Lectores
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A veces me preguntan: ¿desde cuándo te hiciste lector? ¿En qué momento te diste cuenta que eras lector? Y sorprendido por esas preguntas cuyas respuestas no tienes, o no las tienes al momento, echas el pensamiento atrás para capturar algún recuerdo de mis inicios de lector. Pero creo que son muchos pequeños recuerdos que fueron conformando esa disposición para querer el libro, adentrarse en los textos que contienen.
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Yo por ejemplo miraba a mi maestro de primero de primaria que traía en su portafolio un libro chiquito y bonito,y de allí sacaba, como si fuera un mago, una canción que venía escrita. Era un libro que traía todas las canciones de Gabilondo Soler, el famoso grilito cantor. El de La Marcha de las letras; El chorrito; El rey de chocolate; El comal le dijo a la olla. Y muchas otras. Y era verdaderamente como un mago, porque a mí me sorprendía que de un objeto de papel, pudiera sacar canciones. Y se ponía a cantarla con nosotros.
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Pero siempre en el primer día de clases en la primaria nos entregaban los libros de texto gratuitos. Y regresábamos a la casa contentos con nuestro cargamento de seis u ocho libros. Y hojeábamos en la casa los libros. Pero claro que había uno que me gustaban más que otros. Específicamente eran el de historia y el de lecturas de Español. En este encontraba todo un mundo de sorpresas. Entre poemas, cuentos, fragmentos de novelas, adivinanzas, refranes, y antes de que los leyéramos en clase, yo ya sabía de ellos porque los había leído antes.
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Todo eso que vivía en la escuela primaria las primeras semanas con la entrega que me hacían de los libros nuevos, lo volví a vivir en la secundaria. A mí me tocó otra época, de cuando los padres tenían que comprarnos los libros. Pues cuando mi padre regresaba con los libros, yo me sentía maravillado, sobretodo con el libro de Español, porque traía al final como anexo el conjunto de material de lectura, del tipo del cual yo ya tenía referencia, que eran de literatura.
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Y más aún. Ya en secundaria había concursos formales de declamación. Y yo que no sabía nada de esa actividad para poder participar veía y escuchaba con envidia a mis compañeros que tomaban un poema de esos libros, se
los aprendían y lo declamaban en el concurso. Yo me soñaba allí, y me juraba que para el próximo concurso yo participaría. Y en efecto, empecé a participar, aunque nunca ganaba, pero yo me sentía muy bien con mi diploma de participación, que no cualquiera se atreve y entonces no cualquiera lo tiene.
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Había compañeros que eran unos verdaderos cerebcritos, con una capacidad casi de aprenderse todo el libro de lecturas, aunque parezca exagerado. Yo no sabía ni comprendía cómo era que se aprendían poemas de una extensión verdaderamente larga, como La Chacha Micaila; Por qué me quité del vicio; México, creo en ti, y Los motivos del lobo, entre muchas otras. Lo que sí sabía es que todos esos poemas me encantaban desde que los escuché, hasta nos hacían llorar, y sabía que estaban en esos libros de secundaria. Y allí me ponía a leerlos, no a tratar de aprenderlos. Yo seguía participando en esos concursos, pero con poemas de entre ocho y quince versos. Esos de Becqer de "Volverán las oscuras golondrinas" y "Para que tú los leas hice mis versos yo", de ese tipo. Eran poemas amorosos, directos, claros, que me ayudaban para mandárselos a una chica que me gustaba.
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Luego en la Normal, donde se estudia para maestros, ya teníamos otras materias, en el caso de Español era "y su didáctica", o sea, cómo enseñar el español a los niños de primaria, que era la carrera que estábamos estudiando. Pero teníamos una materia de teatro, y lo mismo, me daba cuenta que las obras que se iban a representar venían escritas en un libro, así que seguía siendo el libro la fuente donde venía todo lo bello que me gustaba de textos. De esa materia me acuerdo de La vida es un sueño, de Pedro Calderón De la Barca:
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los ha dicho un idiota, lleno de estrépito y de furia,
se han grabado en la ventana y en la rueda
y se han guardado en cajas fuertes las matrices.
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