La larga y luminosa espera

La luminosa espera
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Florentino Ariza esperó 51 años, 9 meses para, 4 horas, para poder unirse finalmente en un amor de invierno con Fermina Daza. Y esto solo fue posible cuando ella queda viuda a la muerte de su esposo el doctor Juvenal Urbino, en la novela "El amor en los tiempos del cólera", del colombiano Gabriel García Márquez:
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Esperamos. Al menos no sé usted, pero yo espero. Tengo la firme esperanza que algo vendrá para sorpresa nuestra. No sé qué, pero será algo que cambie completamente mi vida o al menos la justifique. Así que tengo paciencia y recomiendo que tengamos paciencia. A veces creemos saber. Sentimos que los días corren lentos. Y entrecerramos los ojos para ver con nitidez más lejos para ver si alcanzamos a ver alguna señal. Vendrá algo, sí.
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La espera se manifiesta de muchas maneras, según el individuo. Algunos dicen abiertamente lo que esperan. otros, más cautos, no. "Aquí nomás", responden. Pero por dentro crepita la esperanza de que algo viene. Y quisieran decirlo abiertamente, pero se contienen. Otros, lenguaraces, lo dicen. Sin o con sentido, para burlas d ellos que escuchan, pero no importa. Ya están abiertas las cartas. El destino se va cumpliendo con cabalidad.
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Está la parada de autobuses. Está la sala de espera. Está la larga fila en el banco o en la tortillería. La fila ante la caja receptora de impuestos. Esperamos que llegue el día de la cita en el nosocomio. Está el fin del ciclo escolar. Está Elciras artero que pasa por la casa (pasaba). Y así podemos hacer una larga lista. Cada una representa la espera con sus especifidades. De niños esperábamos ser grandes. La llegada de papá de su trabajo. La espera de Semana Santa por las idas a la playa y la capirotada que hacía mamá. De adolescente esperamos desesperados el cumplimiento en el rito del sexo.
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El comerciante espera clientes. Estos que los precios bajen. El dentista espera dolores de dientes y muelas (en los otros). El payaso espera las sonrisas. Otros esperan milagros. Esperamos que la flor dure. Que la medicina cure. Que el clavo no se doble. Que nazca con salud el niño. Todos esperamos, sabiendo (o no) qué. Contamos los días para que llegue el pago de quincena, los jubilados el mes. A los que se fue la luz, esperamos que regrese. ahora se suma el internet que se va. Y lo esperamos como aire. Las madres esperan que aparezcan los hijos, dichosas las que esperan la visita. Dolorosas, quienes esperan que aparezca, luego de meses en suma para años, el hijo, la hija, desaparecidos.
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El escritor espera la idea. El reportero que suceda un hecho para su nota. El poeta espera el truco de la metáfora, pues sí no, ¿cómo? Los afectados del incendio esperan los bomberos. El herido la ambulancia. Y así vamos en la vida todos esperando. En ocasiones hasta sacamos nuestro sillón a la banqueta y nos sentamos para que la espera sea sin cansancio. Llega la noche, esperamos el sueño. Y al despertar esperamos salud y la luz del nuevo día. Y ahora espero que sí suceda, llegue, se aparezca eso que dentro de mí presiento que viene. Es el amor.
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Hay esperas memorables en la literatura. En "El coronel no tiene quién le escriba", de Gabriel García Márquez, el personaje principal, un viejo setentón, espera que llegue la noticia que por fin va a cobrar su pensión por los servicios en el ejércitos prestados a la patria. Y cada mañana acude al puerto a ver la llegada del correo y ver si ese día sí, y como no, entonces a mantener viva la esperanza, que pueda ser mañana. Constantin Cavafis, poeta griego, en su poema "Esperando a los bárbaros", cuenta metafóricamente, de que toda la ciudad y los distintos (por sus funciones) habitantes tienen detenido toda actividad habitual porque están a la espera de los de la llegada de los bárbaros. Que no llegan.
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Y Samuel Becket, irlandés premio Nobel de literatura, en su novela "Esperando a Godot", en la que dos vagabundos intercambian charla, desesperante en sus diálogos, porque esperan a un tal Godot, que tampoco llega, pero están preparados, listos. Empieza y termina dicha obra con la misma situación de espera. Como en una alegoría de la vida es la que plantea el autor. Todos esperamos, no sabemos qué, porque aún no hemos resuelto con la filosofía y las tantas religiones y reflexiones empíricas (si es que se hacen) de lo que somos, de nuestro destino, de la razón de la existencia.
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Ni la espera ni la esperanza son nuestras. Es la vida que resiste con decoro. Es la vid que sabe el destino de las uvas, hacia el vino y la garganta, con los tragos a los ensueños. Es la justificación de este pasar del tiempo que nos lleva al polvo. Es el libro de crucigramas por resolver mientras pasa la vida. la espera no se justifica. La vida no se detiene. La esperanza muere a lo último, aunque a veces agoniza. Esperamos la dicha, la felicidad, el amor. Esperamos la salud. Esperamos la llamada de Dios. El encuentro con el ángel. la llegada de los extraterrestres. La hora del café.
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Dios no ha llegado "pero viene". La justicia social no ha llegado, "pero viene". La humanidad toda espera. Unos, mientras esperan no saben qué, ven programas de televisión o las series de las plataformas digitales. Otros esperan no saben que mientras trabajan entre ocho y catorce horas. ¿Esperan? Sí. otros leyendo otros mundos que no son propios, aunque les enriquecen con imágenes. Otros esperan ascensos. Otros el sí de la persona que pretenden. Cuando se va la luz, esperamos que llegue. Y las más de veces resplandece, mas la verdadera luz no llega.
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Cierre Serrat esta arenga sobre la espera, con versos de Antonio Machado: "Al olmo viejo, hendido por el rayo/; y en su mitad podrido/ con las lluvias de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido/... Olmo, quiero anotar en mi cartera/ la gracia de tu amor reverdecido/ mi corazón espera/ también hacia la luz y hacia la vida/ otro milagro de la primavera." Y bien, seguimos esperando.

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