Teo, el ciego que veía

Teodosio García Ruiz miró más allá desde siempre, desde niño y desde joven, con su prodigiosa mirada del alma. Los ojos nunca le pusieron límites. Y años después la ceguera tampoco. Murió joven, creativo, a los 48 años y feliz sus últimos meses rodeado de familiares y amigos. Su muerte fue causada por una diabetes que lo cabalgó pero que también él se dejó cabalgar como un juego recíproco, valiente en la vida. Al fin poeta. 

Teo murió en 2012. Y la muerte, para compacer al escritor, y matizar el llevárselo, escogió el 12 de noviembre, Día del libro en México. Así que este hecho de su fin terrenal no podía tener mejor imagen para un escritor de su talla, en la fecha: los libros, que fue su motor de vida, de los motores más humanos. Pero no es sorpresa -o no tanta- la importancia de su fecha de nacimiento, porque asimismo es importante la de su nacimiento: el 5 de mayo; por lo demás gloriosa para la historia de México.

De tal manera, que en sesión pasada del Taller literario La cueva de los Alebrijes, lo recordamos platicando sobre su vida y obra, en la parte que lo conocimos. Cabe recordar que este mismo lugar de Casa Alebrijes Centro cultural es sede de un círculo de lectura que lleva su nombre. Hubo anécdotas que retratan fielmente cómo era Teo en sus distintas facetas como estudiante universitario, maestro de telesecundaria, bohemio, enamorado de la vida, y tallerista tanto como integrante y coordinador. Y se leyeron algunos de sus poemas del libro Yo soy el cantante.

Yo lo conocí cuando él ya era poeta. Estaban por publicarle su primer libro "Sin lugar a dudas" en 1985, y a partir de allí siguieron otros libros ( alrededor de veinte), entre ellos Yo soy el cantante, Una canción para Leonardo Fabio, y muchos otros. Lo conocí cuando se reintegró a sus estudios universitarios en Ciencias de la Educación luego de estar fuera de ellos un año, y entró al grupo donde yo estudiaba. Franco y platicador, siempre con opinión sobre los temas, alegre y fiestero, escuchaba y aconsejaba, sugería y proponía. Alentaba, empujaba para hacer. Y es precisamente mi agradecimiento.

Me place siempre comentar que una ocasión, siendo compañeros de grupo, coincidimos en fiesta de estudiantes como vecinos de silla. Y entre una y otra cerveza, música de fondo, platicábamos de varios temas. Por esos días yo leía a Milán Kundera, y de seguro eso lo notó, lector acucioso que era, y ya escritor. De pronto me suelta  la pregunta de si yo escribía. Y mi respuesta a bote pronto fue que no, porque efectivamente yo no escribía. Quizá un poquito sí, quizá un recado o cartas a novia o amigas de la Normal, y recuerdo que me emocionaba hacerlo, pero de allí a pensar que yo era escritor, pues no. Y en una ocasión mandé unos poemitas a concurso de feria, como mandarlos al aire o al mar en botella, y mi nombre apareció como mención, es decir, sí, pero no. Y el Teo: "creí que escribías por los temas que platicas", me encajó, como lanza de Longinos literario, en las costillas esa especie como de reto. Y en otro.momento: "¿heladera o refrigerador? Cuál crees que sea mejor en un poema que estoy escribiendo?", me consultó como para hacer plática.

Era viernes. El sábado amanecí cansado y con la tarea de limpiar la casa, porque la fiesta fue en Allende y Peredo, centro de Villahermosa, en el departamento que yo ocupaba recién casado. Pero el domingo, engallado con la motivación de Teo ante su pregunta de que si yo escribía, tomé mi máquina Olivetti portátil, y le puse hoja blanca, y escribí lo que luego fue mi libro "Las malas compañías", editado en proyecto de Óscar Magaña como presidente de alumnos, y Teo como asesor cultural. Esa ocasión primera, de que yo intencionalmente me sentara ante la máquina con pose de escritor (hay que creérsela) salieron de mi ronca memoria diez cuartillas donde cuento varias anécdotas de mi juventud, como habitante de la frontera bronca del Norte de la república, en el lejano noreste. A  los tres días las revisé, le hice correcciones y se las llevé a Teo. Las leyó frente a mí en silencio y se iba riendo con esa sonrisa pícara de satisfacción al haber encontrado un cómplice. "Están bien , coño, te las voy a publicar en El Clarín (periódico del gran periodista tabasqueño Guillermo Hübner).

En esos tiempos de juventud de los 20-21 años el Teo era robusto, pero no se le notaba mucho porque tenía una estatura arriba de 1. 70 m.  A veces su camisa amenazaba con soltar un botón y él se reía, porque decía que era la buena vida de los tacos de cochinita y el chicharrón. Inteligente y perspicaz, sabiendo quién era, ya el poeta joven más brillante de su generación, llegaba alas clases con el cuaderno Scribe doblado o la carpeta en la bolsa trasera del pantalón, saludaba a todos al llegar, y lo sacaba para luego ocupar su pupitre. Y a escuchar y participar, siempre muy activo.

Lo conocí con vista de ojo alegre (ni modo que triste), y fui testigo de su pérdida, de poco en poco, de la vista a causa de la diabetes infantil que le atacó traicionera. Pero el destino es el destino, y no se detuvo mucho a escuchar las recomendaciones de los médicos. Eso sí cumplía con las inyecciones para suministrarse insulina, pero no siguió dieta estricta para sobrellevar la enfermedad. Ya no coincidí con él en sus últimos años de vida debido a los trabajos distantes geográficamente que teníamos. Mas nunca dejé de saludarlo cuando coincidíamos en algún evento o café. Me dicen que se deprimió mucho cuando la ceguera fue total. Y que se resistió a aprender Braille, hasta que un amigo le habló fuerte: "cabrón, si tu vida es la escritura, si tu ser y esencia es escribir, coño, si ya no puedes ver,  escribirás con el método Braille, porque no hay de otra". Y aunque sí había de otra con las aplicaciones de la computadora que te permite dictarle y ella lo escribe, el Teo afortunadamente aprendió el Braille.

Teodosio nació en Cunduacán, Tabasco. Y vivió en La Venta, Huimanguillo y en Atasta, a la que nombró Atasta City. Recorrió casi todas las calles de Villahermosa, de otros municipios y viajó a otros estados y estuvo en España en un Encuentro de escritores jóvenes. Estudió Ciencias de la educación en la UJAT. Y fue maestro de telesecundaria. Y desde niño escribía versos que llamaban la atención a familiares y amigos. Y no dejó de escribir. Solo que necesitaba el toque mágico del asesor profesional y este lo recibió del poeta ecuatoriano Fernando Nieto Cadena, quien llegó un día a Villahermosa para coordinar un taller literario. Y Teo, el poeta incipiente, versificador, empezó a convertirse en poeta deveras, y precisamente en esa edad de la juventud primera, por lo que fue llamado el Enfant terrible de la poesía tabasqueña. Con Fernando Nieto conoció o reafirmó su conocimiento de la música rítmica y cachonda de la salsa con Roberto torres y Héctor Lavoa, además de la música guajira con el cubano trío Matamoros. Y esa influencia es notoria en sus poemas.

Teodosio miraba más que cualquiera cuando su vista era tan suya, desde muy niño. Y todos esos millones de imágenes las guardó en su memoria celosamente. Y con lenguaje poético tanto en poesía como en prosa las plasmó en su obra, la cual, sin lugar a duda alguna, debe ser rescatada en edición completa por parte del instituto de Cultura estatal (o federal o municipal). Y Teo siguió viendo cuando, ya estando ciego,  su mente acudía a ese caudal de imágenes que ya había registrado y lo relacionaba ahora por olores, sabores y ruidos.

Puede ser, lector, te haya tocado alguna vez que estabas en el cine, en esos viejos cines de antes de Cinépolis, y Teo entró y entre la oscuridad escuchaste la festiva voz sonora de él con su grito característico juvenil: "Ya llegué, ¡zorraaaa!"

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