De corcholatas y lotería

1
A veces tomo la guitarra y me pongo a cantar. Procuro que nadie me escuche mas que mi alma y las bacterias que me habitan. Y sin pensar qué canción, aparece la que está más cercana en la memoria, como si ya quisiera salir, como si solo estuviera esperando el momento adecuado. A veces es una de decepción, y no es que esté decepcionado. O una esperanzadora, aunque la esperanza apenas sobreviva. Y en otros ocasiones es una declaración de amor, aunque no me esté declarando a nadie. 
2
Me ha pasado que me reúno con amigos. E inevitable surge el tema de la política. Y cada quien argumenta a favor o en contra. Son esas ocasiones en que debería yo quedarme callado. Y en todo caso, esperar los desenlaces y conclusiones. Solo que me ha pasado que me engancho y argumento. Solo que en posiciones encontradas casi siempre estamos sordos a los argumentos de los otros. Suele suceder: posiciones irreconciliables. Y queda amargo sabor de boca. "Debí callarme". Me recrimino.
3
Por eso es que me acuerdo de la guitarra. Y pienso, ya después de las agrias argumentaciones, que debimos haber cantado, entonados o no, un "México lindo y querido", "Corrido a Villa" o "A Zapata". O esas cursis de "Pero recuerda", nadie es perfecto. O hasta algunas de crítica o protesta, como "La casita", de Óscar Chávez, y hubiera terminado mejor esa reunión de amigos. Cada quien argumenta no de acuerdo a como le fue en la feria, a como le ha ido, sino de acuerdo al cristal con el que miramos. La realidad en esencia no es la misma. O no se percibe como la misma. 
4
Las tapitas de los envases de refresco las guardábamos antes. Y las utilizábamos para jugar damas chinas o lotería. Teníamos una bolsa llena de ellas. De tal manera que cuando llegaba el domingo poníamos la mesa grande de madera bajo la enrama de bugambilia, que nos prodigaba fresca sombra, y empezábamos a jugar todos en familia, y hasta algunas guapas vecinas de minifalda participaban. Y tercos, unos que eran tapitas, otros que eran corcholatas. Y empezaba la discutidera, que terminaba cuando el gritón empezaba a cantar las cartas: "el que se queda dormido en la banqueta: ¡el borracho! "De mi no van a estar hablando", decía jocoso mi padre. "Ahi te hablan", decía mi madre. Y mi padre reía. El que nos calienta en tiempos de frío por la mañana: ¡el sol!; y así hasta que alguien gritaba jubiloso: "¡Lotería!". Mi madre repartía limonada o se partía una sandía y cada quien un cacho.
5
En mi casa yo a veces miraba una guitarra colgada en la pared. Quizá a veces se la daban a guardar a mis hermanos mayores o a mi padre. O quedaba empeñada. No lo sé. Solo que a mí me daba por pasarle los dedos por las cuerdas (estando colgada), y soltaba los sonidos y todos volteaban a verme y me regañaban. Pero siempre ejerció ese instrumento una especie de atracción como imán para acercarme y verla de cerquita, de muy cerquita, como cuando uno mira a una mujer de mucho muy cerca.
6
Nadie me cree que es verdad cuando afirmo que yo conocí a una extraterrestre. Me dicen que estoy loco, que lo he de haber soñado. Pero me sucedió que efectivamente yo creí que estaba soñando, y me pellizqué y me dolió. aunque yo siempre he creído en la posibilidad hipotética de que haya vida extraterrestre, pero no que estén todavía entre nosotros. Y la besé tantas veces bajo el silencio infinito. Recuerdo. Y me volví a pellizcar. Y me volvió a doler. Solo que ella, la extraterrestre se fue, aunque quedó en mí. Y ahora por las noches lanzo mi mirada al cielo para ver si veo venir la extraña nave donde llegó aquella vez que estaba yo disvariando en el río. Me suele suceder que confundo la realidad con el sueño, como lo de mi sueño de justicia social, y la realidad se impone, terca.
7
Finalmente pude acercarme a la guitarra en secundaria. Antes la mandolina. Y logré aprender algunos acordes de manera empírica. Luego otros, aunque siempre han sido los básicos. Y me han servido para acompañar algunas canciones que no exigen mucho de conocimientos de guitarra. Tres acordes y ya. O en círculo de Do: "Sien la noche azuuuuul, oyes el eco enamorado de mi voooooz, escúchalo mi bien, escúchalo mi bien que es para tiiiii..." Y así me sigo con otra canción para atemperar mis ímpetus por la guerra y las noticias de belicosidad. Hay un animal bestial que nos lleva a esas discusiones. Y es mejor cantar, aunque sea en solitario.
8
"¿Con qué psicóloga se atiende?", me dice una maestra que también es psicóloga. Pensé: quizá me ve en mi conducta que necesito terapia (sí, ya sé que en menor o mayor medida todos necesitamos terapia). ¿Por qué?, fue mi respuesta con otra pregunta, que dicen que es de mala educación responder así. "Pues porque en este trabajo que tiene le toca hacerla de bombero, que si padres de familia toman una escuela, que si los maestros se pusieron de acuerdo con acta para no trabajar un día, que se está descascarando el techo de una escuela, que no llegaron completos los libros, que le hacen bulling a un niño, y el maestro no hace caso, denuncian los padres... y así por el estilo. Ya me imagino que su cabeza anda toda revolucionada y no ha de poder dormir".
9
Pues no, le aclaro. Los problemas no son míos, son de un sistema educativo que tiene vicios, es anquilosado, hay intereses particulares, hay muchos sindicatos, grilla interna, etcétera; pero no son problemas míos. Tan pronto salgo de aquí, de esta bella oficina, y me desconecto. Charlo con amigos, tomo café con amigas. Y cuando llego a mi casa tomo la guitarra, canto dos o tres canciones y duermo como angelito las ocho horas reglamentarias. Y en la mañana, saliendo de casa a la oficina, escucho música de Rigo, Bach o Vivaldi, y me conecto cuando entro a la oficina y llamo a Mary para que me diga qué tenemos pendiente. Mary es toda eficiencia y buen humor.
10
Y sí, entre amigos hablamos de las corcholatas, que antes eran taparrosca. Y que hubo una revolución en esa forma de tapar las botellas con corcholatas en girarosca, que facilitaba el beber esos líquidos, porque ya no se necesitaba abridor, sino aplicar un poco de fuerza. Y yo les contaba que desarrollamos habilidad para abrir esas botellas (las que no son de girar) con el mango de la cuchara, con desarmador, con la parte de metal de los cinturones de seguridad, con machetes, con la esquina de las mesas que siendo de madera quedaban dañadas. Y ni qué decir que antes de los veinte abríamos esas corcholatas con la muela, de lo que nos arrepentimos ahora, cuando andamos con dientes, con colmillo, pero sin muelas. Y todos empezamos a reír.







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