Yo blasfemo, Borges

Yo blasfemo, por esa imposibilidad, Borges, de conocer lo infinito. Por la razón de no poder conocer lo eterno, que se conjugan en asuntos de amor. Por todos esos caminos que nos llevan a todas partes y ninguno. Porque no es cierto que todos los caminos nos lleven a Roma. Porque en el acuario, con un simple pez, uno solo, está la interpretación del origen del universo. Recolecto polen. Lo cuido a contracorriente. Contra viento y marea le hago sombra, le busco luz, humedad y humus. Y solo el destino sabe si aparecerá la vida en su esplendor del vegetal del que es parte de la fórmula. Yo miro una gota de sangre. Y quiero ver lo iridiscente de todas las claves que tiene el cerebro para la luz, los cien mil olores, el sonido gutural, el movimiento. Blasfemo por esta imposibilidad de transgredir con el conocimiento la frontera de vida y muerte. Y encontrar en las nebulosas otras claves escritas en otro idioma del universo. Blasfemo por la imposibilidad de crear el agua, detener el tiempo. Blasfemo por desconocer las claves de la química de la felicidad y el amor. Y es entonces cuando un rayo de luz me ciega y caigo humilde. Miro para todos lados. Y encuentro al amigo con su palabra. Y el amor con su sonrisa. Y lloro de felicidad de saberme mortal, Borges. Y sigo mi camino en ruta al último andén que paciente me espera.

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