Sigo esperando al cartero


Sigo esperando al cartero
1
Yo esperaba al cartero. Su paso frente a mi casa era entre las 4 y 5 de la tarde. Nomás entrar él al callejón se escuchaba a lo lejos su silbato, cuyo sonido era esperanzador, como un canto para mis oídos. Un canto celestial cuando silbaba frente al 209, mi casa. Yo esperaba una carta. Tan solo una. Y las más de las veces el cartero pasaba de largo, montado en su bicicleta y su mochila de cuero. De seguro él me miraba esperanzador. Volteaba a verme y sonreía. Me decía adiós. Y seguía su ruta.
2
Ahora ya no usan bicicleta. Ahora pasa en moto. Y pasa muy seguido a mi casa. La correspondencia es en estos tiempos una mezcla de propaganda política, cartas del banco ofreciéndome crédito, o el estado de cuenta, promociones de centros comerciales. Cartas de amor y amistad no llegan. Cuando menos por esa vía no.
3
Claro. A veces se detenía en la casa. Yo acudía a recibir la correspondencia con la esperanza que fuera para mí. Y mi decepción se manifestaba en mi rostro, creo, cuando eran para mi padre, madre, de mis tíos o tías. Ellos se carteaban, también. Y el cartero leía mi rostro. Y me daba palabras de aliento. Y yo sorprendido porque creía que no se notaba mi ansia. "Antonio, ahora no hay para ti. Pero llegará. De eso no tengas duda". Y él se iba silbando. Y yo me quedaba acongojado. Contrito.
4
Cuando yo esperaba cartas de amor era entre los 14 y 18 años. De los 20 a los 25, eran cartas de amor y sí, algunas de amistad. Luego de esa edad sucedieron otras cosas. Buenas, sin duda. Pero aquellas cartas dejaron de llegar. Dejé asimismo de mandar. Y el tiempo se fue pasando. Nunca he de afirmar que todo tiempo pasado fue mejor. Cada quien habla desde el ser que habita y las circunstancias por las que ha pasado. Y yo modestamente he vivido a plenitud cada uno de mis años.
5
El cartero me decía "Capitán". Era lector. "El Capitán sí tiene quién le escriba", me decía cuando me entregaba carta que venía para mí. Veía mi rostro. Me veía caminar hacia él. Y él sonreía. Yo saltaba de alegría. "¿Quién le escribe al capitán?" Y yo tomaba la carta, leía la remitente. Y le decía: "me escribe mi novia". O "esta vez es una amiga". La alegría para mí era la misma. Era la edad en que la amistad y el amor eran un solo sentimiento.
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Yo acababa de cumplir los 15. Y ella no había cumplido aún los 16, como dice la canción. Era de Baton Rouge, Louisiana. Y nos conocimos en Matamoros. Una tarde iba caminando, mirando para todos lados, precavido. Ya cerca de mi casa vi a lo lejos que había una sesión de culto religioso en la terraza Marys, calle Dandino, que los fines de semana era utilizada para bailes. Y curioso me acerqué para mirar el movimiento de personas y escuchar los cantos religiosos. ¡Yo, que leía el manifiesto comunista!
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Las tres tardes siguientes hice lo mismo. Solo que en esa primera vez que me acerqué utilicé mis expresiones en inglés aprendidas en la clase de secundaria. ¿Y cómo te llamas? ¿De dónde eres? ¿Cuántos años tienes? ¿Qué estudias? Y todas esas preguntas ella me las contestaba sonriente. "My name is Cinthia". Así me dijo. Y en su sonrisa se le formaban unos hoyitos en las mejillas, que yo los miraba encantado. Era rubia natural. Y era de un color de piel como de sol.
8
Es verdad que no aprendí mucho inglés en la secundaria. Pero en sexto grado llevaba clase de inglés subsidiado por una señora vecina. Estuve como dos años llegando a la Escuela de inglés Walth Whitman (Yo ni sabía que Don Walt era poeta). Así que me defendía un poco con mi "speak English". Pero era suficiente para intercambiar plática con Cinthia M. Ah, pero una muchacha tejana, que era como la anfitriona -que no Celestina- la hacía de traductora nuestra. Y así podíamos decirnos lo que queríamos.
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Yo aplaudía en los coros. Bajaba la cara y cerraba los ojos en las oraciones. Escuchaba atento a mi alrededor. Me asomaba a la cara de Cindy (Cinthia). Le tomaba la mano por segundos y ella correspondía. Nos juntábamos más. Y yo realmente sentía que era estar en el Paraíso con tan solo rosar su piel. Y luego volvíamos a platicar entrecortado de mi parte y a entender igual. Y agradecía a Sandra, la tejana traductora.
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Pero oh, tragedia de adolescente: al cuarto día (que iban a estar una semana me habían dicho y asegurado) no llegaron a la Terraza Marys. Y yo me quedé compungido, tristón, sin saber qué hacer, ni cómo reaccionar. No podía comprender cómo una organización que realizó un viaje de verano desde Luisiana a Matamoros, de manera abrupta no llegaba a la terraza Marys, lugar de bailes de fin de semana, lugar rentado por ellos para una semana.
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Así que me dije: "mañana regreso sin falta a este lugar de la terraza Marys. Algo me he de enterar. O le pregunto a Don Charles (era el dueño) la razón por la que no llegaron, a ver si sabía algo. Y en efecto al día siguiente puntual acudí a la cita. Nada como el día anterior. Y pregunté al dueño del local. "No sé, pero puedes preguntar en la iglesia que tienen por calle Voz de la frontera, cerca de la carretera a la playa. Y me fui a ese lugar. Y allí estaba Sandra, la traductora. "Una muchacha se puso mal. Y se regresaron de manera precipitada a Baton Rouge". Pero Cinthia te dejó este recado: (...). Melo guardé, lo leí solitario. Y aparte de unas palabras de amor y amistad, dejó escrito su dirección postal y un corazón en cada esquina del recado.
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Y de allí me fui raudo a la casa a escribir una carta algo extensa en inglés (ayudado, sí, de un diccionario inglés-español). Al día siguiente se la llevé a mi maestra de inglés, Raquel, de la secundaria. Alegre y sonriente, me hizo correcciones. La metí en sobre. La timbré con estampilla valor de aéreo. Y a esperar respuesta con el cartero. Hasta que a los quince días llegó la respuesta que empezaba con un "Dear Antonio:..." Y desde entonces sigo esperando al cartero que llegue con una carta de amor y de amistad.








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