El deterioro, destino final*

1

Lo conocí en 1984. Tanto a él como a su esposa L. Dos viejecitos curiosos que salían a caminar por las calles de su barrio en San Diego. Daba cierta envidia el verlos siempre juntos, apoyándose uno y otro. Un buen día me permitieron entrar a su casa. Y yo me convertí como una especie de secretario secreto, testigo mudo de sus rutinas y peripecias diarias. Y eran tan así, que no permitían les tomara del brazo para acompañarlos. Él platicaba mucho, con enjundia. Ella menos. No tenían contradicciones aparentes; a lo más guardaban silencio en vez de asentir como eso de no estar de acuerdo, pero no te lo digo. 

2

 En ese 1984 ella, L, ya estaba medio ciega y sorda. La edad hace añicos lentamente las capacidades de los seres vivos. Él ya casi había perdido al vista de un ojo, y el otro iba por el mismo camino, pero aún no, lo que le permitía leer a diario, aún mucho: literatura, noticias de los periódicos, cartas, revistas. Y le leía a ella, como si la enamorara cada día. L lo escuchaba atenta, sonriendo, entretenida con las imágenes que se le iban presentando con la voz dulce de él. Ambos esposos ya de larga data. "Disculpe que los moleste, ya me voy", les decía yo. Ella literalmente no me escuchaba.Y, sin voltear a verme, él cerraba entonces el libro de sus diarios. Y se iba a descansar. Ya era siempre cerca o pasado de la media noche.

3

Yo me metía en mis asuntos. La noche a veces era lluviosa. En San Diego, California, el clima es  extremoso. Frío o calor, sin medias tintas. Y eso que las aguas del océano Pacífico aminoran los cambios bruscos, pero no deja de sentirse el rigor al extremo en los veranos y los inviernos. Y a veces, en la misma estación, los días son calurosos y las noches frías. Y lo imagino a él, siempre amoroso, cubriéndola, tomándole su mano y leyéndole. O él leyendo y escribiendo en su diario, alejado ya de la literatura, de los convivios, enterándose de la muerte, una a una, de sus contemporáneos, amigos y enemigos, y cada vez más aislados, siendo testigos uno del otro, como pareja, del deterioro infernal, del olvido de la muerte. Y su deseo, de Eligio, de morir juntos, parado sufrir la desdicha de la viudez, ya sin capacidades físicas.

4

¿Y qué sigue? Entro a con ellos de nuevo, sin tardar mucho. Porque ya los amo, desde el primer día que me permitieron entrar a su vida cotidiana, en secreto, sin que nadie se enterara. No me permiten ayudarles en nada, pero sí que sepa de su día a día, casi. Ellos nacieron en Hungría. Se casaron muy enamorados. Y cuando el régimen soviético, luego de la Segunda guerra mundial atrajo para su órbita el régimen de Hungría, y se instauró un gobierno pro soviético, cuando las bombas destruyeron gran parte de la ciudad, y en esa parte su casa familiar, tuvieron que huir de la muerte y la destrucción en 1948. Sus obras fueron prohibidas, y sobretodo él, pero también a miles y miles expatriados, fue considerado en la categoría de traidor a la Patria. Y Estados Unidos les dio cobijo final.

5

Vivieron en Nueva York, luego en Salerno, Italia y para 1979 ya estaban en San Diego, California, en esa edad fatigosa en que todo es tan difícil, en la que te asomas al final de la vida sabiendo que es un vacío enorme, y que el cosmos siempre nos ha contenido, sea en movimiento o en partículas, y no hay en este escritor el concepto de Dios como el de muchos, que augura una vida eterna, y que matiza el final. Su diario trajinar va siendo  de tropiezos, de caídas, de médicos y medicamentos, de bastón que va "perdiendo" el equilibrio junto con él en este cuerpo que se niega, rotundo a quedarse quieto, y que sin embargo no le queda de otra. Y es triste ser testigo uno de los desmayos de ella, y el esfuerzo de él por arrastrarla con denodada dificultad para llevarla a la cama. Viven solos. Una señora va dos o tres veces a la semana a hacerles el aseo. De vez en cundo lo visita Janos, su hijo adoptivo. Y la condición única para ser testigo de su vida en lo diario es que no me meta en sus vidas. Ver y callar. Entra humo en los ojos por la impotencia de verlos en sus fatigas y esfuerzos. Y en su deterioro creciente. 

6

Sin que él se dé cuenta me asomo a sus diarios, y me doy cuenta que es un escritor importante. Tuvo dos hermanos y una hermana. Tuvieron un hijo, que murió a los pocos años. Adoptaron a Janos, hijo de carpintero, que los acompaño toda su vida. Este estudió ingeniería y ocupo un alto puesto en una empresa de electrónicos, formó familia con esposa y tres preciosas hijas. Y ocasionalmente los visitaban. Los libros del escritor se reimprimían en varios países, traducidos en varios idiomas. Era considerado el más grande escritor húngaro, solo que los regímenes comunistas siempre consideraron traidores a los que dentro o fuera del país no se les plegaban a sus ideas políticas, a quienes no les rendían pleitesía, y él era uno de ellos, quizá el más reconocido y brillante.  

7

No les estorbo. Hago como que no existo en su vida diaria. Solo los escucho como si fuera, lo que fui, un intruso en ese "diario" vivir de dos viejos que se necesitan, más que se aman. Él reflexiona en una parte de si la quiere. Y dice que es algo extraño, que ella es parte de él y él de ella, como una pierna, como un riñón, y que uno nunca dice que quiere a la pierna o el riñón. Finalmente L (así la nombra en sus diarios) muere el 4 de enero de 1986, luego de una larga agonía en un hospital de enfermos terminales, ciega y sorda, con un tumor cancerígeno en el cuello. La creman y sus restos son esparcidos en la bahía de San Diego, el océano Pacífico. Detalla en sus diarios ese breve viaje acompañado por su hijo Janos y nuera, y el oficial al mando de la lancha mortuoria, como un "Caronte", que le ofrece un canto especial para el rito, a lo que él no acepta.

8

Y sigue su vida en solitario deseando la muerte, ya sin encontrarle sentido a la vida sin ella, aborreciendo la literatura, refunfuñando contra Dios, que la vida es una mentira, un engaño, y que no hay nada más que el polvo que regresa al polvo, que lo demás no existe ni tiene sentido. Creo mirarlo a través de sus textos cuando está solo en su casa, cuando sale a caminar con un bastón que ya poco le sirve, con el miedo de pasar la lenta y larga agonía en hospitales, dependiendo para la alimentación e higiene de enfermeros que repudian su propio trabajo, es entonces que me entero que decide comprar una pistola para tenerla disponible cuando ya le queden las últimas fuerzas y pueda disparar el gatillo que acabe con su vida, y así evitar el viacrucis final donde el cuerpo vive aún, pero la persona ya se ha ido. Donde se vive pero no se existe.

9

Antes de la muerte de L fallecen sus hermanos. Al año de la muerte de ella fallece su hijo a los 43 años víctima de una trombo en el corazón, y le toca a él, en sus 85 años acompañar al velorio y en el rito de acudir a la bahía de San Diego, igual qu un año atrás y esparcir las cenizas de su hijo, y con el dolor de saber que se ha quedado ya sin nadie con quien hablar. Y ya solo en su casa continúa con ese arrastrar su cuerpo con pasos más que vacilantes, y sale a caminar, se cansa mucho, apenas una o dos cuadras, y cruza las calles y personas que no conoce le ayudan o los autos se detienen para permitirle llegar a la otra acera. Todo esto en la decrepitud y sus últimos días de vida: agonía que camina, hombre que fue, y que paliza aún su corazón, con el cansancio letal y la conciencia de acercarse al final. Lo difícil no es la muerte, dice, sino "el morir". 

10

Y con la poca vista que tiene sigue leyendo, escribe muy ocasional en su diario, se asoma a las agendas donde ella escribía para sentirla que anda aún por allí en las habitaciones, baño o cocina de la casa. Recibe las felicitaciones de Ronald Reagan y su esposa en último cumpleaños. El gobierno comunsita de Hungría le envía un propio con el mensaje que quieren hacerle un homenaje nacional y editarle las obras completas en piel, hacerle un monumento y darle lugar digno para vivr, lo cual no acepta mientras que no haya elecciones libres con voto secreto para elegir a los gobernantes. Tuvo la precaución de tomar clases de tiro.  

11. 15 de enero (1989) "Estoy esperando el llamamiento a filas; no me doy prisa, pero tampoco quiero aplazar nada por culpa de mis dudas. Ha llegado la hora."

Pd.  Sándor Márai escribió a máquina su diario pero la última nota está escrita a mano. En la última carta enviada a su editor, István Vörösváry, escribe lo siguiente: «Lo siento mucho, ya no puedo más. La debilidad no desaparece y, de seguir así, pronto tendrán que ingresarme. Quisiera evitarlo. Gracias por vuestra amistad. Cuidaos mucho. Os deseo todo lo mejor. Sándor Márai». Se suicidó el día 21 de febrero de 1989 de un disparo en la cabeza. Conforme a su testamento, sus cenizas fueron esparcidas en el mar.  El nombre de su esposa -por 62 años- Lola Matzer.

* De la lectura ayer del libro "Diarios 1984-1989", de Sándor Marái. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

lecturas 20. Poemas de Carlos Pellicer Cámara

Rigo Tovar y Chico Ché

Max in memoriam