Maestro Eustaquio

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Hace apenas tres días falleció el maestro Eustaquio, maestro normalista y rápidamente los mensajes de de cariño y dolor por su desaparición física se multiplicaron en las redes. Se destaca sobretodo su calidad humana y su entrega a la profesión que elegimos hace ya algún tiempo. Imagino el dolor para su familia. Y por supuesto, para sus amigos cercanos. Yo tuve la fortuna de conocerlo, no de frecuentarlo, pero siempre que nos encontrábamos el saludo era profundamente de afecto, y de mi parte de reconocimiento a su persona como profesional y como generosa persona.

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Lo conocí allá por 1990. Y fue precisamente en un Congreso Snte educativo en su nivel estatal (muy diferente al electoral). Esa ocasión mis compañeros de zona escolar de telesecundaria tuvieron a bien elegirme para acudir, como delegado educativo, a esa cita sindical donde se habla de educación, y se eligen a congresistas nacionales, que repesentan al magisterio estatal. Él, Eustaquio, no recuerdo bien si era el moderador de la mesa donde me tocó participar o era participante (perdón mi Alzhemier prematuro). Lo que sí es que me escuchó atento a lo que yo planteaba y yo lo escuché muy atento sobre sus planteamientos. Y en uno de los descansos nos presentamos. Y desde esa fecha siempre su nombre estuvo en mi mente relacionado como integrante de la avanzada del magisterio en general y del magisterio que participa en actividades sindicales (que no es poca cosa).

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Luego nos tomamos dos o tres cafés en ese lapso. Y siempre seguíamos coincidiendo en eventos de tipo estrictamente educativo: conferencias, congresos, y nos seguíamos saludando con el mismo afecto y reconocimiento (de mi parte). Era muy amable y afable, muy tranquilo y sencillo. Nunca lo vi sacado de quicio, y nunca tampoco que alterara la voz. Y siempre tenía la habilidad para escuchar y entender al otro.

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Se le extraña ya, porque siempre fue (que feo es tener que escribirlo en pasado) de ese tipo de personas y de ese tipo de maestros tan necesarios en el campo ciudadano y en el campo educativo.  Propositivos, serenos, sin tratar de vencer, sino ofreciendo argumentos e ideas para dialogar, más que para convencer, que hay una diferencia. El que intenta convencer es porque en su ego tiene la idea que está en lo correcto y los demás equivocados, y que tiene agarrado al Dios de la verdad por los cabellos. Y en cambio el que dialoga y escucha busca encontrar la manera de ensamblar las ideas propias con las de los otros para conforma la fórmula de grupo.

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Se extrañarán sus clases en la Normal, donde forjó junto con otros pedagogos, a las generaciones actuales de maestros tabasqueños. Se extrañará su sonrisa afable. Sus clases amenas e ilustrativas, donde le interesaba la participación de los alumnos y despertarles curiosidad por aprender, forjando lectores críticos. 




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