Bienvenidos mis amores

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Bienvenidos, mis encendidos amores. Los que un día carne fueron. Los que soñaron quimeras. Los que ofrendaron su risa en pos del destino. Quienes caminaron para llegar a ninguna parte, al parecer. Pero llegaron -se dice, se afirma, se asegura- al lugar preciso. Donde no hay olvido. Donde el punto de origen es el mismo punto de llegada.

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Bienvenidos a este valle por ustedes conocido, comarca de sabores y sinsabores, lugar donde dejamos nuestro sudor, y anhelos, en un camino de abrojos y resplandecientes días de dicha. Su llegada hoy día 2 es símbolo de unión entre el ser y la nada. Donde somos complementos entre la vida y la muerte, como uno solo. No hay dolor. Solo amor. Polvo de otros lodos.

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Bienvenidos a esta noche sin fin, aquí seguimos a pesar de las vicisitudes de la vida, con escafandra contra las maledicencias, con la esperanza intacta para entrar al paraíso aquí en la tierra. Dinamitado el puente de regreso, vamos a tientas a ninguna parte. Sombras nada más entre sus vidas y las nuestras, entre tu vida y la mía.

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¿Qué contarles si ya todo lo saben? ¿Qué decirles que no sepan? Si la existencia son cartas abiertas al destino. Incomprensibles para uno. Conocidas por el Mayor, arquitecto que todo lo diseñó. Cuyo dedo los destinos escribió. Y desde las alturas nos llama uno a uno a cuentas, sin distinciones ni recriminaciones, para completar el periplo estelar y llegar al todos uno mismo.

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Las cuitas hoy dejamos de lado, contentos con sus visitas, amores míos, amores nuestros, almas de la bienaventuranza.  Nada de muertos, nada de vivos. Todos ánimas vibrantes en el velo y desvelo de la existencia. Sol y sombras. Espina y abrazo. Piélago donde flotamos de maravilla para anunciar las buenas nuevas de la paz y dicha.

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Aquí estamos. Al pie de la batalla. Gozosos con su vista y visita. Pero cuéntennos, de sus experiencias. De sus visitas cuando no nos damos cuenta. Cuando el jalón de pies en la noche. De las puertas que se abren y cierran con el viento. Cuando huele el perfume y el aroma de su uso. De la carta que llega de ninguna parte. Y es la letra de usted, sí, de usted. De ese silbido, de esa canción que escuchamos en los sueños. De ese nombre que se escucha de madrugada. Del saludo de los perros, con su mover de cola frenética y alucinante, a la nada.

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Almas mías, nuestras, tenemos en el altar las cosas de su gusto en lo que se refiere a comidas y bebidas. Los dulcitos de sus anhelos. Los objetos de sus aficiones. Aquí la guitarra del embrujo para la serenata, las cartas enviadas al mar en botella ámbar, la armónica en la que se buscaban notas de John Lee Hoocker, los dados para el doble seis y el triunfo, la pluma Vick porque no falla,  la guayaba del suave y onírico olor, el durazno en almíbar para el gusto de la lengua, el disco de las polkas y las redovas con el bajo sexto y el acordeón, la paleta de colores, y el cometa listo para el vuelo.  

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Y tenemos los recuerdos a flor de piel. De aquel viaje, del hotel, el caminar en la playa, el viaje al pueblo mágico, el festival de las coplas, cuando bebimos unas cuantas copas, del libro que anticipó las pequeñas historias, el cuaderno donde se escribió el principio y fin, la vez aquella de la reconciliación, los miedos al qué dirán, los juegos de palabras en lo escrito y oral. La lista sería un ejercicio final. Y el fin es de nuevo un empezar.

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Y no podía faltar el café, las calaveras y la cerveza. Un disco de Serrat. Y la chistera de mago, para hacer aparecer conejos. El café es de autoservicio, para autodeleite. Óptimo el día. De vivir entre las nadas. Las hadas de la realidad, y el canto sutil de las sirenas, para lanzarse al mar, odisea del infinito.

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¿Quiénes hablan? ¿Quiénes escriben? ¿Quiénes han levantado el altar? ¿Quienes leen? ¿Qué calaveras sonrientes leen textos de calaveras. Son los muertos previos, polvos enamorados, en movimiento febril, temblorosos ante el despertar. Mientras tanto la bienvenida es a mí, a ti, a todos.

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