Declaración de amor
Llegué a este mundo con las palabras. No antes ni después. Fue un tramo de aprendizaje previo. Mucho oír. Poco hablar. Luego en la escuela una hada me enseñó a leer. Y pude comprender la importancia de las palabras para la vida. Saber decir un te quiero a la sirena que canta. Un ¿por qué?. Un por favor. Como el suspiro nada es sin el aire. Hubo juegos malabares. Imágenes para cultivar la imaginación. Distancias recorridas. Y vislumbre del porvenir. Me quemaron el fuego y el frío por igual. Caí y me levanté. Y siempre las palabras fueron conmigo. Breves, tibias, simpáticas, sistemáticas. Apocalípticas y jubilosas, las palabras le fueron dando sentido a mi andar. En ese peregrinar de un día al otro, de este a otro lugar. En pieles para borde del canto. Intentando aprender el esperanto, para con todos charlar. Y me puse a escuchar las aves. Y las palabras con sal y limón, también. Corrosivas. Y seguí mi ruta, con frutas por comer. Y desprecié el oro (apreciad la figura, tan solo). Me interesaron mejor la flecha y el arco. Y el tablero de la vida para mi original ajedrez.
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