Zamudio, en el Centro Cultural de Villahermosa, espacio que dependen del H Ayuntamiento municipal, y que está a cargo de Misael Sámano.
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El programa fue variado: Bach. Bethoven, Chopin, Lizt, en la primera parte. Un intermedio con Clementi, Kachaturian, Paul de Seneville, principalmente, entre otros, como una muestra de la variedad muy amplia entre los compositores de antier y ayer. Y la última parte con Alexander Cribian, J. Turina con sus Mujeres, y al final nuestra adorada Las blancas mariposas, de Cecilio Cupido, con unos arreglos del músico belga Joost Van Kerkhoven.
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Con las notas musicales de las melodías, mi mente construía sus imágenes. Es entretenido. Deberíamos todos probar. Es sencillo, si no está usted en una sala de concierto, puede recurrir a la música que está en todas las plataformas, y por qué no, aún en los discos de vinilo viejo o en los cidis tradicionales. Es entretenido, y los que somos legos en ese tipo de música, bien podríamos hacer el ejercicio que refiero. Yo por ejemplo, cuando empezó el concierto, con Preludio y fuga en mi menor, de Juan Sebastián Back, me olvidaba del lugar donde estaba, entrecerré los ojos y empecé dicho ejercicio, para que no se me olvidara, anoté las palabras de referencia en el programa de mano: ardillas.
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Mientras desfilaban las notas una a una o en grupo de acordes sugerentes, las ardillas caminaban plácidamente en un jardín que bien recuerdo, encontraban una nuez y la empezaban a quebrar, con parsimonia, cuando miran de lejos un perro juguetón, pero ellas no sabían, y empezaron frenéticas a correr, de un lado a otro, sentían en peligro su vida, y el perro tras de ellas, tratando de decirles que es un juego, pero ella no han aprendido a convivir aún entre especies, y corrían entre frenéticas -ya lo dije- y desaforadas, temiendo por su vida, hasta que encuentran un árbol al que bien podrían asirse de entrada, para luego subir por su tallo, dejando el perro abajo ladrando como diciéndoles, "bajen, guau, que es un juego", y ellas lo miran, con el corazón latiendo fuerte, como diciendo: "salvadas estamos". Y fin de notas de esa pieza.
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Todo bien organizado, desde la entrada, con los protocolos de higiene con gel, por lo del Covid, que no ceja. El programa de mano, impreso y en digital (vi el aviso con código en la parte de abajo). Me dicen que ya funciona el elevador, luego de varios años, qué bien. Tomé mi asiento en primera fila, me gusta la música de cerca, porque la escucho con todo mi cuerpo, aunque suene exagerado, oídos, que ni qué, pero mis ojos están atentos al movimiento y mi piel se eriza con algunas melodías, a veces por la nostalgia, o el pasmo de que pasa el tiempo. Música de hace cientos de años, me pongo a pensar, y sí. 
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Luego siguió la Sonata No. 13. Quasi una fantasía, de Lwding Van Beethoven. Aquí me imaginé desde el principio que entraba un sacerdote a la iglesia donde oficia, pero antes de que empezara la misa, recorría todos los recovecos De la Iglesia para cerciorarse de que todo estuviera bien, se detenía para admirar los vitrales, miraba las bancas en fila, todo bien barrido y trapeado, se asomaba a unas esquinas que no hubiera polvo, todo en su lugar. Sonreía satisfecho, tiene un buen equipo de feligreses que le ayuda, y casi por terminar la pieza, noté claramente con las notas, que se retiraba satisfecho, para prepararse porque en unos minutos más saldría a escena a dirigir su misa. Antes de salir de mi escena, voltea y sonríe.
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Miré por allí a Irina Samodaeva, y a Victoria Fernández, ambas maestras de piano y concertistas internacionales, qué alegría saludarlas, y pendiente una charla tipo entrevista, de todo lo que hace Victoria, como promotora musical, concertista, vínculo esencial entre lo hispano americano y la cultura rusa, y que tiene su programa de entrevistas con grandes músicos y maestros de música de diversos países. Miré igual a Patraca, Director de Fomento del Ayuntamiento, a la escritora Erika, a Irma Lucía,  y a otras personalidades más, activos siempre en la cultura tabasqueña.
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Volviendo al concierto: Estudio No. 12 Revolucionario, de Federico Chopin. Mi mente empezó con imágenes de una sala de juntas, con su mesa grande y servicio de bebidas, donde hay una reunión especial de jerarcas de algo, sean actividades legales o legales, el caso es que discuten, puro en mano, de manera ordenada, hay propuestas, reflexiones, a veces se alza la voz, pero de manera fraterna, hay sonrisas metálicas, el sonido de las copas que entrechocan, como de brindis, y siguen las discusiones, calmadas o frenéticas, según el momento de los temas que se tratan. Luego vino "Suspiro, de Franz Lizt. Y mies pies de plomo sintieron el rigor y la envidia de ver un baile en un palacio, donde resaltaba una pareja, entre varias, con sus miradas y cadencia, vestido y taje para la ocasión, radiantes en juventud y amor, y al terminar la pieza de baile y en vivo en el concierto Vitrales, con Edgar, de manera natural se sintieron los suspiros de no pocos de los asistentes.
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Destaco el "intermezzo", porque entró al quite el niño Isaac González Villar, con una serie de piezas, que me remontaron a la niñez en un barrio marginal, pero por los juegos, en los que fuimos incansables, hasta que mamá severa nos llamaba para comer o hacer las tareas, y nosotros nos acercábamos a casa hasta casi el anochecer,  y las rondas infantiles. Diestro y disciplinado en su aprendizaje, Isaac de cuando mucho doce años, nos dio muestra de que es necesario que la música en particular y el arte, llegue desde la edad temprana al cerebro, corazón y manos de los niños y niñas, para una mejor sociedad, pacífica, alegre y creativa en todos los sentidos. Las piezas que interpretó Isaac fueron Invención, de Bach; Sonatina 1, de Clementi, Cuento de tierras extrañas, de Kachaturian y finalmente la conocida Balada para Adelina, de Paul de Seneville. Aplausos mil.
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Volvió Edgar, que fue alumno de Irina Samodaeva desde los cinco años, me dicen. Volvió con la mano izquierda tan solo, en la interpretación de preludio y nocturno, de Scriabin, luego con Suite para piano, Las mujeres de Sevilla (La alfarera, La mocita del Barrio, La Macarena con garbo, La cigarrera traviesa (ya me imagino) y mantillas y peinetas), para finalizar con nuestra Mis Blancas mariposas, que en partes nos es desconocida, por los arreglos como vestuarios de lo casi desnudo, de la melodía de Cecilio Cupido. Los arreglos son del Belga Kerkhoven.
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En mi vuelo, con las notas de Preludio y Nocturno para la mano izquierda, de Scriabin, me imaginé un hombre otoñal, de ciudad, en su casa de campo, con verdes lomas en su campo visual, sentado en un amplio y cómodo sillón, con una mesa al lado donde tiene una botella de vino tinto de bajo o mediano precio (da igual), y lo saborea con fruición, entrecerrando los ojos, mientras mira el caer del sol, que se despide con sus rayos lánguidos asomando entre las hojas de los árboles cercanos, y la transición entre la luz y la oscuridad, y el vino, le hacen sentir nostalgia por lo que se va yendo, recorre su vida entre ráfagas de recuerdos, y al caer completamente el sol, se queda todavía unos minutos más, aparecen las luciérnagas, y se dispone a entrar a la casa, voltea a ver la cámara y sonríe . Mientras se escuchan las últimas notas, él entra y cierra la puerta.

 



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