Las pequeñas cosas
1
Pero hay otras cosas. Sí. Hablaba ayer de las cosas acumuladas, que allí se quedarán cuando uno al final se marche: casas, terrenos, ranchos, instrumentos musicales, ropa, libros, etcétera. Pero están las otras, las que en el día a día nos recuerdan gratamente el pasado que más no está, y dice Serrat "nos hacen llorar cuando nadie nos ve".
2
He aquí que tengo un libro con un separador hecho con hojas secas, las que fuimos juntando una tardecita antes del oscurecer en el parque del laguito, y que una muchacha de lindas y suaves curvas guardó, e hizo el susodicho separador que todavía guardo cincuenta años después.
3
Éramos muchachos, éramos amigos e hicimos el amor como locos, como salvajes en el pasto de ese parquecito. Nos descubrió el vigilante, que era amigo mío y no dijo nada. Solo que me advirtió: " que no se dé cuenta Pepeloro, porque ese sí es resapo. Ya no dijimos más, y suspendimos la lectura de poemas que estábamos haciendo a la luz de la bella luna de octubre.
4
Yo tenía una cadenita muy delgadita, un poco más gruesa que un cabello delgado, era de oro de gran kilataje, me la había regalado en mi cumpleaños una maestra de mi edad muy guapa y alta, allá por 1983 (no, no digo el nombre), además éramos amigos y yo quería algo más con ella, y sí, sudaban nuestras manos con este calor tropical infernal en mayo, cuando caminábamos por las calles de Villahermosa. Pero a los pocos meses me dió el cortón, nunca supe por qué, pero lo imagino: en sus pretensiones juveniles, no proyectaba su futuro como esposa maestra jubilada de un maestro jubilado que escribía rimas y lector, ¡gran cosa!, y ese destino le repulsaba. De buenas a primera me dijo "démonos tiempo". Y al buen entendedor pocas palabras.
5
Aunque trabajábamos juntos dejé de hablarle, claro. Y además ponía yo la cara volteada cuando ella pasaba frente a mi salón. O el periódico Presente me cubría la cara como al propósito. Así que esa cadenita quedó empeñada y olvidada adrede también en una de las cervecerías de ese pueblo donde trabajé en Jalpa. Me sirvió para pagar una cuenta de un mes con Julianón, así le decían al propietario. Claro, que ahora me arrepiento, porque sería una de esas cosas pequeñas que nos hacen vibrar al recordar.
6
Tengo un pañuelo blanco con dos letras iniciales y en medio la "y", bordadas y con unos labios dibujados con carmín. A veces me asomo a esa cajita de Pandorita, le llamo, porque al ver cada una de las cosas que guardo allí, me entra la nostalgia con recuerdos muy frescos, de besos, abrazos y fricción pedernal que produce chispas para el fuego.
7
Tengo asimismo en esa caja de Pandora dos servilletas, una con dibujo de corazones, otra con promesa de amor eterno que duró bien poco; un libro con una rosa seca; tengo posters de las películas Casablanca y Puentes de Madison. Tengo, tengo, tengo...
8
Allí guardo igual una cuerda rota, que precisamente una chica aprendiz de guitarra, en mi instrumento, rompió, y quise guardarla por el gran amor que le tuve y por supuesto no olvido. Era nuestra edad de secundaria, y formábamos parte del mariachi. Ella, María Fátima. Sí, la que en el Día del padre me buscó en mi salón, ella estaba en otro, y me dijo: "¡Felicidades, papacito lindo". Correspondió a mi flor semejante el Día de la Madre. Y salíamos a tocadas de la estudiantina y mariachi a otros municipios de Tamaulipas, y regresábamos en la noche. Ella y yo buscábamos sentarnos juntos tanto de ida en el mediodía, como en la noche, ya de vuelta a eso de las 10, 11 de la noche.
9
Y Fátima y yo nos abrazábamos por la tibieza de sentirnos juntos, sin que hubiera frío. Todo el grupo venía cantando. Y me dijo al oído: "préstame tu instrumento para tocarlo". Le pasé la guitarra mía. Y reventó una cuerda, que guardo con admiración sublime. Oh, gran Fátima.
10
Tres libros quiero mucho. Me sucede que cuando estimo mucho a una persona le obsequio no cualquier libro, sino de los que me duele literalmente desprenderme. Entonces echo mano del "Cancionero Serrat", inconseguible ahora y desde hace años, por donde uno lo busque; el Epigramas", de Ernesto Cardenal, y el de Jaime Sabines, "Recuento de poemas". Así que cuando he terminado la relación sea de amor o amistad con alguien a donde fue a parar uno de ellos, los libros, busco la manera de que regresen a mí. Sea con un "préstamelo para sacarle copia", y ya no lo regreso. O descaradamente visito esa amistad perdida y discretamente me lo embolso de nuevo para que no quede huella de esos años ganados y perdidos en el mejor sentido de las palabras.
11
Estos tres libros tienen su historia particular cada uno. Algún día he de escribirlas. Sobretodo sus constantes viajes a casas indistintas. Y cómo luego de algunos meses o años han vuelto al redil de los libros queridos, amados, adorados. He, inclusive, de escucharles, para que ellos me cuenten en primera persona las peripecias por las que pasaron, las veces que los hojearon, cuando escucharon risas, cuando sintieron la humedad de las lágrimas, y cuando quedaron bajo almohadas en esas noches tristes sin luna, o quedaron húmedos en el baño. Por supuesto, también sus reclamos cuando fueron con personas no lectoras, esquivas, socarronas.
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Tengo tazas que me han regalado, traídas de lejanos países de oriente y de Sudamerica. Tengo boletos del metro de la Ciudad de México y Monterrety. Tengo un barquito de papel que hicimos ambos y lo echamos a navegar en un charco de agua y recuerdo haber dicho: "lo voy a guardar, ojalá que nunca lo echemos a navegar entre un mar de nuestras lágrimas". Y tengo a la Matrioshka, muñeca rusa, que tiene la particularidad de una pequeñita estar dentro de otra un poco mayor, y así hasta llegar a seis, que es la mía, pero ha de haber otras, que llegan a mayor número. Y así por el estilo.
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Por cierto "tengo yo dos cosas tuyas que te quiero devolver: un riso de tus cabellos y un beso que te robé. El riso se me ha perdido y no lo puedo encontrar, pero el beso aquí lo tengo y si quieres al momento te lo puedo regresar"... Es que "no quiero nada de ti". (Nota: fragmentos de la canción popular "Dos cosas")
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Y no podía faltar Serrat: Las pequeñas cosas " como un ladrón nos acechan detrás de la puerta. Nos tienen tan a su merced, como hojas muertas, que el tiempo arrastra allá o aquí... que nos sonríen y... nos hacen que lloramos cuando nadie nos ve..."
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