Vino rosado

Tengo alondra tarde del domingo. Para una noche con vino rosado. Y escapar con notas especiales. La tarde del ayer estuvo en los instantes. Donde la palabras y la risa acercaron las distancias. Un guiño de neón. Un guiño con chocolate garapiñado. No se acepta mastercard, dijo el dueño de la tienda. Apenas habíamos entrado. Y mirábamos bufandas. Para luego dispuestos a salir. Con la risa de por medio. Y un rosado en la cabeza. Como para estar hablantín. Entonces tarde, preparando la noche. Salimos sin decir nada. El domingo había sido febril. Entre charlas sobre libros y las ideas de libertad que siempre se acomodan. Es la moda, dijo, señalando pasarela. Yo le hablé de inanición y esa delgadez extrema en los cromos vista. Y rió a carcajada suelta. No sabes. No sabes, repitió. Sobre lo plástico y los galenos especialistas. Yo escribía en casa una introducción. Y preveía nuevas rutas sobre textos. Saca el rosado, ordenó suave. Ya iba por la mirad. Otra copa, en fin. No rompas el encanto, la magia. Me había pellizcado yo en sueños, creyendo entonces realidad de todo. Era sueño. La vida. La tarde. Y un rosado.

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