Un rapidín

Apunte rapidín sobre talleres literarios

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El taller literario es un lugar a donde asisten personas interesadas en escribir literatura. Interesadas, porque ya escriben y sienten gusto y necesidad por escribir. O porque sueñan y por lo tanto pretenden escribir. ¿Qué?: relatos, cuentos, poemas, novelas, epístolas (cartas), aforismos, memorias, mezcla de géneros, etc. No textos de autoayuda con consejos, ni reflexiones filosóficas o políticas. Estos temas corresponden a otro tipo de taller, pero no literario. Como dicen: alguien lo tenía que decir y lo dije.

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Las afinidades por el tema de la literatura y circundantes, logran que en el taller literario el ambiente sea de confianza y amistad. Un asistente que llega por primera vez y toma la decisión de regresar a la siguiente sesión, lo hace porque considera que es un buen ambiente para el desarrollo de su habilidad personal en crear textos. Y lo anterior determina que sienta confianza como si conociera a los demás integrantes de mucho tiempo antes.

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Hay quienes llegan, presentan un texto y no regresan a la siguiente sesión. Y nunca más. No les advirtió el coordinador que todos los que escribimos consideramos que el nuestro es uno de los "mejores textos", y al empezar a recibir sugerencias, por más prudentes que sean, no les gusta, lo sienten como un golpe duro a su ego. Los talleristas deben ser prudentes en sus comentarios sobre el texto presentado. Se trata de motivar al escritor en ciernes, no de lapidarlo mediante comentarios bruscos a su texto. Tampoco irse al extremo contrario de darle "cova", de cultivarlo, dirían los amigos de Yucatán.

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El ambiente, por tanto, debe ser eminentemente colaborativo y alfabetizador, diría Pablo Freire. El coordinador ha de anticipar al nuevo asistente la necesidad de hacerse de piel dura para que no afecten los comentarios, y ser receptivo a escuchar. Ni lo sabemos todo, ni lo podemos todo. Y muy pocas veces aparece un escritor muy fregón desde el inicio. Este es producto de disciplina, lecturas, esfuerzo, y claro, talento. Aunque con poco talento también se pueden lograr buenos textos. ¿Importa la ortografía? Sí, claro que sí. Por supuesto. A veces los errores ortográficos nos hacen decir cosas muy distintas a lo que queremos decir: no es lo mismo papa, Papa, papá y hay una diferencia abismal entre mama, mamá. 

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Los egos son fuertes y poderosos. Hemos crecido en una sociedad que los promueve y los hace crecer. Así que nadie falta si no llega y nadie sobra si se queda. Lo que sí se sugiere siempre es escribir mucho (o lo más posible) y leer mucho (lo más posible). Si el tallerista escribe poesía, deberá leer mucha narrativa y poesía. Y si es narrador, deberá leer mucha poesía y narrativa. Y temas de historia, claro, y de filosofía, asimismo. Nada sobra. Hay escritores que no necesitan llegar a un taller literario y son muy buenos. Y está bien.

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En el taller literario no se pasa lista, ni se mira mal al que llega tarde. No se pide justificación por la o las faltas anteriores. Cada quien sabe lo que quiere lograr en su destino como escritor. Además, como bien lo dijo nuestro amigo poeta Pano Cabrera: "los asistentes a un taller literario no tienen a fuerza que llegar a ser escritores; el taller cumple su función si los ayuda a redactar mejor y a ser mejores lectores". Es decir será un logro que les ayude a escribir mejores cartas de amor, u oficios más lógicos y coherentes en sus trabajos. Por decirlo así. 

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El tallerista se enfrenta desde la primera vez a un concepto al que se le llama "lugar común". Este refiere a una expresión que cualquier persona -no lectora ni tampoco escritora- la escribe. El pretendiente a escritor diría lo mismo pero con otras palabras. Aquí sería al contrario de las Similares: lo mismo pero más caro (bello). Principalmente en poesía. No es lo mismo escribir que "el caballo corre en el campo" (muy común en las redacciones de la escuela primaria) a "el caballo galopa como entre nubes". Perdón por el ejemplo, este sí "común", Pero da la idea. En narrativa habrá detalles más precisos en descripciones. Donde nadie ve, el escritor va, ve y lo escribe. También los incipientes talleristas se enfrentan al "queismo" y las terminaciones "haba" (hablaba, soñaba, cantaba, declamaba, trabajaba). Ah, y a las rimas involuntarias. De pronto escribimos "rama" y atrás viene la palabra "cama", luego "llama", "mama", "lama", "enrama", etc. Está en nuestra cultura de la lengua nacional, a manera de juego inconciente. 

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Me gustó mucho el comentario que hace el poeta tabasqueño Álvaro Solís en sus talleres. Algo así como que cada tallerista fije su meta hasta dónde quiere llegar con el escribir: si quiere ser escritor de pueblo, de ciudad, de estado, de región, nacional o internacional. Cada uno de los niveles aludidos, por supuesto requiere disciplina diferente en intensidad, esfuerzo y dedicación. Esto nos lo comentó en visita hace meses al taller literario La Cueva de los Alebrijes. Ganar un premio puede ser chiripa, ganar muchos es trabajar como esclavo, aunque se disfrute el trabajo letal de escribir, ¡y de leer!. Y me anticipo a la crítica: no necesariamente (ni es fundamental) se escribe para concursar. 

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Una pregunta recurrente es si el escritor (o poeta) nace o se hace. El genial Augusto Monterroso lo responde y me encanta su respuesta: "De que nace, nace, si no no hubiera escritor (o poeta). Tiene que nacer para ser o hacerse después". Uno sonríe ante el ingenio de Monterroso en tal respuesta. Pero es lo menos importante centrarse en esa discusión. Lo cierto es que en esta región sur-sureste hay "poetas" hasta debajo de las piedras, decía por allí alguien que no recuerdo. Bajo la influencia de Pellicer, Gorostiza, Sabines, Becerra, todos quisieran ser poetas, pero dice el dicho español que lo que “natura non da, (la Universidad de) Salamanca non presta”. Siemore un buen relato es mejor, mucho mejor que un mal poema. Sin duda. Así que "narradores chocos, ¡uníos!"

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Siempre ha existido el afán por publicar; no es de ahora. Solo que en estos tiempos de la hiperconectividad y el deterioro y atrofia de la inteligencia natural, hay muchas facilidades para publicar libros, sea en digital, papel y cartón. Está bien, no está mal. Solo que por cada mil libros publicados hay uno bueno y uno regular (pocas veces más de uno), según la estadística. Hay que esforzarse por que el nuestro sea uno de estos dos. O los dos.

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Y cómo no recordar el estilo duro del poeta ecuatoriano (quien radicó en Tabasco) Fernando Nieto Cadena como coordinador de taller literario. Aunque no de manera abrupta, pero deslizaba que los textos del tallerista son indicativos si el autor va a ser escritor o si mejor, para no perder el tiempo, debe dedicarse a hacer y vender palomitas en el cine. Palabras más menos.

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El escritor cuando no escribe lee. Y cuando no hace ni uno ni lo otro, piensa o sueña en escribir. Decía Jorge Ibargüengoitia que mientras sus amigos hablaban en las reuniones, él redactaba en su mente el texto iba a publicar al día siguiente (escribía para Excélsior). Además y como fin de estos apuntes: los talleres literarios no hacen a los escritores, al contrario: son los escritores incipientes quienes hacen al taller literario, con sus textos, con sugerencias, con su buen ambiente. 

Pd. Mis mayores deseos que recupere su salud el poeta Lorenzo Morales "Malasangre".

 

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