In memoriam a Gerardo Rivera

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El hombre muere desde antes. Desde que ya no puede hacer lo que fue su motivo de vida. Por lo que lo conocen. El escritor muere si ya no escribe,  ya no lee. Si ya no se le mira en las lecturas públicas. En la charla de café. En la charla frente a un grupo de alumnos. En todos eso lugares con la palabra precisa, la mirada brillante, y la sonrisa amplia. Y así se nos fue poco a poco Gerardo Rivera, escritor salvadoreño radicado en tabasco desde hace 43 años. Por eso no fue sorpresa enterarnos de su muerte. Porque ya no le veíamos en los lugares donde nos acostumbró. Falleció literalmente el pasado 19 de noviembre.

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Hacía meses que a Gerardo ya no lo vimos activo. Con su bastón, pero activo. Con sus lentes negros, pero activo, como lo conocimos desde hace ya varias décadas, en ruta al medio siglo. Preguntábamos por él y unos decían una cosa, otros otra. Coincidían precisamente en eso, en que estaba enfermo, casi ciego. Y qué ya no salía. Que incluso algunos interesados buscaban comprar su biblioteca. Y qué él y su hijo se negaron.

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Los años ochenta fueron años de auge cultural en Tabasco. El auge económico por el oro nego ya estaba presente, con el dañino costo alto de la vida y el deterioro ambiental. Y por el otro lado resistía el oro verde (cultivo y cosecha abundante del plátano). El cacao, la copra y la pimienta se veían en los secaderos del frente de las casas en el campo.  En Tabasco se veía y sentía mucho movimiento, y en todo ello un ambiente de intensa actividad cultural. La Alianza francesa era centro de reunión con café y cervezas, con anfitrionía de la cubana Doña Carmen y su marido. Lo era asimismo El Submarino de Chepe, en sus tiempos gloriosos. La biblioteca municipal ocupaba lo que hoy es el Centro Cultural Villahermosa y a toda hora se veía llena o casi. En el Jaguar Despertado había casi cotidianas actividades culturales. La red de talleres literarios, con 25 de ellos, era un semillero vivaz y fructífero. Y Andrés González Pagés estaba al frente de Editorial del Instituto de Cultua (gloriosos tiempos) y al frente del taller literario que funcionaba en la Casa Museo Carlos Pellicer. Y Gerardo Rivera parecía tener el don de la ubicuidad. Se le miraba por todos lados.

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Villahermosa parecía una metrópoli cultural o lo era, pero no lo sabíamos, y lo era multiplicado por diez. Vivíamos en jauja, o en una real El dorado cultural. Varios extranjeros interactuaban en diversas actividades artistico, académico, culturales. Yo miraba al argentino Negro Pino y a su hijo Pinito por todos esos lugares. También al uruguayo Papo. En la Universidad entre varios maestros sudamericanos teníamos al colombiano Lácidas García Detjen, al argentino Dante Ruggeroni. El cubano Leandro Soto enseñaba artes plásticas a niños y jóvenes en Tamulté de las sabanas. El Teatro campesino dirigido por Alicia Medrano andaba en movimiento de Nacajuca a Nueva York, de Mazateupa a Granada España. Y de varios estados del país llegaron otro tanto. Entre varios personajes más. De tal manera que enriquecían las charlas en todos los lugares por dondea andaban. La vida es así en toda la geografía. Lo local resiste para conservar. Lo que llega se confronta sin querer (o queriendo), porque trae otros modos y otras visiones. Otro bagaje. Y hay sencillez y soberbia de ambas partes. Así que las confrontciones se dan de manera natural y no siempre se traducen en pleito. Sino que se amalgaman.

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Por esos años apareció publicado el primer tomo y luego el segundo de La bohemia tabasqueña, investigación de Gerardo Rivera sobre un grupo de escritores que publicaba una revista literaria a principios del siglo pasado en esta parte del trópico húmedo. Ese puñado de escritores con el paso del tiempo fueron quedando en el olvido. Apenas ocasionalmente se le recordaba a uno o a otro, y esto por muy reducidos grupos, apenas la familia. Y Gerardo Rivera, el salvadoreño barbudo, los sacó a la luz pública nuevamente, para que las nuevas y no tan nuevas generaciones se asomaran a su prosa y poesía de gran valor. 

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Y por esas investigaciones se le empezó a encasillar a Gerardo como historiador investigador, desafiando el orgullo de lo localistas. ¿Cómo es posible que un extranjero en nuestra propia tierra nos venga a enseñar algo que nosotros debemos saber? Y de ese talante era la pregunta de algunos como generadora de admiración escondida, y coraje malamente escondido. Reitero de algún, algunos.

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Pero Gerardo Rivera, poeta, se reía de todo lo que se generaba a su alrededor, tanto de lo que se hablaba para bien como para mal o de mala fe, pero sí con mejor actitud que Fernado Nieto Cadena, poeta ecuatoriano, a quien le sobraban epítetos para referirse a sus destacados adversarios, detractores, de quienes se dice trataron que las autoridades locales le aplicaran el 33 para extranjeros. Y casi lo logran, digo en caso de Nieto Cadena. Gerardo tenía (que difícil escribir ya en pasado) otra piel, y por tanto una manera más "chévere" para sobrellevar estas andanadas. Se le resbalaba la crítica malévola vocalista, y respondía con nuevos títulos, ora de investigación, ora de creación literaria. Y respondía con una muy buen arma: su generosidad, la que le llevaba a decir sí cuando lo invitaban a dar una conferencia, a dejarse tomar fotos como estrella de rock, y a firmar autógrafos con dedicatorias especiales y originales. 

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Atento, solidario, creativo, alegre y generoso lo fue Gerardo Rivera. Era humilde y sencillo con los humildes y sencillos. De los soberbios no se dejaba, sin llegar al insulto, de su parte. Se le conocía como "el viejo lépero" por una de sus llamativas columnas como periodista, en la que, para deleite de nosotros sus lectores, detallaba acciones de vida de un personaje tipo Charles Bukowski tropical (el viejo indecente), que caminando se encontraba una mujer tipo a las que dibujaban en el libro vaquero, voluptuosa y con curvas a más no poder, y luego de flirtear con ella, de manera directa el personaje ya estaba haciendo el sexo con o sin amor con ella. Apuntes, escritos e historias del viejo Lépero, algo así el título original. 

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Asiduo a asomarse a los libros de viejo y a dialogar, tomar café o cerveza, se fue adecuando a los vaivenes de Villahermosa, así trabajó para periódicos, para la Secretaría de Educación en su atapa anterior conocida como SECUR, en el Instituto de Cultura en diversasas administraciones, en el Ayuntamiento de Centro, en el Colegio de Bachilleres. Asiduo, decía, llegaba a diversos cafés, entre ellos a Café la Antigua cuando estaba en las escaleras de la calle Reforma (o Lerdo). Ya dijimos mucho antes al café de La Alianza francesa, y al típico y legendario Café Casino, d ela calle Juarez, casi con Zaragoza.

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Transparente que era, Gerardo Rivera explica en entrevista al escritor Francisco Payró, de su acercamiento con motivo de investigación al tema de La bohemia tabasqueña: Andrés González Pagés, director editorial de esa época, tenía el encargo por parte de Doña Julieta Campos, esposa del gobernador Enrique González Pedrero, para investigar precisamente sobre dicha revista y grupo. Y Gerardo Rivera asumió esa tarea, y cumplida esta lo llevó a investigar temas relacionados, hablando de literatura antigua tabasqueña, sobre los pioneros, los poetas de la independencia y la revolución, y poetas tabasuñas.

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Gerardo Rivera nació en San Juan Opico, El Salvador, el 16 de otubre de 1949, aunque circula otra fecha, esta en noviembre, solo que él lo aclaró en su momento, de que su abuela lo había registrdo mal, pero que su verdadera fecha era la de octubre. Incursionó en la guerrilla en su tierra natal de origen y en la crítica periodística política, por o que se genera la necesidad, por seguridad, de exiliarse, razón por la que llega a Villahermosa, a donde se integró rápidamente al medio cultural, su motivo de vida. Larga es la lista de sus libros publicados, de ensayo y de creación literaria. Menciono algunos: “Poemas de amor para ser leídos en el siglo XXI” “Poemas de la cárcel y otros desencantos” “Soy un ciego cojo dando de palos en la misma ciudad donde todo se me pierde”, “Sagitario rojo” (novela), entre tantos otros.  En 1992 ganó el premio nacional Juegos florales  Ciudad del Carmen, Campeche. En 199 el Premio estatal de periodismo en el ramo de artículo de fondo. Entre otros premios. En 2013 se le hizo un reconocimiento púbico a su vida y obra por parte del Instututo de Cultura de Tabasco. Y en 2014 le hicimos en Conalmex Unesco un reconocimiento por su vida y obra. En 2016 la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco le hizo un homenaje en el marco de la Feria Internacional del libro. En vida, pues.

 

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Misión cumplida ampliamente en tu vida, con tu obra y generosidad, Gerardo Rivera.




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